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TRAINSPOTTING

Del director de 'Tumba al ras de la tierra', una aproximación al mundo de los heroinómanos.

16 de marzo de 1998

Desde su presentación en el festival de Cannes en 1996, la más reciente cinta del director escocés Danny Boyle le ha dado la vuelta al mundo haciendo volver los ojos de miles de espectadores sobre el temible, oscuro y casi siempre desgarrador mundo de los heroinómanos. Atrevida, audaz, sofocante y controvertida, Trainspotting no ha pasado inadvertida en ningún lugar donde se ha estrenado y aparte de convertirse en un fenómeno taquillero internacional, se está erigiendo en uno de los grandes iconos de la problemática juvenil de los años 90. Adaptada a partir de la novela de Irving Welsh, quien aparece en pantalla interpretando a un traficante de drogas, la película tiene lugar en Edimburgo y narra la historia de un grupo de amigos y su intensa relación con la heroína, esa droga que promete llevar al colmo del éxtasis antes de provocar casi instantáneamente la ruina mental y física de sus consumidores. Con humor, y al mismo tiempo con una buena dosis de crudeza, Boyle describe con imaginativos y certeros recursos cinematográficos los diversos viajes de placer producidos por la acción de la droga, pero también las paranoicas resacas de sus protagonistas, con sus delirios de culpa y sus dolores insufribles. "Siempre quieres más", dice Renton, personaje principal y quien se encarga de contar la brutal y sicodélica aventura. Y así se comportan él y sus compañeros, salvo uno, un alcohólico que en vez de heroína busca satisfacción en la violencia. En medio de escenarios claustrofóbicos, cuartuchos arrasados por el abandono y bares de mala muerte, la película se sumerge en un círculo de ocio del cual es difícil escapar. La atmósfera es tan asfixiante y demoledora que cumple su exacto cometido a la hora de mostrar de cerca y sin concesiones la realidad de la adicción.
Trainspotting es una película contada desde adentro y como tal no le interesa rastrear el detonante social que provocó la historia. No hay causas, sólo la realidad de la heroína y las consecuencias derivadas de su devastadora dependencia. En este sentido, la cinta de Boyle no intenta ser una denuncia ni una visión analítica del problema. Es, ante todo, el vivo retrato del mundo de la heroinomanía, suspendido en la pantalla para que sea el espectador quien saque sus propias conclusiones.