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TODO EL MUNDO TIENE UNA HISTORIA

El relato de una niña que aprende a incorporar los cuentos a su vida.

27 de diciembre de 1999

A Juliet le gustaba el teatro. Una vez al año, el día de San Esteban, con sus padres y con su
amiga Kitty Ann, recorrían casi 80 kilómetros en carro desde la granja en que vivían, para ver alguna función.
Le encantaba ese momento en que se sube el telón y aparece una mujer disfrazada o un gigante de piernas
tan largas que deja a todo el mundo boquiabierto. Le gustaban las aventuras de Bugs Bunny en televisión _no
tanto como a Kitty Ann_, pero lo que más le gustaba en el mundo era escuchar cuentos.
La pequeña pantalla del televisor era como el marco de un cuadro y el teatro también tenía un marco, lleno
de colores y personajes y cosas que pasaban. En cambio, cuando le contaban una historia, tenía que
imaginársela y eso era lo que le gustaba a Juliet. Era ella la que tenía que elegir los colores y ponerles
rostro a los personajes. Intentaba explicárselo a Kitty Ann, pero Kitty Ann decía que prefería a Bugs Bunny.
Paddy Old le contaba historias a Juliet. De pie, con su pelo blanco y mal afeitado, junto a la chimenea de
su casa, Paddy Old le hablaba de El marinero y la rata, El hombre que perdió su sombra, La rana que era un
hada. Todo el mundo tiene una historia, decía Old, y comenzaba a contar la historia de Rory, un hombre que
creía no tener historia para refutarlo.
Pero un día Paddy Old murió y nunca más se escucharon sus historias. Juliet extrañaba su voz, su figura
erguida en la puerta de la casa o junto a la chimenea. Extrañaba la expresión de sus ojos claros,
ausentes, como si él también fuera capaz de ver a todas aquellas gentes de las que hablaba. Se volvió triste
y se peleó con sus padres, con Kitty Ann y con Declan Flynn quien le dijo: todo el mundo se muere cuando
llega a cierta edad.
Entonces sus padres le dieron una sorpresa: un largo viaje en compañía de su abuela. La abuela, para
entretenerla, le contó la historia de Los girasoles en la nieve. La abuela contaba de una manera muy distinta
a como contaba sus historias Paddy Old. "No hay dos cuentistas iguales", recordó Juliet que solía decir
Paddy Old. Y las historias de la abuela tenían algo especial. Mientras las contaba, a Juliet le pareció que
cuando estaban hablando del protagonista, en realidad se referían a ella. Por primera vez en su vida Juliet
sintió que era un niño, que era ese niño, y que todo lo que él pensaba era lo que ella pensaba, y todo lo que
decía lo podría decir ella.
De aquella manera, identificándose con los protagonistas, fue escuchando La bruja que vino a pasar el fin de
semana, La niña de la puerta y el caracol, El rey que se casó con la reina adecuada. Y fue aprendiendo que
se pueden cambiar las cosas que nos rodean, que las brujas no eran nada del otro mundo, y que si uno está
solo puede tener conversaciones con caracoles solitarios. Que no es posible entenderlo todo y el mundo sería
muy aburrido si lo entendiéramos todo.
Ya estaba preparada para vivir su propia historia y eso es lo que hará _muy bien, por cierto_ en Le Roc
Blanc, el pueblo veraniego francés que va a ser la última etapa de su viaje. Ha descubierto que las historias
que valen la pena son las que podemos hacer nuestras, las que nos acercan a la vida porque nos permiten
comprenderla: "Juliet sabía, aunque no sabía cómo lo sabía, que si en algún lugar había otras historias,
ella las encontraría y las escribiría también. Llegarían hasta ella en sueños y también a través de las cosas que
de verdad pasaban y que la gente contaba. Cambiaría algunos trozos y añadiría otros, porque eso era lo
que había que hacer: transformarlas en algo propio".
Como El principito, como La historia de la gaviota que cayó al mar y del gato que le enseñó a volar, La
historia de Juliet es también una historia para niños de 8 a 88 años. No importa que haya muchos Kitty Ann:
siempre habrá alguien dispuesto a leerlas.

Novedades
Hernando Salazar Palacio
Desaparecidos Intermedio
266 páginas $ 19.900
Desde la desaparición de la bacterióloga Omaira Montoya, el 9 de septiembre de 1977 en Barranquilla, en
Colombia han desaparecido por lo menos 4.000 personas pero, según las Organizaciones No
Gubernamentales de derechos humanos, esta cifra podría ascender a 10.000 por el miedo de mucha gente
_sobre todo en las zonas rurales_ a denunciar estos hechos.
Para el periodista Hernando Salazar Palacio, esa es una cifra que nos hace comparables con países como
Argentina, durante la dictadura militar. Y lo peor es que _amén de la absoluta impunidad_ la desaparición
forzada ni siquiera es un delito penal. Siete proyectos de ley se han hundido al respecto en el Senado de
la República.
Sin entrar a juzgar la conducta de las personas que fueron desaparecidas, el libro busca aproximarnos al
drama concreto sufrido por seis familias ante la desaparición de sus seres queridos.
Los amigos del barrio pueden desaparecer, pero los dinosaurios están lejos de desaparecer.


Daniel Ulanovsky Sack
Los desafíos del nuevo milenio
Aguilar, 1999
308 páginas
$ 35.000
Treinta y cinco entrevistas a los grandes pensadores contemporáneos, realizadas por el periodista Daniel
Ulanovsky Sack.
Cuáles son los temas pendientes que este fin de milenio no supo, no pudo o no quiso resolver y de qué
manera los hereda el comienzo del próximo, el mítico año 2000, es lo que Ulanovsky pretende contar en su
libro.
Las relaciones instantáneas pero virtuales, el achicamiento del mundo como potenciador de xenofobia, la
ciencia que empieza a competir con la naturaleza y la economía mundial como coto privado sin injererencia
de los Estados, son algunos de los desafíos que el entrevistador somete a la opinión de las
personalidades de distintos orígenes y disciplinas.
Posiblemente el reto del próximo siglo _dice Fernando Savater en el excelente prólogo_ consista en potenciar
la civilización a partir de cada una de las culturas y no cada cultura en detrimento de la común civilización.