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ERA PRACTICAmente imposible que un ritmo como el tango, nacido en los prostíbulos de Buenos Aires a comienzos de siglo y cantado en un lenguaje delictivo trascendiera las fronteras de los bares de mala muerte. Pero la historia se encargó de demostrar lo contrario. En poco tiempo el tango enloqueció a los parisienses y -por supuesto los argentinos se dieron cuenta de que aquel ritmo desvergonzado podía convertirse en un patrimonio cultural insospechado.
Así nació el tango. Y con él apareció también su inmortalizador: Carlos Gardel. En sus comienzos, durante el primer cuarto de siglo, el tango conservaba intacto su aire lunfardo. Pero Gardel, al interpretar