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En el mes nacional de la lectura, Silvia Castrillón, directora de Fundalectura, analiza en qué andan los lectores y los autores de la literatura infantil en el país.

13 de noviembre de 1995

"Lo MEJOR QUE LE PODRIA PAsar a Colombia en materia de lectura es que Fundalectura desapareciera". Esta frase, en principio implacable, no ha salido de los labios de ningún detractor de la entidad particularmente ofendido. Por el contrario, resume la meta que se trazó su directora, Silvia Castrillón, hace más de 20 años, cuando comenzó su misión de promover la lectura, primero a través de la Asociación Colombiana para el Libro Infantil y Juvenil y luego al frente de Fundalectura, que retomó los pasos de la antigua asociación hace cinco años.
Su peregrinaje por los problemas del lector en todo el país no ha hecho sino afianzar la idea inicial: "El día que Fundalectura cierre sus puertas por obsoleta, será porque los colombianos aprendieron a leer".
Y es que, por paradójico que resulte, el principal obstaculo que hay que vencer es el que nace en la escuela misma. "En la escuela el niño aprende a decodificar las palabras pero no a leer activamente, a seleccionar sus propios libros, a resolver sus problemas educativos en los textos, dice Silvia. Si el colegio fuera una escuela de lectura y estuviera apoyada por una buena red de bibliotecas, cuyo único fin no fuera el de ayudar a hacer tareas, no seria necesaria una fundación destinada a promover la lectura".
Pero el problema no es exclusivamente endógeno y lo peor es que los colegios y universidades de todo el mundo se han apropiado, con la inocencia del caso, de las lecturas que en tiempos anteriores eran objeto de placer. "Leer se ha transformado en un simple instrumento de estudio y así la literatura pierde su carácter lúdico, con lo cual el remedio ha resultado ser peor que la enfermedad", comenta. De ahí que en un gran número de países hayan nacido instituciones similares a Fundalectura, dedicadas a recuperar el placer olvidado de leer y hacer de la lectura un hábito en los niños.
Como el síntoma es generalizado, la oferta de literatura infantil y juvenil en los últimos 10 años ha aumentado considerablemente en el planeta. Y aunque en Colombia la tendencia es notoria, el camino recorrido es todavía mínimo en relación con otros países latinoamericanos. "Mientras en Colombia se editan al año un promedio de 250 títulos nuevos, en Brasil aparecen 5.000 en el mismo período". Todo esto sin considerar la escasez de autores nacionales, los cuales, según Castrillón, se cuentan con los dedos de la mano -Ivar Da Coll, Triunfo Arciniegas, Jairo Aníbal Niño, Pilar Lozano, Irene Vasco y Luis Darío Bernal, entre los más conocidos-. "Pero incluso en este grupo hay quienes no han publicado sino una o dos obras y los más aclamados, a pesar de que han escrito libros realmente buenos, han caído en ocasiones en el error de mistificar no sólo su posición como autor infantil, sino a los niños como lectores, señala la especialista. Idealizan al niño de una forma tan preconcebida y lo enfrentan en tan manifiesta oposición a los adultos, que parecen concluir que los unicos que comprenden a los niños son ellos, como Saint-Exùpery en 'El Principito'"
Sin embargo, para Silvia Castrillón, si este fuera el mayor dilema de la literatura infantil, el país tendría un futuro inmenso. Lo más grave explica, es la falta de apertura de las editoriales a los autores nacionales. Si no se apoya la publicación, es imposible exigirle al escritor que madure su obra".
Pero, con todo, lo cierto es que la situación de la lectura en Colombia no es tan catastrófica como suele creerse. En opinión de Silvia, los jóvenes de hoy leen más que los de hace 20 años. "Lo que sucede es que antes era más fácil detectar a los buenos lectores, porque eran los tímidos que no hacían deporte y no salían al recreo en el colegio. Ahora los lectores no son así y lo digo por experiencia, porque entre otras cosas es muy dificil hacer un diagnóstico estadístico fidedigno. Sin embargo, el último estudio de comportamiento del lector, realizado hace tres años en adultos de todo el país, arrojó un promedio de más de tres libros al año, incluidos, claro está, los textos uníversitarios. Además, si los jóvenes no estuvieran leyendo, no habría el furor mundial por la publicación de libros juveniles".
Por lo pronto, Fundalectura continúa con el plan de llevar la magia de los libros a los niños colombianos, sobre todo en aquellos lugares donde no existe ni siquiera una biblioteca decente, no para que los niños aprendan con esfuerzo las ventajas educativas de la lectura, sino para que un buen libro, aunque sea uno solo, les sirva para su vida.