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Toros en primera persona

A partir del estilo de siete toreros, Caballero trata de establecer la esencia del arte de torear.

Luis Fernando Afanador
1 de junio de 2003

Antonio Caballero
Los sietes pilares del toreo
Espasa, 2003
223 paginas

Un libro (otro) de Antonio Caballero sobre toros. ¿Por qué leerlo? Y también ¿Por qué leer a Caballero? Buenas preguntas. Vale la pena responderlas antes. Entonces, como él diría: vamos por partes.

Sí, ¿por qué leer sobre toros? Yo no soy aficionado a los toros; tampoco los odio. En realidad, pensándolo sincera y desapasionadamente, creo que si hubiera tenido un buen maestro en el momento oportuno, me habría aficionado. Pero mi 'maestra' fue, a los 6 años, la empleada de servicio de una tía en donde vivía que me llevó, a escondidas, a ver una corrida de toros de quinta en la Santamaría: lo único que recuerdo, lo más interesante, es que al torero se le descosió el pantalón en la parte de atrás y no tuvo reparo (ni otra opción, supongo) en solucionar el problema con un grueso y nada estético esparadrapo.

Años después, ya adulto, vi en televisión, a César Rincón: me conmovió. (Ahora, leyendo el libro de Caballero, entiendo las razones: César Rincón tiene un estilo "heroico" que rescató al toreo del tedio en que se encontraba para darle otra vez emoción y riesgo). Y leí un memorable artículo de Carlos Fuentes sobre los toros, que me hizo entender toda la simbología y la belleza que hay en ese ritual. Suficientes razones que me alcanzaron para respetarlo, pero no para convertirme en un aficionado: no puedo abstraer el toreo de ese espectáculo un tanto falso y españolete de condumios, farándula y mucho arribismo que cada febrero se arma en Bogotá. (Y supongo que en toda América Latina: las páginas que tiene Alfredo Bryce Echenique en su novela Un mundo para Julius sobre "ir a toros en Lima", son desopilantes).

En síntesis: no pertenezco al bando de los antitaurinos. Es decir, estoy dentro del perfil ideal de lectores para este libro. Pero incluso, si usted es un indiferente a los toros, también le compete: "A los antitaurinos no se les puede convencer porque no lo son por cuestiones estéticas, ni animalísticas siquiera, sino políticas. Y en política es muy difícil convencer a alguien. No me interesan los antitaurinos sino los no taurinos, los indiferentes. He escrito este libro para no aficionados, como una especie de epístola de San Pablo a los gentiles".

La segunda pregunta (no, no se me había olvidado): ¿por qué leer a Caballero? ¿Por qué recomendarles especialmente este libro y no, digamos, el artículo de Fuentes al que me referí? Por la mismas razones que uno lee sus columnas: sabemos 'qué' va a decir, pero no sabemos 'cómo' lo va a decir. Caballero es predecible, de ideas fijas y obsesivas, a veces repetitivo hasta el cansancio, pero siempre nos sorprende con su escritura y su argumentación, con sus citas, eruditas y precisas. Y así es este libro: sabemos que Caballero va a hablar bien de los toros (entre otras, de lo único que habla bien y eso produce una curiosidad adicional: verlo tierno... y hasta lírico) pero no sabemos cómo. Y el 'cómo' de Los siete pilares del toreo, desde luego, paga la boleta.

A partir de una reflexión, "se torea como se es", de Juan Belmonte, creador del toreo moderno, Caballero se aproxima al estilo de siete toreros en busca de una respuesta de la esencia del toreo. Desde 'obras' concretas (de la efímera obra de arte que puede llegar a ser cada corrida) trata de establecer una suerte de poética, que defina y explique la especificidad del toreo y su validez como arte. Los toreros y las 'tesis' que desarrolla, son: Rafael de Paula, o el toreo hondo; José Mari Manzaneres, o el toreo natural; César Rincón, o el toreo heroico; José Miguel Arroyo, 'Joselito', o el toreo romántico; Enrique Ponce, o el toreo perfecto; Manuel Díaz, 'El Cordobés', o el toreo alegre; José Tomás o el toreo espiritual.

Para sustentar su argumentación, acude a todo su bagaje taurino y a frases de filósofos, pintores y poetas. Hay páginas brillantes que parecen un gran tratado de estética y otras, menos buenas, que se echan a perder por el abuso de la metáfora y de la hipérbole. Los perfiles de Rafael de Paula, César Rincón y José Tomás son los mejores: notables.