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Foto (EFE / FRANCK ROBICHON)

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La artista japonesa que pinta para luchar contra sus problemas mentales

Yayoi Kusama inauguró esta semana en Tokio una retrospectiva donde se puede apreciar la evolución de sus obras.

22 de febrero de 2017

Desde niña Yayoi Kusama ha sufrido problemas psiquiátricos que afectan su forma de relacionarse y de ver el mundo. Aunque su obra se caracteriza por una mezcla psicodélica de colores vivos con patrones, hay una época temprana en su proceso creativo en la que su personalidad introvertida dejaba salir figuras oscuras que se pueden observar en obras como “Acumulación de cadáveres” y “Sueño persistente”.

Las alucinaciones y los problemas familiares hacían que Kusama se refugiara en la pintura cuando tenía 20 años. Pero antes de estas circunstancias hostiles pintaba sus primeros lunares y redes en acuarelas, pasteles y aceites. “Cuando pintaba encontraba el mismo patrón en el cielo raso, las escaleras y ventanas, como si estuviera en todos lados”, dice la artista nipona, en un film dirigido por Martín Rietti.

Se mudó a Estados Unidos en 1950 y comenzó a exponer pinturas y esculturas que creaban ambientes a partir de espejos y luces. En 1973 regresó a Japón, pero continuaba exponiendo en galerías importantes de Nueva York.

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Aunque se le reconoce como un referente importante dentro de las artes plásticas, Kusama también exploró el movimiento en el cine, y el poder de la palabra en la literatura.

Esta semana se inauguró en la sala principal del Centro de Arte Nacional de Tokio una retrospectiva suya, que reúne obras de toda su vida, incluso dibujos de su infancia, y el montaje consiste en paredes cubiertas con sus pinturas y tres grandes esculturas lacadas.

La exposición permite contemplar la evolución desde sus provocadoras sillas y escaleras forradas con objetos fálicos que atrajeron la atención de la crítica en los años 1960, hasta sus icónicas calabazas con lunares, que han desfilado por museos de todo el mundo e inspirado muebles y bolsos de lujo.


FOTO EFE /  FRANCK ROBICHON

Hoy Kasuma tiene 87 años y llegó a su exposición en silla de ruedas. Refleja su arte en todo momento. Una peluca naranja y un vestido de rayas negras y doradas la distinguen del resto.

Para Kasuma su gran final aún no ha llegado, y define su arte como “arte-medicinal”. Pintar y esculpir para ella ha sido una terapia para tratar sus problemas de salud. Cuando regresa de Estados Unidos decide internarse voluntariamente en un hospital psiquiátrico, lugar donde sigue viviendo,  y trabajar en su estudio. “Fui a ver a mi doctor por mi enfermedad y le dije que estaba haciendo arte y pintando muchísimo y él dijo que era genial para mí”, dice Yayoi, en el film de Rietti.

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“Mi alma eterna”, el nombre que decidió ponerle a su más reciente serie de lienzos, es también el nombre de su retrospectiva. Una exposición suya de este tipo sólo se ha expuesto una vez en Latinoamérica, y fue en Ciudad de México, en el Museo Tamayo de Arte Contemporáneo.

La obsesión ha marcado su visión del mundo. Fue esta característica la que la llevó a cruzar la frontera y obtener un lugar en el arte occidental, además de desdibujar la frontera entre la pintura y la escultura.

Los mundos de Yayoi son psicodélicos no sólo por el uso del color relacionándose con la geometría y la ruptura de las formas irregulares y regulares, sino porque permiten entrar a un estado en el que el cuerpo puede tranquilizarse. Sus instalaciones con espejos se relacionan con lo infinito y lo onírico.  ­­

Kusama lucha contra su enfermedad mental pintando todos los días.

*Con información de EFE