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TEATRO EN EL BAÑO

La vulgaridad caracteriza a la última obra puesta en escena en el Teatro Nacional.

25 de julio de 1988

Las mujeres que aparecen en el "Baño de Damas", el reciente estreno del Teatro Nacional, dan grima. Pretenden ser en sus papeles como las mujeres que pinta el bolero: soñadoras, ardientes y coquetas, que se dan al amor con frenético ardor, pero cuando comienzan a actuar se convierten en drogadictas, lesbianas, prostitutas o despechadas. Los hombres, por su parte, no salen mejor librados: un mesero transformista y un político atravesado, borracho y que con pistola en mano, desea sembrar el terror y sacar a su mujer del establecimiento. Y lo que se dice de ellos tampoco es muy generoso. Por eso la obra deja un amargo sabor.
Pero ese sabor no surge sólo de la calidad de la obra. La problemática aun cuando es muy actual y real, está pobremente abordada y los diálogos, que pretenden ser picantes, se quedan en la vulgaridad y la ramplonería. El drama social de cada una de estas mujeres se pierde, y todo aquello que en otro contexto sería trágico: la experiencia sexual prematura de una niña de 13 años, el aborto de su amiga, la bisexualidad de una mujer y el acoso sexual a unas secretarias en las oficinas, se cuentan mezclándolos con chistes que resultan de mal gusto y que le confieren un tono vulgar a la obra .
El atreverse a traspasar la puerta de un baño de mujeres de una discoteca de moda, como dice la propaganda, no es en este caso precisamente para reirse, sino para dolerse y hasta asquearse. Ese espacio tan intimo, el baño de mujeres, que como recurso teatral, literario y hasta cinematográfico, ha sido muchas veces utilizado con éxito, queda en esta ocasión reducido a un ambiente de burdel.
Doce mujeres: una maestra de escuela borracha (Patricia Grisales), una actriz de moda (Stella Rivero), dos secretarias del Congreso (Paula Peña y Tita Duarte), una empleada doméstica encargada del mantenimiento del baño (Lucy Martinez), unas jóvenes universitarias (Adriana González, María Eugenia Parra, Ingrid Hoffman), la hija de la doméstica (Juanita Humar), en fin un grupo de mujeres de todas las edades, de todos los colores, de todos los tamaños y de diferentes clases sociales, desfilan por el escenario mostrando lo común que hay en sus vidas. Y eso común es, paradójicamente siendo la obra una comedia, la tristeza de sus vidas. Una tristeza que se oculta tras sus caras pintadas y sus atuendos de moda, pero que no logra calar en el espectador. Y el travesti (Mauricio Figueroa) que hace a la perfección este papel, tampoco logra conmover.
De la obra se salva la escenografía de Carlos Ignacio Ordóñez, que es impecable. El baño está tan bien logrado que no deja dudas. La dirección de Ramiro Osorio es meritoria al intentar, con relativo éxito, mezclar actrices veteranas con otras que por primera vez pisan un escenario y que, en el conjunto general, no desentonan porque parecen como mandadas a hacer para sus papeles. Sin embargo, las deja reducidas a actrices de tercera categoría. El reto de dirección era muy grande al mezclar 14 actores en un escenario pequeño, pero las mujeres entran y salen del tocador y se juntan, por momentos, con naturalidad.
La obra original del venezolano Rodolfo Santana no merecía, sin embargo, un escenario de la excelencia del Teatro Nacional, que le abrió sus puertas a obras de la calidad de "La obscenidad de cada día", o "Yepeto", para citar sólo dos de las obras que se presentaron con ocasión del Festival de Teatro Iberoamericano, o con la aplaudida "Hay que deshacer la casa", montada por el propio Teatro Nacional.
La cosificación del hombre y de la mujer, la banalización en las relaciones familiares (madre-hija, esposo-esposa), el problema de la droga y del sexo, merecen ser tratados y han sido una constante en el teatro de todos los tiempos, pero en estos temas, más que en cualquier otro, la vulgaridad termina agrediendo el espectador y aquello que se pretendía, la crítica social, no se logra.
En mala hora el Teatro Nacional tan cuidadoso en la selección de sus obras, se embarcó en este "Baño de Damas", que abre las puertas, no a las carcajadas sino al tedio, y que al pretender levanta ampolla y crear polémica, despierta lástima por lo grotesco del espectáculo.