Home

Cultura

Artículo

TRES EN UNA

En una misma semana hubo tres estrenos teatrales diferentes en Bogotá

28 de septiembre de 1987

En Bogotá, donde se escuchan frecuentemente quejas por la falta de espectáculos de categoría, la semana pasada los amantes del teatro tuvieron su agosto. Al mejor estilo de Broadway, los tres más prestigiosos grupos de teatro -el TPB, el Nacional y el Teatro Libre- estrenaron, práticamente en simultánea, sus últimos montajes. SEMANA estuvo presente en las tres salas para entregarle a sus lectores algunos comentarios sobre la inusual tripleta.
EL AMOR PURO
Asistir al estreno de "Romeo y Julieta", del dramaturgo William Shakespeare, no solamente implicaba presenciar el reestreno de las instalaciones del TPB --ahora con el nombre de "Centro de Artes Dramáticas y Audiovisuales TPB"-, sino también ver superados los conflictos de orden financiero y sorteados los de intereses personales. Otra de las razones que ayudaron a crear tanta espectativa alrededor de este estreno, fue que, aunque parezca mentira, es la primera vez que la famosa pieza se monta en el país. El montaje del TPB, dirigido por el veterano Jorge Alí Triana, quien después de varios años de ausencia de las tablas regresó para ponerse al frente de su antiguo grupo, resultó ser una audaz interpretación de la versión original.
Este clásico, del cual se han hecho innumerables versiones, llega al público nacional en una novedosa interpretación. Y es en este punto donde se concentran, al mismo tiempo, su fuerza y su debilidad. El elenco, encabezado por Adelaida Nieto como Julieta y Edgardo Román como Fray Lorenzo, deja satisfechos a los espectadores con su actuación a la vez que sirven de respaldo a las figuras nuevas, que demostraron un buen nivel de profesionalismo. Otros aspectos resaltables del montaje se plasmaron en el vestuario, el cual, a pesar de utilizar elementos novedosos --tela de blue jean-, no riñe con la época en que se desarrolla la obra; y el manejo de las voces y el sonido dan testimonio de un trabajo realizado cuidadosamente.
Tal vez el punto débil de la obra reside en el trabajo técnico. Los cambios de escenografía dieron la impresión de no haber sido hechos en el momento exacto en que se requerían. Por otro lado, el manejo de las luces específicamnete el de los "spots" destinados a resaltar a un determinado personaje, en ocasiones desconcertó al público que no supo porqué el personaje en cuestión quedaba a media luz.
Pese a estos pequeños inconvenientes, que no restan mayor mérito al trabajo del TPB, es muy agradable para el espectador asistir a un cómodo y moderno teatro que invita a volver por algo más que simple "amor al arte" .
EL AMOR IMPURO
Si "Romeo y Julieta" da la versión del amor romántico, puro y casto, "El último de los amantes ardientes" presenta la otra cara de la moneda: la relación estrictamente carnal, sin pretenciones románticas de ninguna clase. Es una comedia picante sobre el adulterio en la que un hombre felizmente casado, que raya en los cincuenta años -interpretado por Carlos Barbosa- descubre de la noche a la mañana el mundo del placer. La obra está basada en un éxito de Broadway, del rey de las comedias teatrales Neil Simon, creador de obras de la talla de "Una pareja dispareja", "Extraña pareja" y otros hits por el estilo.
Teniendo como base material de este calibre, los pronósticos tenían que ser buenos. Simon maneja con singular humor valores universales. La adaptación utilizada por el director Mario Morgan cumple con todos los requisitos. La escenografía no es muy exigente, pues la obra se desarrolla en el apartamento donde el nuevo seductor consuma sus conquistas vespertinas. Por este desfilan tres vampiresas diferentes, interpretadas por Amparo Grisales, Ana Cristina Botero, y Jennifer Steffens, que caen en las manos de Barbosa, quien debuta como sátiro en el teatro después de su triunfo como Eurípides en la telenovela "El divino". No menos convincente que el peluquero afeminado es el marido "pelota" que se convierte gradualmente en el terror de las mujeres. Los tres "levantes", todos esculturales, representan sus papeles con un alto nivel profesional. Amparo Grisales gracias, en parte, a su despampanante presencia, se roba el show. Muestra claramente que además de haberse consolidado como símbolo sexual colombiano, papel que ha asimilado a la perfección, tiene talento real de comediante.
Sin ninguna espectacularidad, el nombre de la obra llena más que decorosamente los requisitos de una comedia sin mayores pretensiones, y, con la acertada dirección de Morgan, queda garantizado que los espectadores se divertirán de comienzo a fin.
LA GRAN FARSA
De los tres estrenos que acapararon la atención de los bogotanos en la semana pasada, quizás el menos afortunado haya sido el del Teatro Libre de Bogotá. El pasado jueves, en su habitual sede de La Candelaria, se estrenó la obra "El farsante más grande del mundo" del escritor irlandés John M. Synge, dirigida por Ricardo Camacho y Germán Moure, quienes, a su vez, se encargaron de realizar la versión española de la pieza. Este montaje se inscribe dentro de la línea fresca y amena que ha caracterizado los últimos trabajos del TLB, pero sin la calidad de obras como "Entre telones", su anterior realización.
La representación corre a cargo de los integrantes del Taller Permanente de Entrenamiento Actoral, creado a comienzos del presente año por el TLB, para capacitar a los nuevos actores que se vinculen al grupo. La mayoría de los integrantes del elenco, que llegaron al Taller con alguna experiencia previa con otros grupos o con estudios en diversas escuelas de teatro, mostraron en la primera función algunos pequeños problemas que, como generalmente ocurre en estos casos, se deben superar con el paso de los días. En algunos momentos la obra perdió ritmo por problemas en la actuación, lo que va en contra del efecto final que el autor espera lograr en el público. Además, y tal vez por el nerviosismo que produce un estreno, los asistentes se quedaron sin entender algunos de los parlamentos, que en varias ocasiones fueron dichos atropelladamente. Junto a los anteriores problemas está el manejo de voces, que en muchos personajes, como Michael, sufre cambios bruscos de volumen en momentos en que no se justifican.
El vestuario está bien diseñado y su sobriedad va de acuerdo con el ambiente en que se desarrolla la obra. Por otro lado, la escenografía no se compadece con la tradición que en este sentido ha mantenido el Teatro Libre, que nunca ha escatimado esfuerzos para lograr las que, tal vez, han sido las mejores escenografías del teatro colombiano en los últimos años. En esta obra todo va bien, hasta que uno descubre que, un armatoste en teja de zinc (o algo parecido) que aparece a un lado del escenario, quiere simular la chimenea de una taberna irlandesa de la época.
De todas maneras, lo que está haciendo el TLB con este grupo de "divisiones inferiores", es un importante esfuerzo para que el teatro nacional salga de una vez por todas de ser una actividad casual y secundaria. La formación profesional de actores, que está pasando por su primera prueba, muy seguramente dará en muy poco tiempo extraordinarios frutos, pues el material humano es de primera categoría y la experiencia acumulada por el grupo permitirá que los pequeños errores sean rápidamente subsanados en el curso del proceso de aprendizaje.