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Un grande nubarrón

Revive la polémica entre los cultores del vallenato puro, que anuncian la muerte del género, y quienes defienden las nuevas tendencias comerciales.

12 de febrero de 2001

El vallenato ha muerto”, sentenció la semana pasada Armando Benedetti en su columna del diario El Tiempo y, de paso, animó a otros columnistas a revivir una polémica que ya se había iniciado años atrás cuando algunos de los grandes compositores sentaron su voz de protesta ante la avalancha de nuevos intérpretes (Las Diosas del Vallenato, Embajadores Vallenatos, Los Diablitos, Los Chiches, Los Inquietos, entre muchos otros) que asumieron la bandera del vallenato sin importar la tradición y la historia que el género ha tenido desde hace más de 300 años. “Los intérpretes de hoy son muy llorones, ahora lo que hay son unas mazamorras de palabras raras. Son cantos que más demoran en hacerse que en desaparecer porque no tienen historias sino lagrimas”, declaró Alejo Durán hace poco a una investigadora que indagó sobre el tema. La riqueza folclórica que ha caracterizado al vallenato a través de sus ritmos esenciales —la puya, el son, el merengue y el paseo— han desaparecido en los nuevos grupos que colman la programación de las emisoras encargadas de difundir esta música. De acuerdo con los puristas la introducción de otros instrumentos, como el bajo, la guitarra eléctrica, el sintetizador, entre otros, han afectado las raíces del género. De igual forma lo han hecho los coros y estribillos que, lentamente, han impuesto una moda en los noveles compositores. “El rótulo de ‘vallenato’ vende mucho aunque nadie interpreta ninguno de los cuatro aires. Simplemente porque tienen acordeón piensan que están tocando vallenato y eso es un grave error. Pero no se ha acabado. Aquí en Valledupar hay gente que todavía guarda la esencia y lo hace muy bien. Los grandes culpables realmente son las emisoras que se dedicaron a comercializar esa musiqueta sin identidad”, afirma Tomás Darío Gutiérrez, miembro de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata de Valledupar. Quienes defienden esta posición alegan que los temas que dieron a luz a grandes composiciones han desaparecido. Desde maestros, como José León Carrillo, considerado el primer acordeonista, pasando por generaciones como las de Emiliano Zuleta y Lorenzo Morales, o la de Alejo Durán y Andrés Landeros, basaron sus canciones en el amor, la tierra, los paisajes, la amistad, Dios y en la vida cotidiana, pero ahora sólo parece predominar una preocupación: la infidelidad y los celos, que parecían patrimonio exclusivo de la música de despecho. Pero el lenguaje tampoco es el apropiado, según los entendidos, más allá de la temática. Las metáforas y el canto romántico han sido suplantados por rimas obvias y palabras simples, ordinarias, puestas en boca de solistas notoriamente influidos por géneros como la ranchera y la balada. “Un canto plañidero, de letra predecible y música amanerada en la cual los acordeoneros —cada vez más hábiles digitadores pero no necesariamente mejores músicos— desarrollan toda suerte de ‘tics’ comerciales. La mayor parte de las creaciones inspiradas por el afán de producir un disco valen muy poco. Esa pobreza pretende ocultarse tras una hinchazón de quejidos y artificiales desgarramientos del alma”, afirman los periodistas Daniel Samper y Pilar Tafur, quienes han investigado durante muchos años el género y publicaron en 1997 una muy completa antología titulada 100 años de vallenato. Sin embargo para los nuevos intérpretes el vallenato no ha muerto. “Yo pienso que si una canción tiene el acordeón de principio a fin es vallenato. Sí ha habido un cambio en las letras de las canciones. Yo canto al despecho y a la mujer que no ha sido buena con el hombre. Pero esa es la evolución del género. Gracias a los nuevos instrumentos se han conquistado nuevos auditorios. Antes esta música no llegaba a otras ciudades como Cali, Medellín o Bucaramanga. Además para nosotros los jóvenes no ha sido fácil incursionar en emisoras como se piensa. Todavía mandan los antiguos compositores”, opina Erick Escobar, intérprete de 30 años que ya ha lanzado dos trabajos musicales. Mientras se resuelve si esta nueva etapa del vallenato comercial es una evolución del género o un adefesio, lo cierto es que en buses y tiendas parece haberse impuesto el sonido de sintetizadores y acordeones procesados en los estudios de grabación.