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UNA GUERRA DE PELICULA

"Nacido para matar" marca el regreso triunfal de Stanley Kubrick.

29 de febrero de 1988

"Bang. Miro por el tubo corto de metal y observo la bala que penetra en el ojo izquierdo de Cowboy. Mi bala le horada la cuenca del ojo, irrumpe a través de cavidades de senos llenos de fluidos, atraviesa membranas, nervios. arterias, tejido muscular, diminutos vasos sanguíneos que alimentan un kilo de masa gris, blanda como mantequilla y de alto contenido proteínico, donde las células cerebrales dispuestas como joyas en un hermoso reloj albergan cada pensamiento y recuerdo y sueño de un adulto varón. Mi bala sale por el hueso occipital, extirpa coágulos de carne velluda, desgarrada y empapada de sesos, y se hunde en las raíces de un árbol": este es uno de los párrafos finales de la novela Full metal jackez, escrita por Gustav Hasford, quien trabajó como corresponsal de guerra en Vietnam. Es la historia del grupo de muchachitos que cae en manos de un instructor quien se encarga de bestializarlo, endurecerlo y violentarlo hasta el delirio ("Si sobreviven serán un arma, serán ministros de guerra, serán emisarios ansiosos de la muerte, ansiosos de destruir y hasta ese día apenas serán sacos de escoria, la forma más baja de vida en la tierra. Ustedes, ahora, no son ni siquiera humanos"), un grupo de muchachitos que después es enviado a los arrozales a participar en uno de los episodios más sangrientos de la guerra, deshumanizado gracias a las instrucciones de ese oficial mal hablado.
Stanley Kubrick, 8 años después de "El resplandor", tomó esta novela y con un guión escrito con la colaboración de otro reportero de guerra Michael Herr (autor de un libro que nadie debe dejar de leer, "Despachos", premio Pulitzer), ha logrado la que la mayoría de los críticos considera la mejor película sobre la guerra realizada hasta el momento: "Nacido para matar". Los primeros 45 minutos de proyección están dedicados al entrenamiento, a la conversión de los muchachos en bestias peligrosas y el resto de la película es la confrontación con la muerte, con las balas, con el sabor de la sangre, con el dolor de las heridas y la convicción alarmante de que todo cuanto aprendieron en la escuela militar, no los convertirá en héroes, no los salvará de la muerte, no les proporcionará medallas, no los hará más hombres, apenas les servirá para una sola cosa: sobrevivir como puedan.
En un momento de la película, uno de los marines le dice sarcásticamente a uno de los reporteros de la televisión que está filmando lo que después millones de norteamericanos mirarán con estupor en la tibieza de sus hogares: "Este es Vietnam, la película" o sea, el espectáculo de la muerte y la destrucción que ya otros realizadores (Michael Cimino, Francis Coppola, Sidney Furie, Oliver Stone, Jhon Wayne, entre otros), han relatado a su manera, los unos como una ópera delirante, los otros como muestra de la arrogancia equivocada de los norteamericanos en un país pequeño, los unos como derroche de tecnología y los otros como acumulación de recuerdos personales, pero sólo Kubrick ha sido capaz de desmontar una a una las piezas de ese mecano espantoso que alimenta la conciencia de quíenes tienen como héroe a un asesino como Oswald, sólo porque fue un marine desesperado. Este espectáculo es captado por una cámara que goza mostrando cómo se abren las heridas, cómo salta la sangre, cómo se astillan los huesos, cómo la muerte se apodera de esos muchachitos para quienes ya no habrá oportunidad de descubrir qué significan nociones como Honor, Patria, Moral y Desprestigio, ocupados como están en matar y dejarse matar, en sobrevivir a ese ejercicio devastador que muchos defienden. Dice Kubrick: "Hay tanta verdad, hay tanta sinceridad en esta película que no me sorprenden las reacciones de muchos veteranos. Es que la gente se ofende cuando les colocan delante un espejo".