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Un hombre llamado Ove

Esta adaptación de un ‘best seller’ sueco se centra en un personaje malhumorado y su relación con unos nuevos vecinos. Nominada al Óscar como mejor película extranjera.

8 de abril de 2017

Hay un extraño subgénero en el cine actual que podríamos denominar de ‘europeos avergonzados’. Son películas alemanas en las que los alemanes se sienten mal por no poder bailar, o francesas donde los franceses se sienten mal por no ser más amables, o suecas donde los suecos se sienten mal por no ser más alegres y así sucesivamente (los únicos inmunes parecen ser los países del sur, los de los problemas económicos).

La solución, invariablemente, viene de la mano de algún inmigrante que enseña a bailar, a ser amable o a ser alegre, en una parábola esperanzadora sobre cómo todo el mundo puede cambiar y aprender a ser más como se debe ser. Los que no cambian mucho son los inmigrantes, pero bueno, ellos están ahí para ayudar a superar esa vergüenza, no para otras cosas.

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Un hombre llamado Ove sigue este esquema. El centro de la película es la neurosis abrumadora del protagonista (interpretado con una exasperación convincente por Rolf Lassgård) que vemos al comienzo peleando con la cajera de una tienda de plantas por un pequeño descuento prometido en un volante. “Idiotas”, repite constantemente como si fuera un mantra que le aliviara un poco el dolor de vivir rodeado de gente.

Con encuadres sobrios y una paleta de colores apastelada, la película va construyendo poco a poco y con toques de humor negro la torre de amargura en la que vive el solitario Ove: viudo, recién despedido, tras más de 40 años como obrero en una fábrica, por unos ejecutivos jóvenes y sonrientes, no tiene nada más que hacer que recorrer su conjunto cerrado, revisando que nadie se salte ninguna norma. Es el vecino de pesadilla que, en nombre del espíritu cívico, sermonea a quien se cruce por su camino.

Su neurosis tiene tales dimensiones que decide aplazar su suicidio (está a punto de colgarse con una cuerda que combina con su chaqueta), para ir a regañar a unos vecinos recién llegados por maniobrar indebidamente su auto.

Las imágenes son elegantes y la actuación de Lassgård deja ver que detrás del mal genio de Ove hay un ser que sufre, una persona que puede ser influenciada si se confía en ella. Ahí llega Parvaneh (Bahar Pars), una inmigrante iraní casada con un sueco, y lo que pasa entre ella y Ove deja ver cómo la antipatía puede redimirse ante alguien que se niega a tomársela en serio.

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Es una película visualmente atractiva, con esa mezcla efectiva de neurosis y autosuperación que explica el éxito de tantos libros de autoayuda. Pero es un coctel que exige que el humor negro del comienzo se disuelva hasta dejar un gusto más dulce que amargo. Así, a medida que avanza el filme, los sentimentalismos se van acumulando para incluir no solo referencias al pasado de Ove (su relación con su padre y con su esposa fallecida) y a la migrante, sino a una cantidad de conflictos secundarios caricaturescos (con un malvado agente de una aseguradora, con un muchacho inmigrante rechazado por su familia) que ablandan corazones y generan simpatías, pero que menoscaban la personalidad de Ove.

Puede que este género del ‘europeo avergonzado’ se vista de comedia, pero es un asunto que tiene algo bien triste. 

Título original: En man som heter Ove

País: Suecia

Año: 2015

Director: Hannes Holm

Guion: Hannes Holm, basado en la novela de Fredrik Backman

Actores: Rolf Lassgård, Bahar Pars, Filip Berg

Duración: 116 min

CARTELERA

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