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Los conciertos gratuitos al aire libre en la plaza San Pedro Claver permitieron admirar a varios de los maestros que participaron. Arriba, el chelista Andrés Díaz y la pianista Wendy Cheng. Abajo, la arpista británica Catrin Finch, quien interpretó ‘Introducción y allegro para arpa y orquesta’, de Ravel. La acompañó la orquesta I Musici

CARTAGENA

Una semana de magia

Conciertos de altísimo nivel, presentaciones gratuitas al aire libre y talleres para estudiantes y maestros consolidaron el Festival Internacional de Música del Caribe como un evento de altísimo nivel y de gran impacto social. Los barrios marginales también se beneficiaron. 

12 de enero de 2008

Miércoles 9 de enero. Son las 8 de la noche. La gente comienza a llenar la plaza de San Pedro Claver. La fachada de piedra gris de la iglesia sirve de telón de fondo a una tarima donde se ha instalado un piano. Todavía faltan tres horas para que comience el concierto al aire libre que ofrecerán la arpista Catrin Finch, la pianista Wendy Chen, el chelista Andrés Díaz y los pianistas Charles Wadsworth y Stephen Prutsman. Ellos son músicos muy reconocidos en el panorama musical mundial y para verlos en concierto en Europa o en Estados Unidos los asistentes deben pagar boletas de por lo menos 150 dólares. Para la gran mayoría de las personas que comienzan a congregarse allí la expresión 'música clásica' es, en el mejor de los casos, una vaga referencia, una música tan extraña y ajena a la que muchos le huyen porque les dicen que es sólo para expertos y conocedores.

A esa misma hora, el teatro Pedro de Heredia está lleno a reventar. La orquesta I Musici de Montreal, reforzada con varios instrumentistas colombianos, y varios de los solistas que un rato más tarde estarán en San Pedro Claver, conmueve a los asistentes, varios de ellos melómanos, con obras de Maurice Ravel, Johann Sebastian Bach, Darius Milhaud y Ludwig van Beethoven.

Por la tarde, entre los asistentes al ensayo general del concierto de aquella noche en el Heredia estaban presentes varios niños integrantes del sistema de orquestas juveniles Batuta.

Ese es el espíritu del Festival Internacional de Música que ha convertido a Cartagena en un laboratorio de impredecibles consecuencias. Porque el alcance del festival va mucho más allá.

Al día siguiente, varios de los integrantes de I Musici fueron al barrio Nelson Mandela para participar de la fiesta que los niños músicos de ese sector, del barrio Zapatero y del corregimiento de Pasacaballos, montaron a orillas del Canal del Dique.

Estuvieron allí desde las 11 de la mañana hasta las 3 de la tarde. Probaron sancocho, bailaron al son de los tambores y algunos de ellos intentaron medírseles a los complejos ritmos de la percusión del Caribe.

Pero no se trataba de una visita protocolaria. Desde el año pasado, la violinista Françoise Morin-Lyons ha liderado un acercamiento entre su orquesta y este grupo de niños que viven en uno de los barrios más deprimidos de Cartagena. Ellos les trajeron instrumentos a los niños y, tal como sucedió hace un año, varias lágrimas rodaron por sus mejillas al ver la pasión y la alegría con la que estos niños, muchos ellos hijos de la violencia y el desarraigo, cantan y tocan sus violines, flautas, xilófonos y tambores.

Para ella, que forma parte de una orquesta de primer nivel, que se ha presentado en todo el mundo y que ha grabado 82 álbumes, "gracias a esta experiencia en Cartagena, ya entendemos por qué razón somos músicos".

El clarinetista Mark Simmons, quien en esta visita al barrio mostró sus progresos con La pollera colorá (que un joven del Mandela le había enseñado un año antes), vino en marzo pasado por su cuenta y riesgo para trabajar con ellos. Lo mismo hizo en mayo Françoise Morin.

El Festival recibe mucho de los músicos. Pero también les da satisfacciones enormes. Para Andrés Díaz, el virtuoso chelista chileno educado en Estados Unidos, este es un festival muy especial. Esta es la tercera vez que viene a Cartagena y las tres veces ha ofrecido conciertos didácticos y les ha dado clases a los niños. "Me emociona ver sus progresos, ver que cada año tocan mejor".

Casi siempre, lo más importante es lo menos visible. El concierto de clausura se llevó a cabo el sábado. Ahora siguen los programas de capacitación de estudiantes y maestros, los talleres de construcción y reparación de instrumentos, y muchos de estos niños y profesores seguirán en contacto permanente con los músicos que se han acercado a ellos.

Tienen razón todos estos músicos. Un festival que acerca a intérpretes de gran nivel a los ciudadanos de la calle, que educa a las clases altas que van a los conciertos y que pone en contacto a niños y jóvenes con los instrumentos sinfónicos es definitivamente un evento muy especial.