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VENTANA AL MUNDO

Los años 60 trajeron vientos nuevos a la pintura colombiana. Experimentos formales y visuales, errores y aciertos en busca de un nuevo enfoque crítico.

11 de octubre de 1982

La política colombiana de la década de los sesentas se vio enmarcada por la homogenización de las doctrinas partidarias y por la aparición de una verdadera oposición intelectual de izquierda que originó el afianzamiento de un claro pensamiento político nacional. En el resto del mundo, la década de los sesentas atestiguó revoluciones intelectuales, culturales y políticas que harían mella en el comportamiento social colombiano. Fueron diez años bajo la influencia de John F. Kennedy, Marilyn Monroe y Juan XXIII, lo mismo que bajo la anestesia del Frente Nacional, de la marihuana y de la interpretación nacional de las teorías económicas internacionales.
Pero también los años sesentas significaron la introducción efectiva de Colombia al mundo moderno o, tal vez, del mundo moderno a Colombia como quedaría mejor planteado.
El arte colombiano, por supuesto, participó de dicha renovación.
A los artistas colombianos de este período, la década de los sesentas casi que los obligó a buscar, o a recibir, las nuevas tendencias mundiales que, por ese entonces, eran básicamente norteamericanas. Así llegaron al país las anécdotas visuales del expresionismo abstracto y del pop norteamericanos, y del menos abstracto expresionismo y materismo europeo.
Lo interesante de la pintura colombiana de los sesentas es el énfasis gradual puesto por cada uno de los artistas para no parecerse entre sí. Por esto, se observa en muchos de ellos un afán actualizante, unas ganas tremendas de ser modernos. La actitud general es la de elaborar obras muy personales pero que incluyen una que otra (o a veces muchas) cita de las últimas corrientes internacionales. Y como la tendencia universalista puede en general llamarse informalista, el resultado inventarial de la década en cuestión, en la pintura colombiana, es una uniformidad formal en superficie. Los trabajos de bastantes y muy diferentes pintores son casi iguales.
Lo anterior parece comprobarse en una maravillosa exposición que presenta el Museo de Arte Moderno de Bogotá titulada "Pintura colombiana de la década de los sesentas". Maravillosa porque para muchos de nosotros resulta algo extraña debido a la nostalgia que emana, y porque, a pesar de las diferencias, existe una homogeneidad plástica que explica ciertamente que en áquella época algo lejana realmente hubo una reacción pictórica que creó un lenguaje visual único.
La exhibición se abre con "La pintora" (1964) de Grau, una obra esencialmente figurativa, y hacia un lado se han arreglado las pinturas que deforman la figura pero que nunca la abandonan piezas maestras en esta sección son, entre otras, "Sin título" (1968) de Beatriz Daza, "Mujer en faja" (1963) de Carlos Rojas, "La escalera gris" (1969) de Santiago Cárdenas y "Paisaje" (1968) de Ana Mercedes Hoyos. Este último trabajo es verdaderamente el más internacional y el más "moderno" de todos los exhibidos pues al mismo tiempo que es una pintura también es un objeto, una instalación y un ambiente (usa dos tubos de neón prendidos). Hacia el otro lado, las obras parecen comenzar con la deformación de la figura hasta llegar a la abstracción absoluta, y es aquí donde mejor se puede observar el afán internacionalista de los pintores nacionales: desde el pop de Botero y Beatriz, hasta el expresionismo atormentado de Norman Mejía, el expresionismo frívolo de Obregón y el expresionismo semiabstracto de Manuel Hernández y Wiedemann.
Los experimentos formales y visuales de los pintores representados en la muestra del Museo nos inclinan a pensar en lo excitante y renovadora que debió ser la lucha en los sesentas y en lo necesario y excitante que debe ser emprender una tarea histórica para darle al período una visión nueva. A propósito de los años sesentas escribía Marta Traba en 1976"... ese período ingrato que sale de la influencia de Obregón para recibir la de Botero, no tendrá historiadores, puesto que corresponde a la transición, a los tanteos englobados en un romanticismo que más tarde, con perspectiva, se vio informe e improvisado: por la misma razón puede ser interesante consignar una tarea crítica que enfoque este lapso, ver cómo examina las obras para tratar de salvarlas, y también comprobar, ¿por qué no?, su excesivo entusiasmo y las equivocaciones que de él se derivan " (Mirar en Bogotá, p.15).
Las equivocaciones fueron muchas pero muchos fueron también los aciertos. Ahora con el filtro de la juventud y de la nostalgia se podría uno preguntar qué pasó con aquellos que definitivamente se quedaron atrás, y que seguramente aún le siguen temiendo a los sesentas. Por nuestro lado, nosotros no.
José Hernán Aguilar