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Ser y tener

Un documental francés que consigue retratar la conmovedora vocación del maestro de una pequeña escuela rural. ***1/2

Ricardo Silva Romero
12 de febrero de 2006

Título original: Être et avoir
Año de producción: 2002
Dirección: Nicolas Philibert
Actores: Georges Lopez, JoJo, Alizé, Axel, Guillaume, Jessie, Johann Todo parece indicar que, a fuerza de ver reality shows prescindibles y ficciones grandilocuentes que no dan ninguna noticia del mundo, los espectadores del planeta una vez más han vuelto la mirada hacia los buenos documentales. Si quisiéramos hacer un balance del cine de estos últimos tiempos, nos veríamos obligados a hablar de largometrajes como Capturando a los Friedman, The Fog Of War, Microcosmos, Bowling for Columbine, o (en Colombia) La Sierra, a la hora de hacer la lista de los mejores. Tendríamos que incluir a Fahrenheit 9/11, el estupendo alegato filmado por Michael Moore, en el inventario de las producciones más taquilleras del año pasado. Y caeríamos en la tentación de llamar a La marcha de los pingüinos, la crónica cinematográfica de moda en Estados Unidos, "la película más rentable de 2005". No podríamos dejar de mencionar, entre los más interesantes trabajos de la década que corre, este pequeño milagro de 2002 titulado Ser y tener: pocas obras del género consiguen involucrarnos, igual que esta, en el drama de sus protagonistas de carne y hueso. ¿Qué diferencia a Ser y tener de -por no ir demasiado lejos- los documentales mencionados unas líneas arriba? Su respeto por lo que ve, su paciencia excesiva, su silencio, su obsesión por ser uno más en el salón de clases del entrañable profesor Georges Lopez. Sí, resulta evidente que el documentalista Nicolas Philibert, nacido en 1951 en Nancy, Francia, conocido por una obra similar llamada En el país de los sordos, se propuso sentarse ahí, en medio de los estudiantes, sin imponerse, sin invadir aquel espacio sagrado en el que tantas verdades están a punto de salir a la luz. Quería que las historias de ese colegio en Auvergne, en el centro del país, vinieran a su cámara sin presiones de ninguna clase, tal como tenían que suceder. Y su persistencia ha valido la pena, su estrategia ha dado buenos resultados: por la pantalla, bajo la voz amable pero firme de Lopez, pasan una aparatosa pelea en los jardines, una crisis nerviosa en los escalones de entrada, una serie de locuras llevadas a cabo por un niño inolvidable apodado 'JoJo'. Pero, si eran anécdotas lo que buscaba, si eran chismes lo que perseguía, ¿por qué no registrar, por ejemplo, las aventuras de un grupo de adolescentes , ¿para qué filmar un año en la vida de ese jardín infantil perdido en los campos franceses, para qué observar día por día (a riesgo de caer en lo banal) la forma como aquel maestro educa a sus discípulos? Para rendirle un verdadero homenaje al oficio de la educación. Para decir, sin decir ni una palabra, sólo mostrando el paso de las estaciones, que un buen educador en el fondo enseña a merecer un lugar en la naturaleza. Y en concreto, más allá de cualquier interpretación, para documentar el talento, la lucidez con que el señor Lopez le ha sido fiel a su conmovedora vocación.