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UNA FLOR SIN AROMA

El reciente montaje del TPB, entra a engrosar las filas de obras flojas y comerciales de los últimos meses.

22 de agosto de 1988

Pareciera que se estuviera entrando en un tiempo en que el teatro se realiza sin mayores compromisos artísticos e intelectuales. Se vuelve a la pieza fácil, de rápido consumo y pronto olvido, para no hablar de la arrogante vulgaridad. Como si hubiese que corregir el rumbo que en una época definió el quehacer teatral de toda una generación, que supo asumir todos sus riesgos. Ahora, la comedia sin importancia, sin ingenio y sin estilo, carente de todo planteamiento atractivo parece interesar a los directores que, tentados por la taquilla, atraviesan fácilmente el lugar común. Es la pobre aventura de la supervivencia.
Las dificultades financieras por la que atraviesan ciertas instituciones teatrales, o la avidez económica, pueden explicar esos males teatrales, esas imposibilidades escénicas. Pero no basta. Se trata de saber a quién sirve y cómo sirve este teatro. Sobrevivir es fundamental, es un instinto, es cierto. Pero, sobrevivir bien es una tarea infinitamente superior. La obra que ha venido presentando el Teatro Nacional en los últimos meses es el perfecto ejemplo de la exaltación de la mediocridad y del mal gusto, de la confesión de pobreza espiritual, de fracaso intelectual. Ahora, aceptar que este estilo de teatro es necesario en cualquier ciudad del mundo, porque siempre tendrá su público, es comprender que en este oficio todo lo que cuenta es la utilidad. ¡Buen provecho!
Ahora, lo que resulta alarmante es ver cómo sus "aportes" pueden llegar a contaminar, con semejante ilusión de éxito, a otras instituciones reputadas como serias. Este es el caso del TPB, que parece tentado a seguir tan lamentable rumbo. Desde luego que entre "Baño de damas" y "Rosa de dos aromas" hay una gran diferencia -o una muy pequeña diferencia-, que no es otra que la de la dignidad. Y sin embargo, no se puede dejar de reprocharle a Carlos José Reyes, director de la pieza, que esté orientando su indiscutible capacidad teatral hacia el montaje de comedias triviales, de tercer orden, derrochando vanamente un envidiable talento artístico. Habría que tener escrúpulos evangelicos, y a la vez que se recuerda aquella orgullosa y sabia sentencia de:"Por sus obras los conoceréis", no se olvida la parábola de los talentos. ¿Tendrá que sacrificar Carlos José Reyes sus talentos, dejando tan poco beneficio para sí mismo? ¿Qué empresa, qué aventura, qué circunstancia es tan importante que así lo justifique?
No es que "Rosa de dos aromas" sea detestable, como la mencionada obra del venezolano, puesta en escena por el Teatro Nacional. Es que sencillamente no corresponde a las exigencias de un momento crucial del teatro colombiano. Se esta definiendo un público -o varios públicos, si se quiere- y éste terminará suscribiéndose a las propuestas que mejores cosas puedan ofrecerle.Seguir pensando que el público es tonto y alienado y que tiene una limitada capacidad de atención y de comprensión, es contribuir a su extravío, destrozar sus posibilidades. Atraerlo con propuestas fáciles no es cautivarlo, es simplemente aventajarlo en ingenio. Fácil triunfo.
El desasosiego que invade tras "Rosa de dos aromas" está relacionado, sobre todo, con la desproporción, con la sensación de inutilidad y de derroche. El derroche de dos excelentes actrices que se entregan a un trabajo insensato. Y el de un director -excelente, como pocos en Colombia-, resignado a sacar una obra del anonimato -plagada de lugares comunes, reiteraciones y chistes fáciles- en donde debía permanecer. ¿Es esta acaso la rosa de los vientos?









Enrique Pulecio