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Tony Manero

Por qué vale la pena ver este retrato sórdido de un sicópata chileno que trata de sobrevivir a la dictadura de Pinochet. ***

Ricardo Silva Romero
21 de noviembre de 2009

Título original: Tony Manero.
Año de estreno: 2008.
Género: Drama.
Dirección: Pablo Larraín.
Guión: Alfredo Castro, Mateo Iribarren y Pablo Larraín.
Actores: Alfredo Castro, Amparo Noguera, Paola Lattus, Héctor Morales y Elsa Poblete.

Es una película estremecedora, única. Pero no es nada fácil recomendársela a un amigo. ¿Por qué desearle a alguien que no nos ha hecho nada malo 98 minutos sórdidos en compañía de un sicópata cincuentón que sobrevive a la dictadura chilena imitando al protagonista de Fiebre de sábado en la noche? ¿Qué puede ganar un espectador de buena fe, que se ha pasado la semana entera trabajando, si se atreve a ver en la pantalla a ese tipo que sólo se conmueve cuando tiene en frente a John Travolta disfrazado de Tony Manero? ¿Para qué sirve ser testigo de la deshumanización del protagonista, el amargo, lúgubre e impotente Raúl Peralta, aparte de para llegar a la conclusión de que la miseria humana es infinita?

Tony Manero podría ser una perversa comedia de costumbres, la historia de un desempleado sicopático que se pasa los días entre su obsesión con el baile y un escabroso triángulo amoroso, pero su humor es tan negro, tan hastiado de la vida, tan poco compasivo, que debe ser considerada un drama realista que tiene una pésima opinión de la realidad. Sus devastadoras secuencias de sexo pasan del erotismo al patetismo de un momento a otro. Su escenario, el adormecido Chile de los años 70, que para no pensar reparte su tiempo entre los programas de concurso y los programas de deportes, es de una decadencia que produce escalofríos. Sus personajes, que no pasan de ser un grupo de admiradores de aquel perturbado imitador de Travolta, no tienen redenciones a la mano.

Así que ¿con qué cara decirle "no se la puede perder" a alguien que quiere ver algo reconfortante? No digo algo bobo. Digo algo que le devuelva al espectador todo lo que entrega. ¿Con qué cara recomendar una obra tan poco hospitalaria?

El director, Pablo Larraín, que debutó hace tres años con un largometraje titulado Fuga, ha elegido, para seguir las peripecias del protagonista, una cámara al hombro que por momentos recuerda la de los hermanos Dardenne: una cámara desde el lugar de los hechos. De esa forma, limitándose a ver lo que sucede sin tomarse la atribución de juzgarlo, ha conseguido evitar el sensacionalismo, pero ha hecho que Tony Manero caiga en una frialdad más bien falsa que no le permite dar el salto de buena a gran película. Y que la convierte en una de esas experiencias cinematográficas en las que la experiencia nubla un poco lo cinematográfico.

Sin embargo, se la recomendaría al público que quiere ser confrontado, al público que está listo a decirse en voz alta "'Tony Manero' dice que la dictadura es el triunfo de un pueblo de sicópatas", porque la interpretación de Alfredo Castro es una lección de actuación, porque tiene secuencias de esas que no se olvidan con facilidad, y porque nos despierta a una verdad que no queremos oír: que Latinoamérica, por no decir Chile ni Venezuela ni Colombia, es un continente triste habitado por imitadores.
 
**** Excelente
***1/2 Muy buena
*** Buena
**1/2 Aceptable
** Regular
* Mala