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Triunfó el barroco italiano en Cartagena

La séptima edición del Festival de Música de Cartagena resultó un éxito rotundo. Sus magníficas interpretaciones y gran repertorio lo convierten en uno de los mejores del continente.

Emilio Sanmiguel
12 de enero de 2013

De los siete que se han realizado, el que concluyó la noche del pasado sábado en el Teatro Heredia —rebautizado como Teatro Adolfo Mejía— artísticamente ha sido el más refinado de todos los festivales internacionales de música de Cartagena.

Afortunadamente. Porque la sexta edición, la de 2012, fue la más insatisfactoria por su programación errática, por el exceso de figuración del entonces director artístico, el pianista norteamericano Stephen Prutsman y por unos resultados que no se compadecieron con el protagonismo que busca la organización frente a los otros festivales del mundo.

Esta séptima edición evidenció la competencia, y hasta la audacia, del italiano Antonio Miscenà en su rol de nuevo director artístico, al consagrarlo a la música del barroco italiano, sin hacer de lado el antecedente renacentista y su natural evolución al ‘estilo galante’ del siglo XVIII.

Los pilares del triunfo

En el ya tradicional esquema artístico, la columna vertebral recayó sobre una de las agrupaciones más prestigiosas del mundo, el Concerto italiano dirigido por Rinaldo Alessandrini, encargada de hacer realidad el milagro musical barroco, con su sensualidad y grandiosidad que, paradójicamente, no demanda orquestas gigantescas. Alessandrini dirigió obras, conceptualmente monumentales, como el Concerto en re menor de Evaristo Felice Dall’Abaco o el dramático, fantasioso y sensual Concerto La notte de Antonio Vivaldi, con una agrupación de apenas ocho instrumentistas, uno de ellos él mismo en el clave, pero con categoría excepcional (salvo el primer violín Mauro Lopez Ferreira, sobre cuya afinación y precisión cayó permanentemente una sombra de duda).

La noche del 7 de enero hubo magia. Quizá porque podría tratarse del primer concierto realizado en el claustro de La Popa en siglos, porque la tradicionalmente altísima demanda de boletería se desbordó o porque el programa prometía un encuentro con la música de Venecia que fue una de las grandes capitales musicales de Europa.

Lo cierto es que la vista de la ciudad a los pies del monasterio y una brisa particularmente benévola fueron el abrebocas perfecto para ingresar al patio del histórico edificio preciosamente iluminado y con una visibilidad impecable sobre el escenario.

De un momento a otro ocurrió el milagro con la contralto italiana Sara Mignardo, precedida del prestigio de sus innumerables grabaciones y por el halo de sus actuaciones en los primeros auditorios del mundo. Mignardo demostró en el antiguo claustro cartagenero ser más grande que la leyenda que la precede, por su autoridad interpretativa, por la calidad de su instrumento de legítima contralto, por su vocalización asombrosa y por su carisma. Su interpretación de la cantata Cessate, ormai cessate y el Stabat Mater de Antonio Vivaldi, dejaron literalmente al borde de los asientos al público y quedan para la historia del festival.

Es imposible reseñar todos los eventos de un festival que se inició, con entrada libre, la mañana del 5 de enero en la Iglesia de María Auxiliadora y música renacentista, que siguió en la noche con la inauguración oficial en el Heredia-Mejía y, luego de recitales, conciertos al aire libre y en recintos cerrados, clases magistrales, talleres de lutería y conversatorios, concluyó el sábado 12 con el ciclo de Las cuatro estaciones de Vivaldi, la obra más famosa y popular del barroco italiano.

La inmensa mayoría de eventos fueron extraordinarios, con momentos particularmente felices: la Sonata para trompeta y cuerdas de Alessandro Stradella del trompetista Gabriele Cassone, la original propuesta del pianista Andrea Luchesini de alternar Sonatas de Domenico Scarlatti con obras contemporáneas de Luciano Berio y el milagroso Stabat mater de Pergolesi de Sara Mignardo y Valentina Varriale en el Heredia que levantó al inefable público del festival de la comodidad de sus poltronas para brindar a las cantantes, a la orquesta y al distante, pero muy competente, Rinaldo Alessandrini una sincera y afectuosa ovación.

El gran traspiés de esta semana de música corrió, increíblemente, por cuenta del nombre más prestigioso de los invitados el violinista italiano Salvatore Accardo y su grupo Accardo and Friends; su presentación la noche del domingo 6 con un pesadísimo Cuarteto op. 33 n° 5 de Luigi Boccherini y el cuarteto único (por fortuna) de Verdi, dejaron flotando en el aire que los grandes años de su extraordinaria carrera son ya cosa del pasado.

Un lamentable olvido

Si bien es cierto que la nota de originalidad radicó en la decisión de dedicarlo casi por completo al barroco italiano con sus altos niveles de especialización interpretativa e instrumental, fue pasado por alto el rol que Colombia jugó en el movimiento internacional de recuperación del barroco a mediados del siglo XX gracias al nombre de Rafael Puyana, que en su momento fue el primer clavecinista del mundo, unánimemente reconocido como una autoridad (entre otras) en la interpretación de la música italiana del renacimiento y barroco para teclado.

Ya en otras oportunidades el festival ha sido el vehículo para rendir homenaje a ilustres personalidades de la cultura (este no fue la excepción); sin embargo, paradójicamente, en el consagrado al barroco, el nombre de Rafael Puyana ni siquiera fue mencionado en el voluminoso programa de mano que en cada concierto se entregó a los asistentes. Un olvido, desde luego, pero lamentable.

En todo caso, el VII Festival de Cartagena fue, sin duda, un paso adelante en materia artística y un triunfo indiscutible para su fundadora Julia Salvi.