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VOLVER AL PASADO

Inspirada en la arqueología, la obra de Luis Fernando Zapata explora los mitos alrededor de la muerte.

20 de mayo de 1991

TODAVIA NO SE HA INVENTADO un vehículo mejor que el arte para viajar al mundo de lo desconocido. La obra reciente del antioqueño Luis Fernando Zapata, que expone en estos días la Galería Garcés Velásquez, de Bogotá, es eso: un viaje que traspasa las fronteras de la vida. Un viaje que pretende indagar sobre el hombre, más allá de su paso por la tierra.
La muerte está presente en cada uno de sus objetos rituales y en cada una de sus excavaciones. Al menos como punto de partida. Son obras que pretenden detener el tiempo para procurar la reflexión del público. Pero que, así mismo, parecen insinuarle que el proceso seguirá en breve.
Que hay que apurarse.
Las obras de Zapata son, al mismo tiempo, un viaje al pasado y al futuro. Hay una clara alusión al fetiche, al vudú, a la magia negra. Hay una inconfundible simbología precolombina.
Hay un retrato de la labor arqueológica que han emprendido aquellos que quieren encontrar las raíces. Pero hay también una dosis de lo inconmensurable. La muerte está en los fósiles que el artista ha incrustado en la arena de sus obras. Y está en ese tiempo detenido, como un límite entre esta vida y la otra.
Es claro el deseo de sobrepasar la simple evocación. La idea no es atrapar los recuerdos, sino llegar más allá: la idea es alcanzar ese algo misterioso de los tiempos idos. Indagar un pasado desconocido, como lo hace el arqueólogo cuando escarba la tierra y aplica carbono 14 sobre los fósiles que duermen. La respuesta no se conoce. El pasado puede arrojar tantas sorpresas como el futuro.
En su taller de París, Luis Fernando Zapata se ha dedicado a construir el pasado en sus obras, por medio de un complejo proceso artístico que de hecho, tiene mucho en común con la arqueología. Para empezar, recorre las calles y recoge de las canecas, del suelo y de la tierra misma, desechos industriales y desechos orgánicos en descomposición. Recoge clavos, trozos de tela, papel, cáscaras de frutas hasta animales muertos. Arma un soporte a base de pasta de papel, que puede pesar en su estado original alrededor de 300 kilos. Lo lava insistentemente. Lo convierte en una masa a la que le va dando forma con sus manos. Le incorpora los elementos que ha recogido. Le ofrece pigmentos en tonos tierra. Lo moldea con los dedos y espera casi un mes hasta que la última gota de agua se haya retirado de ese soporte que ahora tiene una tercera parte de su volumen original. El resultado es una de esas propuestas que sólo el arte puede presentar.
Zapata inicia con esta exposición esa búsqueda incesante del artista, que por cierto es una condición indispensable para ser artista. Antes se dedicó más al aspecto meramente formal.
Ahora deberá depurar su lenguaje. Si bien su obra plantea una reflexión, resulta limitante. Parece como si existiera el temor se no representar de una manera suficientemente clara la realidad. Y tal vez lo mejor sería simplemente insinuarla.