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Un pensamiento provocador

Murió Rafael Gutiérrez Girardot, uno de los intelectuales colombianos más originales del siglo XX. ¿Cuál es en realidad el legado de su obra, tan respetada y polémica a la vez?

5 de junio de 2005

Gran parte de la obra de Rafael Gutiérrez Girardot está dedicada al estudio de autores secretos. Su búsqueda de nuevos horizontes lo llevó a interesarse siempre en obras desconocidas o, según él, injustamente olvidadas. Nunca le gustaron las modas literarias: en un momento en el que la crítica sólo miraba al realismo mágico, él se empeñó en encontrar nuevas voces. Lo curioso es que al final le sucedió lo mismo que a muchos de estos autores: su obra, tan lúcida y sorprendente, permanece todavía en las tinieblas.

Gutiérrez Girardot nació en Sogamoso, Boyacá, en 1928. Allí realizó sus estudios de bachillerato hasta 1947 cuando viajó a Bogotá y comenzó la carrera de derecho en el Colegio Mayor del Rosario. Al mismo tiempo asistía a cursos en el recién creado instituto de filosofía de la Universidad Nacional, donde conoció a sus primeros maestros: Rafael Carrillo y Danilo Cruz Vélez.

Durante estos primeros años universitarios publicó algunos ensayos y participó en política. Fue uno de los fundadores de un fugaz movimiento llamado Revolución Nacional, junto a Hernando Valencia Goelkel y Eduardo Cote Lamus. No obstante, en 1950 decidió dejar el país por culpa de la violencia política y del bajo nivel académico de la universidad. Vivió algún tiempo en Madrid, pero su verdadera intención era viajar a Alemania: desde muy joven prefirió la rigurosidad del pensamiento germano. En 1953 recibió una invitación para participar en un seminario dictado por Martín Heidegger en la Universidad de Friburgo en Brisgovia. Desde hacía un tiempo la obra de Heidegger era su principal objeto de estudio: le atraía particularmente la reflexión que proponía sobre el nihilismo y la llamada "muerte de Dios". Desde su llegada a Alemania, Gutiérrez Girardot sorprendió por su erudición y fue reconocido como uno de los mejores alumnos de la facultad. También conoció a su esposa y se instaló allí hasta el final de su vida.

Pero, a pesar de este autoexilio, Gutiérrez Girardot continuó en contacto permanente con la intelectualidad colombiana; le preocupaba mucho el debate sobre las ciencias sociales y la situación de la academia en Colombia y América Latina. Desde Alemania colaboró con uno de los proyectos editoriales más ambiciosos del momento: la revista Mito, en donde planteó tesis innovadoras, muy ligadas al pensamiento europeo, y que chocaban bastante con la tradición -un tanto atrasada- del país. De cierta forma el trabajo de Gutiérrez Girardot con los demás miembros de Mito (Jorge Gaitán Durán, Fernando Charry Lara y Valencia Goelkel, entre otros) permitió la entrada de Colombia a la modernidad.

Muy pronto abandonó la filosofía y se concentró en la teoría literaria, disciplina que ocuparía el resto de su carrera. Quiso ante todo resaltar la obra de ensayistas latinoamericanos poco conocidos o injustamente olvidados como Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Xavier Zubiri y José Luis Romero. En un momento en el que toda la crítica se volcaba sobre el estudio del realismo mágico, Gutiérrez Girardot prefirió trabajar en autores como César Vallejo, Manuel González Prada, Jorge Luis Borges y los principales exponentes del modernismo.

Justamente Borges dijo en una ocasión que Gutiérrez Girardot había sido "mi protector y mi descubridor". Aunque puede sonar exagerado, el crítico colombiano sí fue uno de los primeros en escribir ensayos serios sobre él. Cuando publicó Borges: ensayo de interpretación, en 1959, el argentino todavía no era reconocido y nadie había hablado de la dimensión filosófica de su obra. Algo similar sucedió con Vallejo. De alguna forma Gutiérrez Girardot le dio una nueva lectura a su obra que iba más allá de la simple preocupación por el tema del indigenismo.

A finales de la década del 60 y gracias a la ayuda de Cote Lamus, entró a trabajar en la embajada de Colombia en Bonn. Fundó la editorial Taurus, desde donde quiso darle una dimensión más universal a los autores latinoamericanos y reflexionar sobre el lugar de América en la historia universal.

Pero desde entonces también comenzó a tener encuentros con colegas colombianos. "Él mismo se encargó de crear una red de odios en la que, al final, se encontró atrapado. Su obra sí es relevante pero ha sido opacada por su odios personales", le dijo el filósofo Rubén Sierra Mejía a SEMANA. Y es que Gutiérrez Girardot era inclemente a la hora de criticar a los autores que no le gustaban. Todavía son recordados los artículos furibundos que escribió en contra de José Ortega y Gasset, Octavio Paz y Álvaro Mutis.

Para muchos la vehemencia de sus textos no le quitaba rigor a su argumentación. Uno de ellos es el escritor R.H. Moreno Durán, quien sostiene en su ensayo Caminos hacia la modernidad que la táctica de Gutiérrez Girardot era "extraer del otro razones que, sometidas a una nueva tanda de negativas, terminan por orientar la conversación hacia dictámenes comunes, más próximos a una verdad compartida que a la exclusiva razón monopolizada por uno de los contertulios". Sin embargo su forma tan polémica de argumentar fue culpable, en parte, de que su obra fuera rechazada.

Después de una breve y frustrante estadía en Colombia a finales de los 60 regresó a Alemania, donde fue nombrado profesor titular de la Universidad de Bonn. Publicó ensayos sobre Nietzche, Machado, Nelly Sachs y sobre la literatura y la academia hispanoamericanas. Gutiérrez Girardot sostenía que el continente estaba muy atrasado y que América se había saltado muchas etapas de la evolución histórica. Estas afirmaciones fueron controvertidas muchas veces por Germán Arciniegas.

Durante los 30 años siguientes se dedicó a trabajar en silencio desde Alemania y a mirar con recelo el mundo intelectual colombiano. "La obra de Gutiérrez está un poco sobrevalorada, por supuesto tiene libros muy buenos, pero muchos de ellos están viciados por algunas malinterpretaciones de su autor. El gran aporte de Gutiérrez es que manejó a la perfección dos literaturas: la hispanoamericana y la germánica. Sin embargo su obra es muy irregular y genera cierta irritación entre los lectores", opina Sierra Mejía. Sin embargo su reflexión sobre la historia social de la literatura permite una nueva y original forma de mirar la identidad latinoamericana. La obra de Gutiérrez Girardot puede parecer chocante y provocadora en un principio, pero da claves fundamentales para entender el pensamiento en el continente.