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VUELVEN LOS MARXISTAS

Con la edición de sus guiones radiales y el resurgimiento de sus películas, los hermanos Marx se ponen otra vez de moda.

21 de agosto de 1989


En el salón principal de una mansión, la dueña de casa y Groucho Marx sostienen este diálogo:

--"Señor Flywheel, creía que estaría usted en la habitación vigilando los regalos.

--No podía soportar estar solo en esa habitación. Tenía que volver a verla. Y ahora que le he visto, no quiero demorarme en volver con los regalos.

--Desde luego, señor Flywheel.

--No me llame señor Flywheel, llámeme Héroe mío y yo le llamaré mi Heroína.

--Pero yo no me llamo Heroína. La heroína es una droga.

--Y usted también.

--Oh, señor, Flywheel, adoro las cosas que dice.

--Oh, señora, ya sé que me considerará usted un viejo sentimental, ¿pero me daría usted un mechón de sus cabellos?
--¡Señor Flywheel!
--Se lo estoy poniendo fácil, iba a pedirle la peluca entera".

Este diálogo debió encantar a los oyentes de las estaciones de radio de la CBS quienes no se perdían una sola de las emisiones que los hermanos Marx hicieron entre el 28 de noviembre de 1932 y el 22 de mayo de 1933, en un paréntesis de su carrera cinematográfica que luego saltaría a los brazos de Irving Thalberg y la Metro. Durante más de cincuenta años esos guiones radiofónicos fueron dados como perdidos hasta cuando un especialista, Michael Barson, los descubrió en la Biblioteca del Congreso, los ordenó y clasificó además de comentarlos. El resultado es un libro espléndido, "Groucho y Chico, abogados", editado por Tusquets en castellano y una auténtica joya para comprender y amar todavía más a estos artistas que hicieron de la palabra un ejercicio provocativo y profundamente humorístico.

Este libro forma parte del actual boom que atraviesan los hermanos Marx porque sus películas han salido todas otra vez en videocasete en Estados Unidos y Europa (en Colombia se consiguen en algunas videotiendas sofisticadas, sin traducción), mientras en algunos canales de televisión (en Brasil, Venezuela, España, Francia, Gran Bretaña y algunas estaciones norteamericanas) se pasan sus comedias una y otra vez, especialmente las más populares: "Cuatro cocos", "Tienda de animales", "Un día en las carreras", "Sopa de ganso" y la más importante de todas, "Un día en la Opera".

En momentos en que el humor de Hollywood y el que producen los europeos atraviesa una de sus peores rachas, es refrescante para millones de personas repetir las comedias de los hermanos Marx, asombrarse con todos los recursos que empleaban cincuenta años atrás y de cómo --se comprueba con este libro de diálogos radiofónicos--tenían también un dominio absoluto de la palabra como expresión del humor, un humor devastador, que era capaz de revertirse contra ellos mismos.

De los hermanos Marx (Chico, Zeppo, Groucho, Harpo y Gummo), Groucho era el mejor. Sus libros, reeditados innumerables veces ("Groucho y yo", "Memorias de un amante sarnoso", "Cartas de Groucho" y "Hola y adiós", entre otros) así lo comprueban. Era un escritor innato, sabía la calidad de sus trabajos, conocía el alcance de su humor chispeante, inmediato y directo y pocas veces se ha visto que alguien emplee la palabra con una causticidad como él. Este texto así lo demuestra. Groucho le cuenta a Woody Allen cómo conoció a Chaplin: "Fue en Canadá, cuando todavía no era famoso, en una gira teatral. Se pasó seis semanas con la misma camisa puesta. Hace de eso la tira de años pero recuerdo que solíamos ir juntos a los burdeles. Luego volví a verlo en Los Angeles, cuando ya era rico. Creo que tenía puesta la misma camisa pero ya la había lavado".

Los diálogos de los hermanos Marx parecen provenir de Ionesco y Beckett. Que uno de ellos fuera mudo en el cine es todo un símbolo del significado de la palabra como elemento destructor de la seriedad y estos guiones radiofónicos son una muestra apenas de esa corriente que todo lo arrastraba, esa corriente humorística que en el cine, gracias a la imagen, adquiere otra dimensión, otros valores.

Nadie se sorprende de este boom de los hermanos Marx. Que sus películas sean vendidas y alquiladas en viodecasetes, que se proyecten en salas grandes y pequeñas, que sus libros se reediten, que su humor sea objeto de análisis y tesis por parte de los entendidos, que sus creaciones sean imitadas y que el bigote y el tabaco de Groucho pertenezcan ya a la mitología de la vida cotidiana, es apenas la consecuencia de una necesidad que siente la gente de reírse, de buscar en estos cómicos una forma simple de supervivencia.

Groucho le pregunta a Chico:

--"¿Por qué siempre se desabrocha la camisa después de comer?". El otro responde:

--"Porque el médico me ha dicho que vigile mi estómago".

Y más tarde le pregunta Groucho:

--"¿Cuándo nació usted?
--Yo no nací, jefe. Tenía madrastra".--