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Stevenson, el bueno y malo

El autor de 'Dr. Jekyll y Mr. Hyde' es confrontado con las mismas ambigüedades morales de sus personajes

Luis Fernando Afanador
12 de enero de 2003

Alberto Manguel
'Stevenson bajo las palmeras'
Norma, 2003
84 paginas A pesar de su aspecto de caballero angelical y su gran reputación de escritor para niños, Robert Louis Stevenson fue un hombre habitado por el mal. Esta última es la faceta que pretende explorar Alberto Manguel al tomarlo como protagonista de su breve novela. Stevenson en sus últimos años en Vailima, capital de Samoa, bastante menguado por la tuberculosis que lo acosó durante casi toda su vida y que lo llevó a buscar los climas cálidos del Pacífico Sur, se ve involucrado en la violación y el crimen de una adolescente samoana y en el incendio de un bar en el que mueren varios nativos. Stevenson apenas conoció a la muchacha, a quien vio bailar con gran ritmo y soltura en una fiesta típica. Eso sí: quedó perturbado por su extraordinaria belleza. Al parecer, lo único que hace con ella es pedirle prestada su sonrisa para el personaje de una novela sobre el bien y el mal que estaba escribiendo. Todo indica -en la ficción de Manguel- que el principal sospechoso del crimen es Baker, un oscuro predicador escocés obsesionado con la inmoralidad en la que viven los indígenas y dispuesto a "hacer lo que sea" para salvar el alma de esos pecadores: "Aquí el calor reblandece los nervios y hace que el pecado brote como flor de fango". Los hechos aparentemente no tienen ningún misterio. Stevenson vive feliz en su isla y pese al impacto inicial de aquel mundo salvaje, ha aprendido a convivir con él. La "orgía de colores y sonidos" reina afuera mientras en su casa, con su esposa Fanny, su madre y sus hijastros, mantiene el decoro y lleva la vida convencional de un caballero escocés. El culpable no puede ser otro que el fanático Baker. Pero el asunto no es tan fácil. La función de Baker en el relato será la de arrojar un manto de duda sobre la personalidad de Stevenson y probar que, así sea imaginariamente, no está libre del mal. No es posible que él, con su débil salud y su gusto por el vino, no haya sentido envidia de los bebedores de la taberna o que, aburrido de los cuidados maternales de Fanny, no haya deseado poseer a la joven samoana. Como creador de El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde, esa certera descripción de las ambigüedades entre el bien y el mal que desgarran el corazón de los seres humanos no debió permanecer exenta de tales conflictos. Por eso no resulta descabellado que ahora Manguel lo muestre poseído de una doble personalidad y lo lleve a vivir las mismas encrucijadas morales de sus personajes. De niño, en Edimburgo, mientras rezaba en su cama y meditaba sobre la caída del hombre y la furia de Satanás, lo embargaban fuertes deseos de cometer actos "ingenuamente pecaminosos". De adulto frecuentaba prostitutas -a las que quiso y defendió mucho- y le gustaba participar en concursos de blasfemias "de los que salía triunfante". Y tuvo amigos poco recomendables como un satírico que le enseñó a ver el aspecto negativo de todas las personas, ideas o sentimientos (incluidos Dios y Shakespeare). O Chantrelle, un delincuente que había abandonado Francia e Inglaterra por asesinato y durante su exilio en Edimburgo, varias personas fueron víctimas de "sus pequeñas cenas y su plato favorito de queso fundido y opio". Stevenson tuvo una inclinación a la vida bohemia y pandillera de la que en cierta manera fue apartado por la muy puesta y asentada Fanny, que hizo las veces de enfermera, niñera y hasta lectora de sus borradores. Por eso llegará a decir que "una vez casado, a uno ya no le queda nada, ni siquiera el suicidio, sino ser bueno". Y bueno y generoso también fue con sus amigos necesitados, a quienes les enviaba dinero aun privándose de comodidades. Es decir, todo un caballero, no obstante sus pecados, o mejor, precisamente por ellos. Como bien lo dijo Javier Marías: no hay auténtico caballero que no se haya comportado como un rufián al menos una vez en la vida.