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La madriguera del conejo Es la más reciente. El de la idea fue el librero David Roa (derecha), que convenció a amigos lectores de embarcarse en una librería que apunta a clientes “exigentes y curiosos”. Lo acompaña Édgar Blanco, también librero.

LIBROS

Un discreto encanto

En tiempos de Amazon, 'e-books' y 'best sellers' baratos en grandes superficies, las librerías independientes no solo sobreviven, sino que aparecen nuevas.

16 de julio de 2011

A primera vista, el panorama parece adverso. En países como Estados Unidos y España, las ventas de libros impresos disminuyen al tiempo que se disparan las de e-books. En Colombia todavía mandan los primeros, pero los segundos ya se asoman: desde el mes pasado funciona la plataforma Libranda, que agrupa a las principales editoriales en español, a través de la cual las librerías que venden online pueden ofrecerles a sus clientes más de doscientos títulos en versión digital. Está también la tendencia, estrenada el año pasado por Norma y almacenes Éxito con En busca de Bolívar, de William Ospina, de vender, en exclusiva y a bajo precio, un libro de un autor reconocido en almacenes de cadena.

Frente a este escenario, hay quienes han pronosticado el próximo fin de las librerías, sobre todo de las independientes, que parecen ser el eslabón más débil de una cadena que se acorta y que tiende a poner al cliente en contacto directo con la editorial e incluso con el autor. A la mano está el caso de John Locke, autor estadounidense de novelas policíacas que el mes pasado superó la cifra del millón de e-books vendidos sin necesidad de una editorial -y menos de librerías-, solo con la ayuda de Amazon.

Pero pese a esta tendencia, las independientes siguen existiendo. Y no solo sobreviven, sino que aparecen nuevas, como La Madriguera del Conejo, que acaba de abrir sus puertas en Bogotá, que no es la única ciudad donde se mantienen. En Nueva York también se habla de un auge de estos espacios, pues allí gozan de mejor salud que las gigantes del negocio como Barnes & Noble y Border's, que acaba de declararse en bancarrota. ¿Cuál es su secreto?

Lo primero es que no están amarradas a las tendencias del mercado editorial, funcionan a su ritmo, son lugares únicos. Entre sus títulos más vendidos figuran los de autores como Henning Mankell, Ian McEwan, Luis García Montero o Andrés Trapiello. Y aun cuando algunas se especializan en un género o en un tema, tienen en común la diversidad de su oferta, con obras de autores menos conocidos y ediciones de alguna antigüedad que ya no se consiguen en las librerías más grandes. Todas ofrecen en su catálogo la mayoría de los clásicos, pero pese a esto, se ve el sesgo del librero. En palabras de David Roa, de La Madriguera del Conejo, "nuestra librería está 'curada' a nuestro gusto, es una subjetiva propuesta editorial".

Algo fundamental es la atención personalizada: el librero conoce los gustos de la mayoría de sus clientes y sabe bien qué recomendarles. Su papel es vital en este negocio. La relación con ellos se hace tan cercana que con frecuencia la librería les permite a los más conocidos pagar después. "Los clientes me dicen que el negocio tiene nombre propio", asegura Mauricio Lleras, de Prólogo. Por supuesto, el target principal de estos negocios son los lectores con cierto bagaje, como explica Roa: "Le apuntamos a un lector exigente y curioso, que esté ávido de conocer nuevas lecturas y de poseer bellas ediciones".

Sobre lo que diferencia a estas librerías de otros lugares de venta de libros, Adriana Laganis, de Arteletra, explica: "Ofrecemos el placer de buscar y encontrar un libro, de dedicar una tarde de sábado a explorar nuevos títulos y autores, el que viene no tiene la obligación de comprar, puede simplemente venir a leer". "Procuramos que los clientes se queden y sean atendidos con tranquilidad, tiempo y respeto", apunta Roa. Uno de sus servicios más solicitados es el de buscarle al cliente el libro que necesita. Para eso se apoyan entre sí. Hay más colegaje que competencia, y si ninguna librería en Colombia tiene un título determinado, se lo consiguen con sus contactos de colegas en Europa y Estados Unidos.

Otra razón de su acogida es que no se limitan a vender libros. También son centros culturales, presentan recitales de música, lecturas de poesía, tertulias y actividades para niños. Algunas, como Prólogo y La Madriguera del Conejo, cuentan con un espacio para tomar café.

Detrás de estos lugares hay historias de apasionados lectores, muchos de ellos profesionales con trayectoria en otros campos que siempre anhelaron el oficio de librero. Ese es el caso de Mauricio Lleras y de Adriana Laganis, de Arteletra. Pese a que ambos reconocen que el reto de consolidar su librería resultó mucho más duro de lo imaginado, hoy no se arrepienten. Eso sí, tienen claro que los réditos no son necesariamente en dinero. "Se vive de pequeños placeres, como el niño que me agradece por el libro que aquí le compró su mamá", comenta Lleras. "Nos da apenas para cubrir los gastos", asegura Lili de Ungar, de la Librería Central, la más tradicional del gremio con 60 años de historia, centro de reunión de varias familias de lectores con tres generaciones de clientes fieles.

La mayoría cree que el negocio sigue siendo viable y que Amazon o Google están lejos de acabar con él. "El librero crea confianza entre los lectores y su ayuda procura la diversidad de la oferta editorial", dice Roa. Y lo dice con conocimiento de causa: su trabajo previo en dos librerías le permitió convencer a sus clientes más cercanos -entre ellos, el actor Jorge Enrique Abello, el presentador Guillermo Prieto 'Pirry' y Mauricio Rodríguez, embajador de Colombia en el Reino Unido- de convertirse en socios de su nuevo proyecto. Mauricio Lleras también vivió algo similar con Prólogo, proyecto que comenzó hace cinco años. Él ha logrado conformar un núcleo de clientes frecuentes, lo que demuestra que en tiempos de internet todavía hay demanda para este tipo de espacios.

Y es que no ven la lectura en medio digital como rival. Tampoco a las grandes superficies. "Somos distintos y nos valemos entre los tres", aclara Laganis. Lleras, por su parte, se muestra agradecido con los e-books, pues "ellos terminarán por absorber los 'best sellers'. Eso va a hacer que las editoriales se preocupen por hacer libros de mejor calidad, pues estos dejan de ser objeto y se vuelven sujeto". Algo similar cree Roa, quien piensa que los e-books harán que los lectores que sigan con los impresos se vuelvan más exigentes, lo que favorece a las librerías pequeñas, en donde es más fácil encontrar joyas editoriales.

Todo esto les permite sostener que se equivocan los que pregonan el final de este negocio. Al contrario, creen que su espacio no está amenazado por las fuerzas del mercado y que, además, su trabajo debe ir más allá. Quieren que su experiencia se replique en más ciudades, en más barrios. Saben, y su experiencia lo comprueba, que la gente necesita que les lleven los libros cerca de su casa u oficina. "Hay muy pocas librerías en el país y las que hay están todas concentradas en unas pocas ciudades, en unas pocas zonas", afirma Laganis, quien cree que a ellos les corresponde cerrar el ciclo que han abierto las bibliotecas construidas en la última década en ciudades como Bogotá y Medellín. Para Laganis, "las bibliotecas deben ir acompañadas de librerías para todos los que después de leer quieren tener el libro".