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VIEJO, MI QUERIDO VIEJO

En su último libro de poemas, Borges ya no es el mismo

16 de septiembre de 1985

Una vez concluida la lectura de la Inscripción y el Prólogo, que apenas ocupa unos pocos minutos, se experimenta el mismo regocijo que se disfruta cuando la fortuna nos depara un reencuentro con Borges, con ese Borges lúcido, brillante y sagaz a que estamos todos enviciados.
Esta es la sensación inicial frente a "Los conjurados", el último libro de poemas de ese ciego magnífico. Durante la pasada Semana del Libro que tuvo lugar en Madrid hace casi dos meses la Editorial Alianza presentó este libro como su más destacada novedad. Contó, además, con la presencia del autor que fue pródigo en entrevistas y declaraciones a la prensa. Periódicos y revistas se ocuparon de todos sus movimientos, registraron cada una de sus impresiones, comentaron sus actitudes y celebraron la aparición de este poemario que contiene apenas cuarenta composiciones, la mayoría concisas hasta lo imposible y algunas breves casi hasta la avaricia.
Como sus últimos libros, éste también está dedicado a María Kodama. En "La cifra" (1981) la llamó "... cuánto Virgilio", aquí le confiesa: "En este libro están las cosas que siempre fueron suyas".
Pero una vez el lector se sobrepone al deslumbramiento inicial y se adentra paulatinamente en los poemas, se descubren --con sorpresa o con dolor-- otras cosas. Como él mismo lo expresa en las primeras líneas del Prólogo: "A nadie puede maravillar que el primero de los elementos el fuego, no abunde en el libro de un hombre de ochenta y cinco años". ¿Significa, acaso, que ya sólo queda la ceniza; que el rescoldo no posee la fuerza suficiente para volver a ser llama? Una cosa sí es cierta. Es un libro que acusa el paso de los años. Borges ya no es el mismo. Aunque algunos de los sueños que recrea en estas páginas se asemejen tanto a los de antaño, aunque la Inscripción y el Prólogo nos siembren la ilusión de que él es ajeno al trascurrir de los años.
Hace ya más de sesenta años, cuando apareciera su primer libro de poemas, "Fervor de Buenos Aires", él iba tras "los atardeceres, los arrabales-- y la desdicha ... ", mientras ahora --desde hace ya más de veinte-- va en busca de "las mañanas, el centro, la serenidad". Y, sin embargo, hay poemas de una violencia inusitada, poemas en donde la indignación, como un fuego, irrumpe o desborda la máscara de serenidad y resignación que muchos creen que es su rostro ciego. Así sucede con la penúltima composición del libro, "Juan López y John Ward": "... Les tocó en suerte uno época extraña.
El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heróico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los carógrafos, auspiciaba las guerras.
López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer el Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en una aula de la calle Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.
Los encerraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender..."
"Los conjurados", entonces, es un libro que trae sus sorpresas. De este poema, Borges comentó en una de las entrevistas concedidas en España que lo había escrito y publicado durante la Guerra de Las Malvinas, con un poco de temor pero apoyándose --así se expresó él-- en esa especie de inmunidad que ha adquirido.
Para muchos, será un libro decepcionante. Una especie de testamento en donde, tal vez con demasiada suspicacia, hay quienes se atreven a pensar que ya allí hay otras manos interviniendo en los poemas. Como si no fuera posible reconocer en ellos al poeta de ochenta y seis años.
Exageran quienes así piensan, pues aunque ya no es el mismo, sí es reconocible en muchos de los poemas, en gran cantidad de versos. El, además, no aspira sino a eso, a permanecer --al menos-- en un verso. Y esto último es algo que está sólo en la relación individual que cada lector crea con el libro, con cada poema. La poesía está --Borges lo ha dicho en repetidas ocasiones, basta con releer cada uno de los prólogos que ha escrito para sus propios libros-- en el comercio del poema con el lector, no en la serie de símbolos que registran las páginas de un libro: "No hay poeta, por mediocre que sea, que no haya escrito el mejor verso de la literatura, pero también los más desdichados. La belleza no es privilegio de unos cuantos nombres ilustres. Sería muy raro que este libro, que abarca unas cuarenta composiciones, no atesorara una sola línea secreta, digna de acompanarte hasta el fin".--
Conrado Zuluaga Osorio