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"TODO ESTO ESTA LOCO"

10 de abril de 1989

ALEJANDRO OBREGON
La última vez que habia salido a la luz pública, Alejandro Obregón estaba enfrascado en los grises, en la lección que de ellos hay en la pintura universal. Venía de la consternación por la muerte ecológica de la Ciénaga de La Virgen. De una especie de asfixia voluntaria del color. Y después fueron las copas y esa referencia simbólica de la promesa, de la ilusión. Ahora son los vientos y los mares de leva, los que agitan esa paleta a la que le critican la desfachatez del color, del brochazo y el placer como si fueran una sola cosa. A Obregón lo guía la meteorología. Esa cantidad de indicios que en el clima y los elementos se producen para anunciar lo que vendrá: los vientos por ejemplo, que una vez sembrados recogen tempestades. Es él solitario en su propia barca, un poco a merced del talento y cientos de compradores, de observadores, de amigos que son irrestrictos en la admiración de su figura toda--pintura y genio incluidos. Por eso defrauda o conmueve pero nunca es ignorado como sí son muchos otros en el país. Por eso en el fondo él agradece a sus contradictores: "En este país quieren acabar con los viejos. Los críticos al menos. Pero no nos vamos a dejar... ni peligro. Se necesita un cierto combate en el arte, porque eso significa que la gente se lo toma a pecho".

Parado en medio de sus cuadros, algunos venidos de la Galería Aberbach de Nueva York, otros de Bogotá, otros nuevos de Cartagena, recogidos como su última cosecha por la Galeria Duque Vargas de Medellín donde ahora expone, él respira hondo y recuerda de repente de dónde le llegaron los vientos. Todo está loco. Por Cartagena nunca había pasado un huracán. el "Joan" me despertó a las cinco de la mañana. Salí a la terraza y sentí miedo: algo telúrico. Había olas enormes. La naturaleza muestra su dominio en medio del desmadre. Uno no conoce bien el objeto, no sabe el porqué de las cosas y resulta algo del subconciente. El gesto de escaparme de la tíerra lo decidí porque no me gusta lo que estaba pasando. Me tiré al mar, a unos mares siempre muy limpios porque el mar lo desinfecta todo, con esas cantidades de yodo. Estos mares y estos vientos son muy violentos y tienen que serlo porque uno está rodeado de tanta violencia".

SEMANA: ¿Por qué brilla otra vez el color?
ALEJANDRO OBREGON: Uno coge cierto color y le dedica toda la energia. Hasta que se acaba. Un día uno abre el cajón y no hay más. Es tan simple como eso. No es algo intelectual sino sensorial. Toma afecto por determinada combinación hasta que se acaba y entonces cojo otro.
Hay mucho negro en mi pintura últimamente. Pero no es, como la gente cree, la suma del color, o la negación del color. El negro es espacio. Es infinito. Creo que los vientos me van a devolver otra vez a la tierra, a la violencia, a toda esa denuncia.

S.: Su cuadro de "La Violencia" cuentan que le produce rabia. ¿Le vienen imágenes recurrentes de este u otro cuadro suyo?
A.O.: Me cuentan que Eduardo Santos le dijo a su sobrino Hernando Santos cuando éste lo compró, que cómo iba a poder vivir con esa cosa tan horrorosa. Es horroroso. El tema de la violencia dio una serie de genocidios, de masacres. El 9 de abril una señora en cinta atajó una bala y ella murió ahí mismo. Le hicieron una cesárea y encontraron que el niño tenía la bala alojada en la cabeza. Qué destino, qué signo. El mismo 10 de abril lo pinté, cuando me contó esa historia alguien que la había visto.

S.: ¿No rehúye la actualidad en su refugio de pintor?
A.O.: Leo mucho los periódicos.
Me inspiro en ellos. Hace diez años pinté las zozobras, que no son otra cosa que eso, pintar las noticias. Sale una niña del colegio y la encuentran en un potrero violada y todo eso que sucede diariamente.

S.: ¿En Estados Unidos la lectura que hacen de su obra da cabida a la violencia?
A.O: No, es completamente dístinta. Es el realismo mágico, lo tropical. Pero son mares violentos y a la vez en mi pintura sale algo muy Caribe.

Sobre la mesa mira un cóndor negro de madera que dice Obregón en violeta.

S.: ¿ Y esto? ¿Es lo único que usted ha hecho en volumen?
A.O.: Y una barracuda. Hice el prototipo y sacaron 50 en la fábrica de mi hijo Diego.

S.: ¿Su descendencia está poblada de artistas?
A.O.: Tengo una níeta, que se llama Alejandra. Ella lleva un diario pero no escrito sino dibujado. Tiene 16 años y estudia ahora en Londres. Es una artista. Eso es irremediable.
Mi hijo Diego es diseñador industrial y tiene una fábrica donde hacen sus muebles. Y el otro Rodrigo, es actor.
Es el que mejor pasa. Vive en Los Angeles y ahora filma una película en Hawaí con conejitas de Playboy.

S.: ¿Ha tenido alguna vez discípulos de su arte, así sea a pesar suyo?
A.O.: Como profesor soy fatal. Se influye demasiado y sólo puede enseñarse a pintar tal como lo haces tú.
Tal vez la única sea Cecilia Porras.
Ella fue mi alumna en la Facultad de Artes de la Nacional y pensaba que era un gran pedante. Cada vez que me acercaba a su caballete y le decía: "Señorita Porras...", ella dejaba sus pinceles y se salía al patío a fumar.
Yo seguía hablando solo... "Este color está sucio" y todas estas tonterías que se dicen irremediablemente cuando se enseña pintura. Ella pasó dos semanas haciendo un desnudo, un dorso magnífico. Cuando me acerqué, ella hizo lo mismo y yo le dije parado al lado del cuadro: "Señorita Porras, esto es una maravilla pero usted no dio el do de pecho". Cogí la espátula y lo raspé hasta dejarlo todo en el caballete. Ella se puso como una pantera pero nunca más se volvió a mover. Para defender el cuadro, al menos. Y fue mi amiga.

S.: Se debate ahora el papel de los maestros en los Salones Nacionales.
¿ Qué encontró en el XXXII que se hizo en Cartagena?
A.O.: Vi mucha energia pero muy poco convencimiento. Son escépticos los muchachos y tienen además mucha influencia del feísmo alemán. Es justificable que pinten con agriera quienes son nietos de todo el desastre del nazismo pero eso no tiene nada que ver con Colombia. El de aqui es otro tipo de violencia, más elemental, para nada intelectual. A la violencia no la veo en estas obras, la rehúyen.

5.: ¿ Y qué pasa, según usted?
A . O.: Autenticidad. Eso falta. Quise disolver dos facultades de arte. Esa de la Uníversidad Nacional de Bogotá cuando el nueve de abril. Fui donde el profesor Luis López de Mesa y le díje que era una ínmoralidad que tuviéramos 150 alumnos cuando sólo cuatro de ellos tenían talento. La gente entra buscando un diploma, cosa que es absurda. Servírían mucho más al país las artes aplicadas, que se integran más a la vida. Esos muchachos tienden a quedar envenenados, frustrados. El píntor que es pintor sale con o sin escuela. Con las artes aplicadas podrían tener un oficio para ganarse la vida. Porque es muy dificil ganarse la vida pintando. Hay que tener mucha suerte.

S.: Es íntransferible la pintura...
A.O.: Es el arte del silencio. No tiene palabras. Una vez en una universidad norteamericana, en Princeton, estaba en una mesa redonda que moderaba el director de la Fundación Guggenhaim, Armando Morales; el pintor nicaragüense José Luis Cuevas y yo. Del hotel a la conferencia iba armando mi cuento sobre el silencio.
Cuando me pasaron el micrófono se me cruzaron todos los cables. Le pedí al auditorio que me diera 20 segundos para organizar mis ideas. Conté los 20 y fue peor. Sólo pude decir en inglés: "All my cables become crossed". Comenzaron a mirarme como un loco. Les pedí a todos que pestañearan. Todos comenzaron a hacerlo.
Les dije que más duro que no oia. Tomé el micrófono y lo acerqué al ojo y pestañeé duro. No se oyó nada. Les dije que la pintura se hacía con el único órgano silente del cuerpo. Creo que el moderador me dijo que estaba loco. Creo que entendieron.

S.: ¿Sintió algo usted con la muerte de Dalí?
A.O.: Un pintor excelente. Ferozmente imaginativo. Su muerte fue muy triste porque duró demasiado.
Alguna vez en Cadaqués lo encontré a las seis de la mañana caminando por la playa del brazo de un pescador. Iba de frac. Y no lo hacía para empatar a nadie, porque no había turistas. Era su estilo. No hacía eso para nadie, se lo hacía a sí mismo. Quería diseñarlo todo, hacer un mundo.

S.. ¿Tiene usted comunicacion intensa con algún pintor vivo?
A.O.: Con Fernando de Syszlo, el peruano. Somos muy amigos. Y con los colombianos de mi generación.
También con Juan Manuel Lugo, excelente pintor; coincidimos en esa cosa mágica.

S.: Y a partír del Salón Nacional de Artistas, ¿hace un desahucio, o hay alguíen que le interese? Se me ocurre Bibiana Vélez, que tiene algo suyo...
A.O.: Ella me lo dijo, aunque no aparece. "Detrás de mi pintura está siempre un cuadro suyo". Ella es una pintora, no hay duda. María Cristina Cortés y Gustavo Zalamea tenían unas obras excelentes en el salón. El resto eran experimentos, lo cual es bueno sólo cuando resulta. Son muy conceptuales, están siguiendo mucho la moda. Pero el rojo no existe hasta que no lo pongas. Mientras tanto es solo una r, una o, una jota y una o. Y lo pones y es. -