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Un mujeriego sui géneris

La relación de un hombre con cinco mujeres permite una interesante reflexión sobre la monogamia.

Luis Fernando Afanador
2 de septiembre de 2002

En La hora sin sombra, la mejor novela de Osvaldo Soriano, un padre le confiesa a su hijo haberse acostado con 996 mujeres. Bastante desconsolado y ante la cercanía de la muerte, se disculpa: "Perdóname, no alcance a las mil". Este mujeriego frustrado por la imposibilidad de alcanzar la cifra mítica de Don Juan, por supuesto no tiene nada que ver con Justo Adriano Alemán, quien a lo largo de su vida llegaría a amar en forma simultánea a cinco mujeres.

Y la comparación no es pertinente únicamente por las obvias diferencias cuantitativas, sino por otras más de fondo: Adriano las hizo felices, las acompañó en sus sufrimientos, las vio irse con otros hombres y después volver, las amó en todas sus edades. No fue un coleccionista como Don Juan ni un promiscuo como tantos. "Cada vez con cada una y cada una aparte de la otra", fue su filosofía. Apenas un mujeriego de unas cuantas mujeres, "un escritor prolífico de sólo cinco libros".

Adriano es un septuagenario y eminente historiador mexicano, el maestro del narrador, con el cual suele conversar largamente de muchas cosas que incluyen, desde luego, la historia de su país y su actualidad política que aparece como un telón de fondo y que será objeto de algunos finos e implacables dardos por parte del escéptico profesor. Pero el desencadenante del relato y de la larga confesión que es esta novela va a ser la noticia periodística de la condena a un oscuro oficinista, Pastor Venegas, quien llegó a tener a la vez ocho esposas y 39 hijos (nueve primogénitos con su nombre). La simpatía con el octígamo lo impulsará a hablar de lo esencial en su vida, a contar la historia de sus mujeres. "Soy el primero en entender que mi historia es increíble. Y sin embargo es cierta. No es una historia corta, aunque se trata sólo de cinco mujeres. Pero es interesante. Me lo digo ahora, al final de mi vida: la historia de tus mujeres es una historia interesante".

El relato de Adriano vale la pena porque no alardea de sus conquistas que comparadas con otras, como se ha dicho, resultan más bien escasas. Le habla a su discípulo pero en realidad habla consigo mismo tratando de encontrar algún sentido y en ese ejercicio llega a destilar mucha sabiduría de la vida. ¿Cuál es su verdad? Que logró conservar a sus mujeres sin título de propiedad, que las quiso sin asfixiarlas, sin exigirles el derecho de exclusividad. Por eso se iban, se casaban, tenían hijos, y volvían a él. El amor -dice Héctor Aguilar Camín- quiere ser exclusivo pero también quiere ser libre. Se muere en la rutina, renace en la ausencia. "La ausencia, la interrupción de la rutina, es quizás una clave de la renovación amorosa de Adriano y sus mujeres".

Si desde hace mucho se sabe que el deseo es diverso, ¿por qué insistir en la monogamia? Porque aunque sea difícil de realizar no deja de ser un mito poderoso. "Eso de que dos personas se tengan el uno al otro, desde la primera mirada hasta el final, es un mito lleno de belleza y armonía. El único defecto es que no se corresponde con la realidad". La respuesta que encontró Adriano para satisfacer su "deseo diverso" fue amar a cinco mujeres (ni una más, otra hubiera roto ese feliz equilibrio, insiste). Otra utopía, se dirá, posible pero nada fácil de llevar a la práctica. Sin embargo, la ventaja de la literatura es que habla de utopías concretas, de sueños realizados: Regina Grediaga y sus ojos tristes y radiantes; Carlota Besares lujuriosa como un hombre lujurioso; Ana Segovia con su inteligencia y su rebeldía; María Angélica Navarro y su belleza secreta; Cecilia Miramon y su perpetua adolescencia. A los 76 años y calmadas las fiebres de la pasión Adriano muere tranquilamente rodeado de sus mujeres convertidas ya en amigas. La noche de su partida, cuenta su fiel discípulo, alcanzó a subrayar una frase de un libro de Spinoza: "Algo cuyo descubrimiento y logro me permita gozar de una felicidad continua, interminable y suprema".