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TIMIDO PERO SALSERO

Refugiado en un barrio de Invasión de Cali, Oscar Muñoz, a los 30 años se afirma como un nuevo valor de la pintura colombiana

16 de agosto de 1982

Cuando participó en un Concurso de Pintura Infantil y los jurados le negaron el premio, por suponer que traía calcada en su memoria el tema -nada menos que una mujer desnuda- su precoz imaginación jamás había topado una modelo real: nunca había visto un cuerpo femenino desprovisto completamente de sus ropas.
Sin embargo, este primer destello infantil que brotara de manera tan intuitiva e inconsciente, se convertiría para Oscar Muñoz, con el paso de los años, en la certidumbre de una verdadera vocación. Vocación que sús padres tomaron inicialmente con recelo: era el único hijo varón en medio de una estirpe matriarcal y quizás pensaban en las dificultades futuras, en la incertidumbre de un porvenir sin amparo de diplomas ni etiqueta de profesional.
Pero Oscar estaba decidido. Pintando era como realmente se sentía cómodo y a sus anchas, aportando algo de sí mismo. Entró entonces a estudiar a la Escuela de Bellas Artes de Cali (donde lo hicieron a su tiempo Edgar Negret y Ever Astudillo entre otros), de donde salió con la sensación de que todo estaba por hacerse y que la única manera de lograr algo era imponiéndose una disciplina de investigación y trabajo. De esa época data su primera exposición en Ciudad Solar, donde presenta una serie de de cuadros con prendas femeninas (ligueros, medias, brasieres, etc.), adheridas a los dibujos de mujer, tema que tras pasar por distintas etapas -pinturas divididas por una cortinilla en dos, para contraponer dos visiones diferentes de una misma circunstancia social, cuadros de vampiresas acechantes regodeadas en los años veintex- ha evolucionado hasta lo que hace hoy.Figuras seniles ambientadas en espacios grises y lúgubres. Sórdidos inquilinatos y habitaciones cerradas donde la virtuosa combinación de blanco y negro, de luces y sombras, acentúan la presencia dramática de los objetos cotidianos, a los que últimamente está dotando de color.
Porque la larga experimentación con las carboncillas en blanco y negro que tanta atmósfera da a sus cuadros proviene de una inteligente manera de adecuar una insuficiencia orgánica a sus necesidades de pintor: la razón escondida y última por la cual Oscar Muñoz ha divagado tanto tiempo entre "luces y sombras", hay que buscarla en su irremediable daltonismo. Carencia que si bien le ha ocasionado uno que otro problema personal, le ha otorgado igualmente el más certero recurso para desarrollar sus propósitos artísticos.
No es de ninguna manera un gran conversador. Cuando habla se nota el balbuceo tímido e inseguro de quien no maneja las palabras. Y a pesar de cierta fama contraída por su afición a las mujeres, sigue siendo un solitario emprender que ha instalado su casa lejos del bullicio ciudadano, en medio de un barrio pobre y conquistado últimamente por las invasiones, pero con la vista panorámica más hermosa de su querida Cali. Allí, cada mañana se levanta muy temprano a encerrarse a trabajar en su taller. Con su característica habilidad y rapidez, obtiene un cuadro completamente terminado a veces en tres días. Y cuenta además, con la incondicional y paciente ayuda de su madre, su modelo única, desde hace mucho tiempo. Ella deja muchas veces su casa de "El Peñón" una especie de selva tropical que ha llenado con diversidad de matas, cientos de canarios, un acuario, tortugas, una perra y una gigantesca veranera que sombrea el patio interior -para posarle durante horas en una misma y estática posición. Este devoto aficionado de la salsa, que posee una de las discotecas más completas en su género, que descuella por su timidez y su lealtad hacia Cali- se aleja por unos meses, siempre para volver a ella expondrá a finales del presente año y por segunda vez, en la Galería Albert Loeb de París.
Cumple 31 años en el próximo octubre. Pero quien lo ve caminando distraídamente por las calles de la ciudad, con el pelo cayéndole por la frente y las camisetas chinas ahuecadas de tanto fumar, podrá suponer que es un muchacho cualquiera.
La juventud y la incipiente fama, todavía no han logrado arrebatarle su cariz de informalidad, el apego a su música, al cine y a sus escasos amigos.
Astrid Muñoz