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"UN INTELECTUAL EN EL PODER ES UNA CONTRADICCION"

REGIS DEBRAY

11 de abril de 1988

Guerrillero en las selvas bolivianas junto al Che Guevara, politólogo, asesor para asuntos latinoamericanos del presidente Mitterrand, Regis Debray es uno de los personajes más apasionantes y controvertidos en el arte y la política de la segunda mitad del siglo XX. Este frances, que ya ve lejanas sus épocas revolucionarias y que decidio ingresar hace algún tiempo en el terreno de la literatura, fue entrevistado en París, en forma exclusiva para SEMANA, por la periodista Lili Desprael.

SEMANA: Usted ha escrito un buen libro, su mejor novela sin ninguna duda. Pero muchos le reprochan haber destruido el mito al ponerse así, al desnudo, en la plaza pública. ¿Qué les responde?
REGIS DEBRAY: La notoriedad es siempre un malentendido. Un mito es una mentira institucionalizada. Mientras más conocido es un hombre, más fácil le resulta mentir, fácil y hasta obligatorio, sobre todo en una sociedad influida por los medios de difusión como la nuestra, que no tiene que ver con individuos sino con "imágenes". Uno puede pasarse la vida conforme a la imagen que los demás tienen de uno. Esta imagen es más que una espera, es una exigencia, es una especie de derecho moral que el público ejerce sobre la personalidad de uno que le pertenece y se encuentra reducida a una función social, una sola.
El futbolista no debe hacer más que marcar goles, el pintor no tiene derecho a hacer musica o poesía y el poeta no debe jugar fútbol. En mi caso, ideólogo socialista, ex revolucionario, compañero del Che, asesor de Mitterrand, especialista del Tercer Mundo, etc.... habría debido limitarme a hablar de estrategia, "reformismo o revolución", Max Weber o Carlos Marx, etc....
Comprendo que algunos críticos hayan soportado mal que yo "me ocupe de literatura" y haga de mi vida una novela, no en el sentido heroico de la expresión sino en el sentido en que Kundera habla del "espíritu de la novela", que se refiere a la complejidad íntima de los seres.
El mito excluye la relatividad, la duda, la interrogación y, sobre todo, la ironía, "Las masquea" gusta a los amantes de la literatura pero molesta y decepciona a lo que tu llamas mi "Club de admiradores", porque Regis se burla de Debray.
Prefiero jugar a ser antihéroe y encuentro mayor encanto en la autoburla que en la autoexaltación. Ese tipo de humor corre el riesgo de ser mal comprendido en América Latina, pese a los recuerdos de la picaresca española. Posiblemente me equivoque. Pero me parece que a veces allí están más habituados a cierta ampulosidad Kitsch. Cabe decir, la grandilocuencia y la retórica de la mentira embellecedora, conmovedora y pomposa. Lo cual nos tienta a todos.

S.: Pero, ¿cómo será la novela de la autobiografía? Su libro se parece más bien a una confesión.
R.D.: Toda coincidencia con personas realmente existentes se debe a una voluntad deliberada. Debray no es el que se crea pero existe, encontré la prueba. Y Silvia, el principal personaje femenino, existe también. La conocí hace cerca de quince años y hasta ayer creí que era mi compañera.
S.: ¿En qué medida la recrea a su conveniencia? Como si hubiera necesitado ese fantasma femenino para entregarse a una especie de exorcismo.
R.D.: Yo diría más bien a un cuestionamiento de identidad. A una especie de investigación policiaca sobre mi pasado y sobre ese extraño que lleva mi nombre. Lamentablemente, nada es inventado, ni la intriga, ni los personajes, ni los menores detalles. Una investigación de personalidad llevada a cabo en caliente, a consecuencia no de una simple decepción sentimental sino de una depresión metafísica, de un vacio o de un pánico interior, cuando descubri que esta mujer, una exiliada chilena, encantadora y seductora, que era mi alter ego, durante esos años me habia mentido, manipulado, engañado, no en el sentido ridículamente burgués del término -esa trivialidad no merecería un libro- sino de un engaño existencial e intimo, respecto a lo más sagrado, como puede ser la paternidad de un hijo o la transparencia de los gestos más cotidianos.
Es como para empañar toda una vida pasada. Para no volverme loco, tuve que cometer ese acto de locura consistente en detectar a mi vez, en mi propia vida, todo lo que había podido parecerse a una traición, una hipocresía, una doble cara.
Si esta mujer se condujo así conmigo, monstruosamente, y si era mi alter ego, ¿yo no puedo ser también, en alguna parte, un impostor?
Me sometí a esta pregunta, un poco torturante. Con una cordial y delicada invitación al lector, mi semejante, mi hermano: cesa tu también de ser hipócrita, quítate la máscara aunque sea una vez en tu vida.

S.: Se ha hablado de masoquismo y hasta de exhibicionismo en "el placer de rebajarse"...
R.D.: Es cierto que tengo dotes para el sufrimiento. Pero preferí que el ajuste de cuentas fuera conmigo mismo antes que con otro. Debía escoger: ser delicado hacia esta mujer, Silvia, y por lo tanto guardar la crueldad para mí. Esto me parece más elegante y, digamos, menos convencional.

S.: Cuando usted dice: "Felizmente, el uníverso femenino me hace olvidar la raza masculina con la que frecuentemente hay que optar entre el de un debate de ideas gratuito y el juego de la masacre de los ausentes ", se tiene la impresión de que la mujer será siempre para usted el reposo del guerrero. Por lo tanto, ¿no sostiene debates de ideas con las mujeres?
R.D.: Los debates de ideas no son lo esencial de una existencia. Y ocultan frecuentemente luchas personales de influencia o de dominación.
Las mujeres tienen la ventaja de ser más exteriores al mundo social, con todo lo que éste implica de rivalidades, jerarquía o afectación. Por consiguiente, hay menos de convención o más de romanticismo en las relaciones femeninas, no es solamente -dejemos los clichés un momento- una necesidad de seducción o de dominación machista, sino también de cambio verdadero. Entre los adultas machos que son llamados intelectuales hay frecuentemente una inteligencia acomodaticia, bastante superficial, que oculta la verdadera sensibilidad, por lo que finalmente los seres humanos se distinguen unos de otros. Con las mujeres -pero es idiota hablar en general, porque la verdad nunca es general-, y pese a los juegos de seducción, o a causa de ellos, qué se yo, las máscaras caen más rápido.

S.: Usted señala que "un intelectual aumenta su poder oponiéndose a estos en la picota pública y comprometiéndose". No siempre es así. En lo que a usted respecta, ¿no cree que el señor consejero del Presidente de la República es mucho más respetado y tiene mucho más poder que Debray, el guerrillero?
R.D.: Me importa poco el respeto y, en particular, el respeto social por el poder, que me parece una actitud típicamente de derecha. En Francia, y me regocijo de ello, el poder político es menos respetado que el poder intelectual y los dos son incompatibles. En nuestro país, el intelectual es una figura de oposición y Voltaire cuenta más para nosotros que Luis XV, o Sartre que de Gaulle. Un intelectual en el poder es una contradicción en los términos y mi presencia en el Eliseo me perjudica como autor, ya que hace más difícil una lectura ingenua, emocional, sin prejuicios políticos, de Les masques. No puede quererse ser Rousseau y tener una oficina en Versalles. Yo trato, pero no es fácil. Añade a eso que para la crítica burguesa dominante un escritor de derecha es un temperamento, mientras que un escritor de izquierda sólo es un ideólogo o un profesor.
En cuanto al poder político, lo observo de cerca, pero no lo poseo personalmente. Es cierto que prefiero los bastidores al teatro del poder, es más divertido o más instructivo cuando a uno le gusta mirar bajo las máscaras.