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Un héroe demasiado humano

La última novela de Mario Vargas Llosa, reciente premio Nobel de Literatura, reivindica el papel histórico de Roger Casement, un polémico defensor de los indígenas y de la independencia irlandesa.

Luis Fernando Afanador
13 de noviembre de 2010

Mario Vargas Llosa
El sueño del celta
Alfaguara, 2010
451 páginas


Roger Casement. No sabía quién era y ahora no podré olvidarlo. Acabo de terminar el libro -sus 451 páginas que se leen a un ritmo trepidante- y todavía estoy conmovido con su triste final. Con su vida, con sus miserias, con sus ideales. ¿Qué tanto lo inventó Vargas Llosa? Lo necesario para conmovernos. ¿Qué tanto se ciñó al rigor histórico? Lo suficiente para que nos sintamos culpables de haber ignorado tanto tiempo a uno de los más importantes luchadores contra el colonialismo, defensor de los derechos humanos de los indígenas de la Amazonia y del Congo -sometidos a una de las peores explotaciones que se conozcan- y artífice de la independencia de Irlanda.

¿Quién puede llegar a conocer realmente a una persona? Nadie, ni siquiera los historiadores: "Es imposible llegar a conocer de manera definitiva a un ser humano, totalidad que se escurre siempre de todas las redes teóricas y racionales que tratan de capturarla". Esa es la gran ventaja del novelista sobre el historiador: que tiene plena libertad para llenar los vacíos de esa vida que se escapa a las definiciones. Y puede contarla mejor, de una manera más creíble. El buen novelista histórico convierte las lagunas y las ambigüedades en sus grandes aliados.

Me imagino el entusiasmo de Vargas Llosa cuando, al leer una biografía sobre Joseph Conrad, descubría a Roger Casement. Hijo homónimo del capitán del Tercer Regimiento de dragones ligeros, en la India, quien le inculcó que a pesar de haber nacido en Dublín, de tener una madre católica, su verdadera cuna era el condado de Antrim, en el corazón de Ulster, la Irlanda protestante y pro

británica. Y, también, el mito colonial: ellos llevaban la civilización, la religión y el comercio a las sociedades "primitivas". Un mito que se haría trizas con su primer y anhelado viaje al Congo, donde descubrió la verdad: expropiación de tierras, trabajos forzados, cuotas obligatorias de caucho, castigos físicos -con el temible chicote-, mutilaciones y compra y venta de indígenas, incluidos los niños y los ancianos. Leopoldo II, rey de Bélgica, con la máscara de la filantropía, había engañado a las principales potencias mundiales para que le concedieran la propiedad ilimitada sobre el Congo. En realidad, lo que hizo fue instaurar el peor de los regímenes esclavistas, donde la crueldad y la codicia no tenían límites. "Si algo he aprendido en el Congo es que no hay peor fiera sanguinaria que el ser humano". No, el Congo no vuelve bárbaros a los civilizados europeos, como lo plantea Conrad en El corazón de la tinieblas. Es al contrario: fueron los europeos quienes llevaron allá las peores barbaries, como lo demuestra Casement en su demoledor Informe sobre el Congo que desenmascaró ante el mundo a Leopoldo II. Por cierto, en este libro aparece un Conrad agradecido: "Usted me ha desvirgado, Casement. Sobre Leopoldo II, sobre el Estado independiente del Congo. Acaso, sobre la vida".

El sacudimiento espiritual que significaron para Casement 20 años de convivencia con la injusticia y la violencia lo lleva a que se abra -el novelista aguza el oído- la segunda grieta en su vida: si el colonialismo es una mentira, él, como irlandés, pertenece a un país ocupado por un imperio que ha desangrado y desalmado a su país. Su Informe le dio reconocimiento y honores en la sociedad británica, pero empezó a desarraigarlo de ella. Su viaje a la Amazonia será la intensificación de sus contradicciones. Otro régimen de explotación despiadado y otro farsante para desenmascarar: Julio César Arana, el rey del caucho. Y más honores: sir Roger Casement, el irlandés más famoso, se codea con presidentes y primeros ministros. La caída será vertiginosa. Al abrazar, cada vez con más convicción, la causa de los independistas radicales irlandeses, Casement terminará juzgado y condenado como un traidor a la patria. Al mejor estilo del servicio secreto inglés, mediante una guerra sucia, con la publicación selectiva en la prensa londinense de sus diarios íntimos: "Baños públicos. Hijo de clérigo. Bellísimo. Falo largo, delicado, que se entiesó en mis manos. Lo recibí en mi boca. Felicidad de dos minutos".

Casement va a ser ahorcado. Espera una improbable apelación y recuerda su vida novelesca. Prevemos el desenlace y no nos importa. Queremos los detalles: eso es la literatura.