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Una buena cosecha literaria

Hubo novelas y libros de poesía sobresalientes y las editoriales volvieron a publicar cuentos. Este será recordado como un año positivo para la literatura colombiana.

Luis Fernando Afanador Crítico literario
16 de diciembre de 2006

Este fue sin duda un gran año para la literatura colombiana. Jorge Franco (Melodrama), Héctor Abad (El olvido que seremos) y Ricardo Silva (El hombre de los mil nombres) publicaron sus mejores obras. Pedro-Juan Valencia (al parecer un seudónimo del poeta Darío Jaramillo Agudelo) escribió Eclipse del cuerpo, un relato perdurable sobre el eterno tema del cuerpo y el yo.

De otra parte, la novela siguió demostrando que la historia de Colombia sigue siendo una riquísima fuente de temas literarios: Miguel Torres (El crimen del siglo) exploró a fondo la vida y el contexto social de Juan Roa Sierra, el hombre acusado de haber asesinado a Jorge Eliécer Gaitán, y María Cristina Restrepo (Amores sin tregua) recreó con mucho rigor el periodo del ascenso al poder del general Tomás Cipriano de Mosquera en Antioquia. La corrupción y el narcotráfico, las dos lacras nacionales, fueron abordadas desde la perspectiva del género policial por Silvia Galvis (El hombre que sabía demasiado) y Pedro Badrán (Un cadáver en la mesa es de mala educación). Y la otra gran lacra, el desplazamiento, con su secuela de miseria y violencia, fue contada en todo su horror por Óscar Collazos (Rencor) a través del relato de una joven de 16 años que habla de su vida frente a la cámara de un documentalista: "Así es la vida en ese barrio y en otros barrios, en el Olaya, en San Francisco, en Arroz Barato, en el El Pozón, en La Popa. Los pandilleros se matan entre ellos. Los de la Popa son los más tesos y bravos. A cuchillo o a bala. Cogen mujer a la brava y si alguien protesta, el papá o el hermano, lo amenazan con darle plomo".

Se reeditaron -qué bueno- los magníficos cuentos de Roberto Rubiano Vargas (Necesitaba una historia de amor), emblemáticos de la literatura negra y urbana de los años 60. También, los de Ricardo Cano Gaviria (El París de Baudelaire, que incluye dos relatos nuevos), el nunca olvidado francófilo de nuestras letras a pesar de su exilio voluntario. Antonio Ungar (Las orejas del lobo, libro a caballo entre el cuento y la novela), siguió demostrando su talento con una visión sombría y luminosa de la infancia. Y Tim Keppel (Alerta de terremoto), aunque norteamericano, logró adentrarse con sus historias en la mentalidad colombiana, gracias a una mirada crítica pero atenta y respetuosa, es decir, más enriquecedora que la de muchos extranjeros que vienen a enseñarnos "lo que tenemos que hacer" para solucionar nuestros problemas.

Hubo, entonces, varios libros de cuentos en 2006: un hecho que vale la pena destacar porque es inusual. Las editoriales colombianas, de manera tácita, tenían vetado ese género imprescindible, por razones comerciales. ¿Recordaremos 2006 por ser el año en que se le puso fin a ese injusto veto? Ojalá que sí y que en los años que vienen se sigan publicando muchos libros de cuentos. Por lo pronto, editorial Panamericana se contagió de la onda del cuento y se animó a publicar una ambiciosa colección con nuevos autores colombianos y latinoamericanos: Cuentos de seducción (Carmen Vincenti); Cuentos de violencia (Jesús Zárate); Cuentos de violencia (Giuliana Anzellini); Cuentos festivos (Jaime García Saucedo) y Cuentos punzantes de Lina María Pérez.

El novelista Tomás González sorprendió como poeta en Manglares. En los últimos tiempos ha sido muy común ver a los poetas -tal vez desesperados por tanta soledad de público- emigrar al género de la novela y nunca más volver. Por esta razón, llama la atención que alguien bastante reconocido en su género haga el camino inverso: de la novela a la poesía. Una frase muy citada dice que los buenos novelistas son siempre poetas fallidos; dicha afirmación, al menos en este caso, dejó de ser cierta: "Y si al final nada se sabe, poco importa. / Las nubes cayeron siempre al mar, / los loros volvieron a volar/ y la belleza estuvo siempre ahí, / indiferente y cálida". Lucía Estrada en Las hijas del Espino -Premio de poesía ciudad de Medellín- realizó intensos retratos líricos de 26 mujeres relacionadas con el mundo del arte que van desde Agnés Frey, esposa de Durero, hasta Zelda Zayre, escritora norteamericana, esposa de Scott Fitzgerald. En una bellísima edición a cargo de Santiago Mutis, se reeditaron los poemas de Juan Manuel Roca a los ángeles bajo el título El ángel sitiado. Y, finalmente, Melibea, la hija de María Mercedes Carranza, hizo un prometedor debut literario en el número CCII de la revista Golpe de Dados con unos textos rebosantes de imágenes perturbadoras.