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Con la muerte de Wifredo Lam no sólo desaparece uno de los últimos grandes del surrealismo. Se va también una de las figuras que proyectan la imagen de Latinoamérica al mundo.

18 de octubre de 1982

Durante muchos años, Alejo Carpentier y Wifredo Lam, representaron en París, por parte cubana, la figura bicéfala que hoy, por parte colombiana, representan allí García Márquez y Botero. Dos cabezas, palabra e imagen, refugiadas ambas antes y después de la revolución, en aquella ciudad del centro de Europa para, desde allí, mirar mejor y ver con más claridad el pedazo de América Latina objeto de sus pesquisas de creadores. La semana pasada el capítulo cubano se acabó de cerrar con el deceso del gran pintor mulato-chino de Sagua La Grande, Provincia de las Villas.
A los 80 años, Wifredo Lam había proyectado ya su visión pictórica como una de las más significativas del hemisferio. Era, junto con Matta, Tamayo y Botero, uno de los cuatro eslabones de la muy especial cadena figurativa que proyectaba la imagen latinoamericana en el exterior, enfatizando la presencia de elementos sacados de sus entornos originales y haciendo con ellos cuadros vivos de referencias explicativas de lo nuestro
Lam estuvo en Europa desde comienzos del siglo e intimó con Picasso, de quien fue ayudante y discípulo. Desde entonces en adelante, el lenguaje del gran pintor español no abandonaría ya más la producción del cubano. En cierto modo, el proceso posterior de la pintura de Lam podría ser resumido como la lucha por permitir la coexistencia de la semántica pictórica picassiana junto a sus intereses personales de creador.
El tema de la pintura de Lam fue el de la figura humana evocativa de condiciones primitivas, al actuar como conjuradora de la naturaleza. Ambos elementos, figura y paisaje, se referían, en primera instancia, a situaciones que el artista había conocido en la Cuba de su infancia, donde el grupo de raza negra sostenía los cultos fetichistas y animistas a través de prácticas de brujería traídas del continente de origen.
Para la pintura de Lam, este tema era la manera de hacer ver la resistencia de una cultura honda, ahora establecida en las selvas cubanas. Era también la manera de mostrar su apasionada simpatía por la comunión o guerra del hombre con la naturaleza, así como la identidad que nos unía, a pesar de nuestra presunción de progreso, con un ser elemental y primitivo que aún llevábamos dentro. Pero sobre todo, fue el modo de proyectar a escala universal la figura de un pueblo que, por su especificidad, tenía algo interesante que decir al resto de las gentes.
Ante la pintura de Wifredo Lam, las consideraciones a la injerencia de Picasso en su lenguaje o a su afiliación al movimiento surrealista internacional se hacen secundarias. Lo que prima al contemplar su obra es el sentido de lo tropical que irrumpe violentamente, tanto a través de los recursos de dibujo como de color. Hay en sus imágenes la exuberancia de una energía nunca acallada: de lo que crece y se transforma a ritmo abrumador. Y la figura alcanza dimensiones de veedor, profeta o druida (el que lee los árboles), brujo de siempre ante las fuerzas del desorden de todo lo vital.
Entrevistado por SEMANA (No.16). Lam aprovechó la pregunta sobre el arte de los años ochenta para expresar algo de su credo artístico. "Algunos te cuelgan un pedazo de yesb cuadrado y te dicen que es un cuadro. Uno pide explicaciones y le dan razones de tipo moral. Creo que una parte de la pintura moderna no tiene otro sostén crítico de ella misma cuando en realidad la pintura está sometida a una disciplina rigurosa. Poussin, Cezánne y Picasso lo demostraron ampliamente".

RECUERDOS
En todas las épocas que viví en La Habana, contemplaba a los niños corriendo descalzos por las calles y encaramados en los árboles de los parques, faltos de escuela o pidiendo limosnas, o de limpiabotas; veía las calles llenas de billeteros, las salas de billar con tantos vagos, tanta gente mal educada, los matones haciendo lo que les venía en gana, y tanta politiquería; creía que era imposible hacer aquí una revolución, sin pasar por una larga pedagogia política. Fidel ha realizado esta obra".
"Meses después del triunfo del primero de enero de 1959, trabajaba en Italia. Algunos pintores residentes en París quisieron hacer una exposición en homenaje a la Revolución. Telefonearon pará decirme que el galerista no confiaba en ellos; hacer una exposición costaba plata y no sabía si los cuadros podrían venderse en París, donde nadie conocía a los autores; solamente se haría la exposición si yo me unía al grupo. Lo hice y todos se vendieron.
"El cuadro que yo expuse en aquella ocasión representa a un personaje largo, tirado en el suelo al que están levantando, y otras figurás a su lado lo miran. De la cabeza de una de ellas sale una paloma. Lo titulé Sierra Maestra. Fue comprado por Robert Altman".
"Mis regresos a Cuba siempre me han producido una dicha infinita, pero ninguna como el de fines de abril de 1963, después de cinco años de ausencia. Voy a contemplar una Cuba nueva, me dije, al pisar tierra patria. Unas horas más tarde, iba a la Plaza de la Revolución, a conmemorar el Primero de Mayo bajo las banderas del socialismo".
"La existencia del hombre universal se puede concretar aquí, en Cuba, con los indios, los africanos, los asiáticos y los europeos. Es la síntesis de la humanidad. Nosotros abrimos el camino para alcanzar una comprensión universal. Cuba, aún siendo un país tan pequeño ha triunfado. Ver lo que se está haciendo nos devuelve la confianza en el ser humano. De un carácter y una actitud como la de fidel no se puede hablar fríamente y de las conquistas que se han hecho aquí no se puede hablar sin tener presente su figura".