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Una moda que no incomoda

Más que un género musical, el 'chill out' es un estado de ánimo relajado en el que caben desde la electrónica experimental hasta el reciclaje de viejas pistas de jazz y 'bossa-nova'.

12 de febrero de 2006

De pronto, como por encanto, todo se llenó de chill-out. Este término, que hasta hace pocos meses manejaban únicamente los gomosos de la música electrónica, hoy día es un genérico que se aplica a infinidad de discos, bares, estilos de vida... Pero, ¿qué es chill out? Porque la banda sonora de un bar chill out puede llegar a ser tan extensa y diversa como la Amazonia. Bajo ese paraguas se cobijan desde versiones electrónicas de ragas hindúes hasta funk de los 70; desde clásicos del bossa nova tal cual los grabaron hace 40 años hasta atmósferas electrónicas futuristas creadas a punta de sintetizadores y computadores; desde el tango electrónico de Bajo Fondo hasta el Bolero de Ravel en versión Giorgio Armani. Si se quisiera, la programación de Melodía Stereo FM, la Nueva Era y los movimientos lentos de cualquier sonata para piano de Mozart servirían. Dicho de otro modo, chill out es casi cualquier cosa. La razón es muy simple. En realidad no se trata de un género musical, sino de un estado de ánimo: en las grandes discotecas sacudidas por el frenesí house y techno suele haber un espacio de relajación donde los rumberos reparan fuerzas y ponen una música más suave, con ritmos más lentos. A esos lugares se los denomina chill out, que significa 'enfriarse'. Como es de esperarse, donde se combinan lo divino y lo humano han aparecido toda suerte de fusiones y mezclas que han provocado que el llamado chill out tenga muchos detractores. La tecnología facilita demasiado las cosas. Hoy día es muy fácil elaborar música a partir de los programas disponibles y, lo que es peor, adaptar músicas de diverso origen como tango, bossa nova o música árabe, en formatos muy predecibles y poco creativos. Se llega a extremos de transformar una canción de extrema rebeldía como Sympathy for the devil, de los Rolling Stones, en una tonada ideal para disfrutar de un dry Martini al lado de la piscina. Pero también es muy cierto que muchas de estas fusiones electrónicas han hecho visible la música del mundo, hasta el punto que la cantante brasileña Gal Costa declaró hace algunos meses que gracias a la música electrónica el bossa nova había dejado de ser un recuerdo del pasado y se había vuelto a actualizar. Diversos experimentos con el tango (no todos) le han dado nuevas posibilidades a la música porteña y lo mismo se puede decir, para bien y para mal, de la música árabe, la hindú y del mismo pop, que cada vez se nutre más de la electrónica. Para rastrear el origen de los géneros electrónicos que se suelen agrupar como chill out, lo mejor es acogerse al término de 'música ambiental', un nombre muy desacreditado porque evoca lo que se oye de fondo en salas de espera y ascensores. Compositores como Claude Debussy y Eric Satie comenzaron a trabajar atmósferas en las que la melodía era menos importante que el ambiente sonoro. A lo largo del siglo XX, el desarrollo de instrumentos electrónicos fue paralelo a las innovaciones de compositores de vanguardia que pusieron en entredicho los conceptos mismos de melodía y ritmo, a la vez que investigaban más y más las propuestas de músicas no occidentales de Asia y África. En los años 60 aparecieron en Estados Unidos los compositores minimalistas con sus largas secuencias repetitivas, casi idénticas, que evocan los loops de la música electrónica. Con la aparición de los primeros sintetizadores medianamente accesibles, diversos músicos de pop y rock comenzaron a incursionar con estos nuevos sonidos, lo que coincidió con el auge de la sicodelia y el uso cada vez más frecuente de ritmos e instrumentos no occidentales en el ámbito del rock. Pero fue el músico y productor inglés Brian Eno quien definió la música ambiental. A mediados de los años 70 estaba en cama y puso con muy poco volumen un disco de música de arpa en un equipo de sonido al que le fallaba un canal. Las partes más suaves se perdían debajo del sonido de la lluvia en el tejado y sólo podía oír los fragmentos más fuertes. Esto lo inspiró para grabar cuatro álbumes de la serie Ambient, que marcaron el norte definitivo. Mientras tanto, la banda alemana Kraftwerk sentó las bases de lo que sería todo el movimiento electrónico de los 80 y 90. Por primera vez en la historia, un grupo pop reemplazó todos los instrumentos tradicionales (guitarra, bajo, batería) por sintetizadores y cajas de ritmos. Se les considera como los verdaderos precursores de la música electrónica y algunas de sus composiciones podrían entrar sin problema en cualquier antología de chill out. Mientras en las discotecas tomaban fuerza los géneros más rápidos y bailables, músicos y productores como Alex Paterson, Geir Jensson y el sello Fax, de Pete Namlook, fueron los pioneros de estas tendencias lentas (downtempo, ambient, logical beat...), a las que se unieron, ya en los 90, propuestas como las del llamado trip hop. Resulta muy difícil internarse en el laberinto de nombres y tendencias que configuran los últimos 15 años del desarrollo del ambient electrónico. En Colombia se han hecho diversas incursiones. En Medellín, el bar Melodie Lounge ha hecho dos convocatorias para publicar antologías de músicos colombianos, y acaban de lanzar un CD que compila los trabajos ganadores en 2004 y 2005. William Escobar lanzó con YoYo Music la colección Intelligent Beats; el grupo Sismo lanzó Pueblo, un trabajo en el cual combinan voces y sonidos folclóricos de Colombia con atmósferas electrónicas. La lista es mucho más larga: De Los Ríos, Goes, Puerto Candelaria... En últimas, se trata de una escena muy seductora, pues nada mejor que refugiarse en estos sonidos -a veces frívolos, muchas veces envolventes y seductores- para olvidar por un rato el estrés de un mundo cada vez más incierto y convulsionado.