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UN CABALLERO DESENCANTADO

"Sin remedio", la primera novela de Antonio Caballero, constituye una visión desolada del país

24 de diciembre de 1984

Una novela de Antonio Caballero no podía dejar de crear expectativa en círculos intelectuales y periodísticos. Miembro de una dinastía de escritores, y periodista estrella en exilio voluntario, Caballero hizo parte del grupo de intelectuales que montaron su trinchera en la revista Alternativa en 1973.
Cuando seis años después la revista se cerró, Caballero se trasladó a España, donde se vinculó a la revista Cambio 16. Sorprendentemente, estando ausente desde entonces, ha logrado mantener su audiencia en el pais como uno de los más incisivos criticos de la realidad nacional.
Su regreso definitivo a Colombia coincide con el lanzamiento de su primera novela, "Sin remedio", que por cierto es la primera obra inédita de la colección "Biblioteca de la Literatura Colombiana" que publica la editorial Oveja Negra. El titulo de la obra anticipa la visión escéptica, pesimista y desoladora que se le avecina al lector de la novela, pero que de ninguna manera sorprenderá a los lectores habituales de sus columnas.
"Sin remedio", se anuncia ya como un diagnóstico desesperado y el lector se pregunta para comenzar si el desahuciado es el personaje de la ficción o acaso sea más bien ese enfermo que Caballero se complace en examinar semanalmente desde su columna de periodista y al que encuentra cada vez peor. La novela es, efectivamente, una visión desolada del país. Si el escepticismo es un ejercicio de desfascinación, como dicen, Caballero parece saberlo muy bien y haberlo vivido a fondo. "Sin remedio" es una novela sin esperanzas pero no sin pasión. Y lo que en ella más duramente se golpea son precisamente los caminos de la seducción que él pudo haber elegido o en algún momento eligió y abandonó después desencantado: el de la riqueza y el poder, que en Colombia todavia pueden heredarse en un mismo testamento, para el cual Caballero tiene titulos. Y el otro, el de la izquierda radical, en la que el autor prestó su servicio y militancia como intelectual y periodista.
En la novela no se ahorran sarcasmos a ninguno de los dos. El escritor dispone para ello de un recurso pocas veces empleado con tal destreza y eficacia en la literatura colombiana: la parodia. Los episodios más regocijantes de la obra se logran a costa de los lugares comunes, de la solemnidad vacua y de las pretensiones de unos y otros. Pero el humor no aligera sino que hace aun más vehemente la impugnación.
Los nexos entre narrador y periodista no son, pues, escasos: ante todo, la actitud implacable del derrumbador de mitos, del analista feroz que desnuda sin piedad las falacias ocultas detrás de la retórica, o mejor, de las retóricas, pues Caballero despliega en su obra un repertorio inagotable de frases: con igual destreza maneja la fraseología de la izquierda en sus diferentes matices y la de la burguesia más conservadora; el vocabulario procaz del sexo como circula en los ambientes burdelarios y el igualmente procaz del jovencito bien en plan de conquista; el lenguaje del salón aristocrático, el del cuartel agresivamente esgrimido en la represión callejera, y el de la niña snob recién arrancada de su "experiencia increíble" en los Estados Unidos. La carga de ironía con la que aparece todo esto en la novela es otra de las coincidencias entre el periodista y el narrador.
Una violenta tensión recorre las quinientas quince páginas de esta obra. La historia gira en torno a un personaje, Ignacio Escobar, hijo de familia bogotana de abolengo, pero voluntariamente proscrito de su ambiente, más por repugnancia que por opción política. Al tiempo que el protagonista llega a los treinta y un años ejercitándose en el ocio y aprendiendo el difícil arte de la atonía, los acontecimientos lo arrebatan a su pesar, lo colocan en las situaciones más comprometidas, las mismas que procuró siempre evitar, y lo conducen "sin remedio" a una muerte absurda.
Su proyecto era quedarse quieto, pues piensa que la gente que actúa resulta por lo general profundamente dañina. Habría coincidido con Cioran en que hay más sabiduría en dejarse llevar por las olas que en debatirse contra ellas. Pero el oleaje no lo lleva dulcemente a puerto seguro sino que lo envuelve y lo destruye, pues el mar en cuestión es, ni más ni menos, Bogotá, el monstruo "arriñonado" de su poema.
Violencia en la acción y trivialidad en las palabras: esto define el mundo que lo rodea. Las respuestas del personaje son: sexo con toda la frecuencia y la ligereza posibles y poesia en los entreactos, la segunda preferiblemente como proxeneta del primero.
Pero el sexo también entraña sus compromisos y la poesia desemboca incontrolablemente en la trivialidad.
Si tales son los pretendidos escapes a la repulsión que le provoca el estereotipo, este parece acechar en todas partes y acaba por atrapar cada palabra y cada acto. El personaje ha creido burlarlo, como es usual, por la via del rechazo y la negación: no ser hijo, no ser marido, no ser padre, no ser empleado, no ser nada. Pero el estereotipo es un dios inexorable: la negación sólo viene a completarlo, a darle su otra cara, su envés. Todo equivale, todo es igual. El estereotipo borra las diferencias y produce la mirada indiferente que es la de nuestro personaje. De aqui a la tentación de la caricatura hay sólo un paso. Y el relato lo da con frecuencia: la tendencia a deformar, a exagerar rasgos para que aparezca lo grotesco.
La ironia funciona así: reduce lo distintivo, lo individual, para subsumirlo en lo típico, aquello que por repetido y reconocible es materia de burla. Pero la cuestión verdaderamente novelística es la contraria, es la pregunta de Joyce: ¿tendrá también una vida propia escondida detrás de tanta propaganda? Los personajes vivos, en los que creemos como lectores, son aquellos cuya singularidad se delata detrás de su estereotipo de clase, de edad, de partido, "detrás de tanta propaganda". Y los marxistasleninistas la tienen, lo mismo que los tios banqueros y las niñas snob. La tarea del novelista es encontrar los procedimientos narrativos que garanticen su surgimiento. Si todo pasa por el tamiz de una mirada indiferente, como la del protagonista de "Sin remedio", lo vivo no emerge: el aburrimiento nivela todo en la indiferencia.
Un revolucionario que sólo sea un revolucionario, El Revolucionario, no puede ser un personaje de novela.
Puede serlo de tira cómica o de sociologia descriptiva, pero no de novela. Unicamente lo que singulariza, lo que de alguna manera excede el estereotipo, le da realidad novelistica. Y la novela quizá sea eso: el espectáculo de la vida que intenta sobreaguar ante la implacable inundación de las consignas, de la propaganda, de Julio Iglesias (cuya voz amelcochada se filtra por algunas páginas de esta historia "como un chorrito pegachento y viscoso"), de los prejuicios de clase de los discursos universales de liberación ya sea por la droga, por el erotismo, por la salsa, etc.,etc.
Lo inobjetablemente vivo y asombroso en "Sin remedio" es el lenguaje, su proliferación como hablas socialmente en uso, su captación de tonos y matices, de diferencias musicales y semánticas. A través de él, de esa pluralidad de hablas en conflicto, esta novela alcanza toda su fuerza y toda su validez como critica social. -