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Sus libros nos dicen que leer nos ha hecho lo que somos

GABO

Taller de Gabolectura

Julio Ortega, escritor y crítico peruano, invitó hace unos años a varios escritores y traductores a que escribieran sobre su relación con los textos de García Márquez, a que hicieran su 'Gaborio'. En esta edición de aniversario SEMANA publica algunos de los testimonios.

3 de marzo de 2007

Volando de regreso a Providence, Estados Unidos, leía yo el primer capítulo de las memorias de Gabriel García Márquez, cuando advertí que mi vecino leía otro libro suyo. Al mirar hacia la fila de al lado comprobé que alguien más estaba leyéndolo y ya no me extrañó que en la fila posterior una lectora hiciera lo mismo. ¿Y si todos los pasajeros de ese vuelo estuviesen leyendo a García Márquez? Consideré las posibles explicaciones: l) estas novelas tienen la duración promedio de un vuelo, como otrora las de Stendhal suponían un viaje en tren; 2) se trataba de una nueva ola migratoria del sur que hacía de estos libros su documento de identidad; 3) leer volando es otra nostalgia del realismo mágico.

Pero enseguida concluí que cada lector no sólo leía un libro diferente sino a un autor distinto. Aun si el libro era el mismo, cada uno estaría leyendo otra novela. Me pareció entender que García Márquez había convertido la lectura en el acto novelesco por excelencia. Gabo, me dije, nos ha convencido de que leemos sus libros como sagas de la comedia humana latinoamericana. Pero, en verdad, en sus libros hemos aprendido que la lectura misma es la biografía de nuestro tiempo. Al modo de Cervantes y Borges, ha construido una enciclopedia de leer y de releernos como padres e hijos de la letra. Sus libros nos dicen que leer nos ha hecho lo que somos y que la novela nos salva del pelotón de fusilamiento gracias a que seguimos leyendo. El tiempo se prolonga en una frase.

Bien visto, lo que leemos es el espectáculo del mundo como la disputa de las interpretaciones por explicarlo, habitarlo y, con mucha lectura, humanizarlo. Ocurre en estas novelas, una y otra vez: los hechos son debatidos, contradichos, recontados y, al final, releídos. A veces, como en Crónica de una muerte anunciada, las interpretaciones exigen una víctima, y Santiago Nasar es sacrificado como el primer mártir de la hermenéutica. Como las buenas víctimas propiciatorias, él es el único que ignora la intensa lectura que lo elige como muerto. En El general en su laberinto, Bolívar es el héroe de la interpretación infinita porque sigue disputando con su demanda de emancipación el sentido de cada pregunta por América Latina. En cambio, en Del amor y otros demonios, la niña ilegible que ha sido mordida por un perro rabioso en el sopor del siglo XVIII caribeño suscita la interpretación como juicio relativo. Ella es el ángel criollo de la lectura: su supuesta enfermedad es leída abusivamente. Enclaustrada, acusada de bruja y endemoniada, al final, bajo la autoridad mayor de la lectura, la de la Iglesia, es exorcizada y muerta.

No me extrañó descubrir, antes de aterrizar, que el propio García Márquez ha leído de modo distinto sus novelas. Al comienzo de todo, como si fueran hijas del asombro y la abundancia, de esa primera lectura de América Latina, cuando la palabra "palmas" ponía de pie a las primeras palmas. Por qué no me van a creer, si le creen a la Biblia, recuerdo que solía decir. Después favoreció la lectura de Cien años de soledad como documental y juró que podía probar que cada página venía directamente de la realidad. Pronto abandonó las licencias del realismo mágico (ahora mismo hay en inglés tres nuevas novelas sobre las propiedades sobrenaturales del chocolate) y sugirió que su Bolívar era hijo legítimo de la documentación. La Academia Colombiana de la Historia trató de refutarlo; pero, advirtió un historiador resignado, al final esa novela será leída como verdad histórica.

A esta saga de la lectura le faltaba su poética y el autor la propone en Vivir para contarla. El memorable primer capítulo plantea una interpretación de la vida como una creación de la lectura. Desde su mismo nacimiento, sus padres se convierten en sus primeros personajes. Gracias a ellos, Fermina y Florentino viven en la inminencia epifánica de su novelización.

Y a esta biografía de leer le faltaba todavía su modelo de lectura: un 'Gaborio', digamos, donde los lectores testimonien su parte de ficción encendida por esas novelas. Este taller de leer estaría en movimiento perpetuo y sería permutante e ilimitado. Cada lector lo puede hacer suyo, sumar su testimonio y operar el recomienzo de esta biolectura. Los cien años de esta edad solar de la lectura son también los 40 de su rotación y el instante de su recomienzo.