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Tonos destemplados

La Orquesta Sinfónica de Colombia está abandonando sus luchas musicales, por las sindicales.

5 de julio de 1993

CADA VEZ QUE SE HABLA DE LA ORquesta Sinfónica de Colombia, se hace referencia a los "tiempos aquellos" en los que la orquesta trabajaba bajo la conducción del director europeo Olav Rots, en la decada de los 50. La sinfónica era entonces una institución admirada en todo el país, con un prestigio que parecía nadie podría arrebatarle. Pero esos años pasaron, y hoy, más de 30 años después, los integrantes de la primera orquesta sinfónica nacional siguen recordando a Rots como si buscaran una tabla de salvación en la memoria, ante la crisis que atraviesan.
La poca asistencia a los conciertos en los últimos años y las escasas muestras de desarrollo artístico, en contra de los altos costos de mantemiento de la institución, han hecho pensar a más de un colombiano si sería mejor acabar con la orquesta, para no seguir sosteniendo algo que no da asomos de progresar.
Pero lejos de que el problema sean las capacidades musicales de sus integrantes, pues nadie duda de ellas, el punto de conflicto se centra en la posición laboral del sindicato de músicos, ahora que se han cumplido los dos años de vigencia de la convención actual con Colcultura, órgano estatal al que pertenece la orquesta, en marzo de 1993. En el pliego de peticiones del sindicato están contemplados toda clase de aumentos en el ingreso, y ninguna sugerencia artística. Por si fuera poco, las propuestas de Colcultura, que reclaman media hora más de trabajo diario, el aumento del número de conciertos en diferentes barrios capitalinos y el de las piezas colombianas en el repertorio, y un examen cada dos años para medir el nivel de los músicos, ni siquiera fueron escuchadas. Hasta el punto de que la convención se encuentra en este momento en arbitramento.
En realidad, la pelea esta casada prácticamente desde que el actual director del organismo, Ramiro Osorio, asumió el cargo en noviembre de 1991. Segun Osorio, el grado de anquilosamiento en que encontró a la Sinfónica, lo llevó a desarrollar un plan acelerado para su recuperación. La idea era sacar a la orquesta del teatro y presentarla en las iglesias de los barrios del sur, donde la actividad cultural es baja. Con la ayuda de su asesor musical, el compositor Guillermo Gaviria, el objetivo se fue logrando. De los 50 conciertos en el año en 1991 se pasó a 60 en 1992. Con sólo 10 conciertos más el año pasado, el número de asistentes que en el 91 rondaba los 12.500 se duplicó. Como el objetivo es educar al público, Gaviria decidió fraccionar la orquesta para que se pudiera cubrir toda la ciudad, tocando música de cámara en pequeños grupos de instrumentos. La orquesta había cumplido, hasta que llegó la fecha de la convención. A partir de entonces los integrantes de la sinfónica no quieren saber nada de compromisos artísticos, antes de que no sean aprobados todos los aumentos que desean.
El dirigente sindical de la orquesta, Ricardo Castañeda sostiene que la parte artística es un punto de administración interna que no tiene nada que ver con la convención. Por su lado, a Colcultura no le interesa tanto negarse a las peticiones sindicales como que se cree un compromiso serio de desarrollo musical en la orquesta. "Es más, agrega Gaviria, nuestras peticiones son tan convenientes para ellos, que parece que los sindicalistas fuéramos nosotros".
Lo cierto en todo este caso es que, actualmente, al Estado le cuesta mil millones de pesos al año sostener a la orquesta, es decir, un 35 por ciento del presupuesto de salarios del total del instituto, mientras la sinfónica representa el nueve por ciento de los trabajadores de Colcultura. El promedio salarial es de 500 mil pesos, sin contar con las primas para solistas, que por un concierto y su repetición, tienen derecho a una cifra adicional cercana al millón de pesos. Todo esto por un horario de trabajo entre las nueve y las 12 del día (con descanso de media hora), lunes a viernes, más dos conciertos a la semana. Si con todas estas prerrogativas, la sinfónica se niega a desmembrarse para cumplir funciones educativas, a brindar más conciertos y más piezas de autores colombianos y a aumentar en media hora su jornada laboral diaria, ya va siendo hora de que el Estado contemple otra alternativa para desarrollar la música sinfónica del país.