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Cees Nooteboom, novelista, ensayista, poeta, traductor y autor de varios libros de viaje.

LIBROS

Tenía mil vidas y eligió una sola

El escritor holandés Cees Nooteboom presentará en Colombia una antología de su poesía editada por la Casa de Poesía Silva.

Luis Fernando Afanador
20 de abril de 2013

Luz por todas partes
Cees Nooteboom
Casa de Poesía Silva, 2012
302 páginas

Hace muchos años leí La historia siguiente, de un desconocido escritor holandés, Cees Nooteboom, apellido rimbombante que en neerlandés simplemente quiere decir nogal, árbol de nueces. Trataba sobre un profesor de griego y latín que se acuesta en Ámsterdam y se despierta en Lisboa. El personaje está viviendo los dos últimos segundos de su vida, que se proyecta como una película en la que hay una escena indispensable: la historia de amor con una alumna. 

Novela densa, en las que están presentes sus rasgos distintivos: el viaje, la identidad, la meditación y la presencia de la poesía. En cualquier cosa que leamos de Nooteboom está presente la poesía. Así se trate de un ensayo, de una novela o de un libro inclasificable como Tumbas de poetas y pensadores. Que, por cierto en el original conserva la palabra española tumba por su valor eufónico.

Hace dos años, tuve el placer de conocerlo y conversar con él en su visita a Colombia. Yo tenía en las manos su último libro, el Enigma de la luz, sobre sus viajes —tema recurrente— en busca de sus pintores amados. Me habló entonces de un cuadro de Hopper y otro de su compatriota Vermeer, mi pintor preferido.

Los comparó y me hizo la siguiente pregunta: ¿Quién es el intruso que está mirando ambos cuadros? ¿De dónde viene esa luz antinatural? Preguntas sorprendentes que me revelaron su capacidad de observación y de relacionar las cosas. Ese mismo día leí los textos sobre esos dos cuadros y ya no pude parar con el resto del libro. Un libro de crítica apasionante. ¿Cuál era el secreto? Otra vez la poesía: “Un poeta que ama a un pintor no puede remediar ver los cuadros de este como seres vivos”. 

Hay prosistas como Faulkner, como Joyce, como García Márquez, en los cuales cada frase se encuentra sustentada por la poesía. En ese catálogo, por supuesto, hay que incluir a Nooteboom. Aunque su caso es distinto. Además de ser un narrador influido por la poesía, ha incursionado con éxito en el género: ha escrito directamente buenos poemas. Ese club es todavía más exclusivo. Pues bien, para apreciar a cabalidad sus poemas, la Casa de Poesía Silva ha publicado Luz por todas partes, una antología  bastante representativa, traducida especialmente para esta edición —en su gran mayoría— por Fernando García de la Banda. 

“¡Tenía mil vidas / y elegí una sola!”, dicen unos versos de este libro que nos dan una pista para introducirnos en su universo poético. Hay que elegir, la vida es una elección entre múltiples opciones. El poeta quiere vivirlas todas, por eso viaja. Muchos de los poemas hacen alusión a su vida trashumante. Paisajes, lugares: “Y de repente ahí está, un mapa, / un atlas sin nombres /continentes de los que no reconoces / la forma, regiones coloreadas en verde / entre mares anónimos”.  

Pero los viajes no son únicamente espaciales, hay viajes en el tiempo, en la historia. La poesía de Nooteboom también viaja a través de la obra de varios artistas —poetas, pintores, fotógrafos— antiguos y contemporáneos con los cuales dialoga y prolonga su experiencia vital. Consigue más vida a través de otras vidas. Y, a la geografía real, le añade una geografía imaginaria. A diferencia de lo que plantean algunas religiones, para Nooteboom la transmigración de las almas es algo que tiene lugar no después de la muerte sino durante la vida. 

Sin embargo, de tanta vida acumulada, de tantos  viajes, ¿qué nos queda? De esa elección o, mejor, de la tensión que surge al tener que decidir entre una y varias vidas, nacen sus poemas más bellos: “La vida / deberías poder / recordarla / como un viaje al extranjero / y con amigos o amigas / comentarla luego / y decir / no ha estado mal, / la vida, / y ver pasar jirones de mujeres, misterios / y paisajes…”. 

La poesía de Nooteboom es profunda, interroga permanentemente el misterio del mundo. Mirar, ver, son palabras que se repiten con frecuencia en este libro. Pero eso, de ninguna manera, hace oscura su poesía. Un lenguaje coloquial evita la abstracción y los “arteros peligros” de la “poesía poética”. Al igual que Basho, a Nooteboom solo le interesan las palabras que “brillan y hacen daño”.