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El parque biblioteca Fernando Botero, en San Cristóbal, es la última gran megaobra cultural en Medellín.

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¿Y la cultura? Bien, gracias

Una gran actividad cultural en 2011. Se observan avances y retrocesos. El tema del dinero sigue siendo crucial.

17 de diciembre de 2011

Terminan un año y un periodo de gobierno en Bogotá. De la administración, mejor no hablar. ¿Y de la cultura? La imagen que nos queda no es muy alentadora: Catalina Ramírez, secretaria de Cultura de Bogotá, presentando el plan decenal de cultura del Distrito 2011-2021, al final de su gestión, no antes, con las siguientes palabras: “Este plan entrega a las administraciones distritales venideras una carta de navegación creada de manera concertada, que servirá de guía para todos los planes en materia de cultura”. En fin, el nuevo alcalde tendrá “carta de navegación”, pero no es seguro su arribo a puerto. Este plan no es ni lo suficientemente filosófico ni lo suficientemente pragmático. No dice exactamente cuánto dinero cuesta hacerlo, dice Clarisa Ruiz, quien participó en la comisión de empalme entre la administración de Clara López y la de Gustavo Petro y tiene una larga trayectoria en el sector público cultural.
 
Se fueron tres años tratando de crear una Secretaría de Cultura para darle mayor importancia al sector en el gabinete distrital, pero en el interregno los recursos fueron manejados por la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, un ente menor, lo cual generó complicaciones y traumas en la ejecución de los recursos. Bogotá tiene ahora una flamante Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, pero no tiene el presupuesto necesario. Entre otras cosas, porque a la cultura le adjudicaron un hijo muy costoso: de los 180.000 millones que le corresponden, el 70 por ciento debe ir al deporte. “Es decir, la cultura ya tiene un déficit de 40.000 millones sin crecer, únicamente si sus entidades culturales continúan con la actividad normal que vienen realizando”, dice Clarisa Ruiz.

Es inevitable recordar el pasado –no tan lejano– en el que no solo hubo grandes presupuestos, sino que la cultura llegó a ser un factor muy importante en Bogotá. Era un tema. Por eso los bogotanos sienten un gran declive en ese terreno. Y miran con nostalgia hacia Medellín. “Lo que se ha hecho en cultura ha sido de un valor increíble para la dinámica de la ciudad”, dice Juliana Restrepo, directora del Museo de Arte Moderno de Medellín. Para empezar, es mayor el presupuesto para cultura de la Alcaldía de Medellín que el del Ministerio de Cultura para toda Colombia. Medellín ha hecho grandes inversiones en infraestructura (teatros, parques-bibliotecas) para recuperar primero una ciudad con sentido estético, amable con sus habitantes, pero sin descuidar el contenido: eventos, actividades, capacitación. La educación y la cultura combinadas, con ayudas reales: boletería gratis, apoyo a la población más vulnerable. “Eso es la democratización de la cultura. ¿Cómo no le va a cambiar la vida a un niño que le den un taller y que luego le hagan una visita guiada al Museo?”. Las cifras del Museo son contundentes: de 5.000 visitantes pasaron a 215.000. Además, las distintas instituciones culturales son involucradas de alguna manera a los grandes eventos de la ciudad, como la Feria de las Flores o la Fiesta del Libro. No hay competencia entre el sector ni dispersión de esfuerzos. “Todos somos colegas”.

Aunque no todo es perfecto. La gente, acostumbrada a no pagar, no asiste a los eventos de primera calidad internacional que traen empresarios privados. “Van a Bogotá pero no vienen a Medellín. Y ya los empresarios no quieren volver a traerlos porque pierden dinero”. En ese sentido, es mejor la oferta de calidad que ofrece Bogotá a la que ofrece Medellín. Sin lugar a dudas, el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, con una oferta diversa y sostenida, ha contribuido a mejorar el nivel de los artistas y los grupos artísticos que vienen a la capital. Llama la atención que el apoyo de los gobiernos distrital y metropolitano sea el mismo para el Teatro Mayor que para el Museo de Arte Moderno: 17 por ciento de su presupuesto. “Hay que revisar esa cifra”, dijo Gustavo Petro en una reciente declaración a la revista Arcadia. “No hay que nivelar por lo bajo –dice Clarisa Ruiz–. Hay que asegurar más bien que, por ejemplo, el Jorge Eliécer Gaitán reciba lo mismo”. Ramiro Osorio, director del Teatro Mayor, recuerda que grandes teatros como el Municipal de Santiago de Chile y el Liceu de Barcelona reciben de sus municipalidades cerca del 50 por ciento de su presupuesto.

Más que los documentos y los planes, el tema de interés real y cierto por la cultura pasa por el dinero. El Ministerio de Cultura, con una ministra competente y buenas intenciones, es muy poco lo que puede hacer con 98.000 millones de pesos. “Ojalá sea cierto el anuncio que hizo la ministra de incrementar para 2012 en 40 por ciento el presupuesto del Ministerio”, dice Clarisa Ruiz.

Para Alejandro Martín, coordinador de la Biblioteca Virtual del Banco de la República, el tema del apoyo de los gobiernos nacional o locales a la cultura no es tan decisivo. Él observa una gran actividad cultural en pequeños colectivos de artistas, en centros culturales, en espacios alternativos, multidisciplinarios, conectados con las redes sociales, las páginas web y con autogestión propia. Grupos como La Peluquería, Lugar a dudas, La Agencia, Residencia en la Tierra. O Entreviñetas, un punto de encuentro alrededor de la lectura y el arte, que se complementa con ferias de libros y fanzines, actividades gratuitas que ofrecen una amplia visión de la actualidad del cómic. “Entreviñetas reúne anualmente algunos de los nombres más importantes del panorama del cómic colombiano, latinoamericano y mundial. Cerca de 25 invitados se dan cita en cinco ciudades del país, en actividades como charlas, conferencias, talleres y exposiciones. El festival, organizado por la revista ‘Larva’, llega a su segundo año con una completa plantilla de autores de Argentina, Colombia, Estados Unidos y Perú, un listado con importantes exponentes del cómic como manifestación artística y cultural”. No hay que estar ni en Medellín ni en Bogotá, no importa la noción de centralismo o regionalismo, las políticas, la baja y la alta cultura, ni lo que haga o deje de hacer el Estado. El grupo está en Armenia y desde allí expande sus actividades a otras ciudades de Colombia y se conecta con el mundo. Una tendencia cuya vanguardia es Berlín y que se ha multiplicado a través de la red. Es auténtica, independiente, crítica. Pero efímera: los grupos no perduran. Nada en términos de cultura es perfecto. Afortunadamente.