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Vodka Limón

Una conmovedora historia de amor enmarcada en las tristes rutinas de una villa armenia abandonada. ***

Ricardo Silva Romero
12 de junio de 2005

Título original:Vodka lemon Año de producción: 2003.Actores: Romen Avinian, Ivan Franek, Zaal Karielachvili, Lala Sarkissian, Armen Maroutyan, Poco a poco, sin el afán de las producciones de moda y perdida como sus personajes en los paisajes helados de una abandonada villa armenia, esta comedia llamada Vodka Limón consigue exponernos una realidad que en un principio parece una mentira. El realismo, se sabe, es un atajo hacia el absurdo, hacia la fantasía, hacia el horror. En el periódico de cualquier día, supuesta cumbre de la escritura realista, pueden leerse historias que consideraríamos “aterradoras” o “inverosímiles” o “extraordinarias” si las encontráramos en una novela o en un largometraje de ficción. Y el relato que nos ocupa está lleno de imágenes imposibles, de camas que sirven de medio de transporte, conciertos de piano en la mitad de la nada, mercados en donde se venden muy baratos uniformes del ejército (quien haya visto obras de Aki Kaurismäki sentirá que todo esto ya lo había vivido antes), pero su intención inicial es la de mostrarnos la vida en aquellos pueblitos que tratan de sobrevivir a la terminación de la era soviética. La pobreza, el sin sentido, la desesperanza: los protagonistas de esta fábula inofensiva logran transformar sus tragedias en falsos finales, en optimistas puntos de partida, dedicándoles sus energías enteras a las relaciones con los demás habitantes del lugar. El mejor ejemplo de ello es Hamo, un hombre viudo de más de 60 años que sueña con recibir algún día un sobre lleno de dinero enviado por su hijo mayor, que hace lo que puede por orientar las vidas de los miembros de su familia que aún viven en la villa, y visita todos los días la tumba de su esposa, listo a contarle a la difunta las principales noticias de las últimas horas: a fuerza de viajar en el único bus de la región, conducido por un señor que canta canciones románticas sin pedir nada a cambio, Hamo se hace amigo de la otra pasajera, Nina, una cincuentona solitaria que reparte su día entre el duelo por la muerte de su esposo, el trabajo en una licorería perdida en el camino y la tristeza ante la rutina sórdida que su única hija ha elegido para sobrevivir. Hamo y Nina vivirán un extraño romance. Y entonces cuestiones urgentes como el desarraigo, la desolación o la pensión risible empezarán a ser lo de menos en sus vidas completas. Vodka Limón deja de lado las convenciones del drama, sacrifica cualquier intento de atrapar al espectador (dicho de otra manera: no recurrirá a las trampas a las que recurren los guiones comerciales) en nombre de ese realismo que puede parecer una caricatura. Por eso no resulta fácil descubrir, entre otras cosas, que no es nada más ni nada menos que una bonita historia de amor. Y sin embargo, no podría decirse que el director ha cometido un error dejándose llevar por la lógica enrevesada de esas aldeas olvidadas. Quizá no había otra manera de acercarse a esos seres que soportan el frío gracias a la risa.