LIBROS

Ante la ley

El escritor triestino Claudio Magris aborda las complejas y difíciles relaciones entre el derecho y la literatura.

Luis Fernando Afanador
19 de febrero de 2011

Claudio Magris

Literatura y derecho

Sexto Piso, 2008

84 páginas

No parecen muy buenas las relaciones entre el derecho y la literatura. Decía Novalis, el poeta romántico alemán, en sus fragmentos: "Yo soy un hombre totalmente ilegal; no poseo el sentido ni la necesidad del derecho". Decía Don Quijote, al ver una fila de galeotes encadenados: "Allá se lo haya cada uno con su pecado, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres". Es abundante la literatura que ha mirado con desdén el derecho. El derecho, árido y prosaico; la literatura, cálida y vital, que habla de los afectos y las pasiones. Pero que no es tan así, o al menos que esas relaciones conflictivas lo son de una manera bastante más compleja y menos abismal de lo que se ha dicho, viene a demostrarlo en este brillante ensayo el escritor Claudio Magris.

Para empezar, no es cierto que la fantasía sea libre y anárquica. La creación artística se rige por reglas muy precisas y férreas. "En este sentido, toda obra de arte es íntimamente afín a una ley precisa, cuyos artículos y codicilos no admiten la injerencia del caldo del corazón". Ahí ya tenemos el principio de una afinidad. Y podemos establecer una analogía: entre derecho y lenguaje; entre jurisprudencia y gramática. El derecho -en su versión positivista que acentúa su carácter lógico-, tiende a la coherencia gramatical y sintáctica. Aunque la jurisprudencia le pone un límite: nunca se puede decir la palabra final en torno al derecho. De manera similar, la creación literaria utiliza la lengua para transgredirla, tratando de atrapar "la irrepetible esencia de la vida", que siempre queda más allá del lenguaje, como lo sabía Leopardi: "Lengua mortal no dice lo que mi alma sentía". La literatura no puede atrapar la verdad: el derecho no puede responder a la pregunta de Alcibíades: "¿Qué es la ley?". Ni a la de Kant: "¿Qué es el derecho?". A los dos, por una u otra razón, se les escapa "el hombre que está frente a ti, la irremediable unicidad de cada individuo concreto".

¿Por qué entonces la aversión? La ley rige donde existe -o puede existir- un conflicto. El ámbito del derecho son los conflictos y la necesidad de mediarlos. El de la literatura, las relaciones puramente humanas que no necesitan del derecho: "la amistad, el amor, la contemplación del cielo estrellado no requieren de códigos, jueces, abogados y prisiones". El derecho está ligado al conflicto y la barbarie; la literatura, al deseo, al recuerdo y a la utopía. Sin embargo, esa indiferencia se vuelve necesidad cuando el amor, la amistad y la contemplación tranquila de las estrellas se vuelven atropello y violencia. "El dominio del derecho cesará junto con la barbarie" (Novalis).

Si la literatura rechaza el derecho, se acerca a la fe, insiste Magris. El hombre religioso rechaza la ley y se aferra a la gracia. Como San Pablo en su epístola a los romanos: "La ley provoca la cólera de Dios". La literatura prefiere narrar la existencia, antes que juzgarla. Y si la juzga, su juicio es reducido, sin condenas ni veredictos. Lord Jim no predica una moralidad abstracta, solo expone su tragedia personal, su culpa. Al igual que Raskolnikov. A la larga, lo que la literatura defiende son "las leyes no escritas de los dioses", sentimientos y valores universales frente a la reducida ley positiva del Estado. El mismo derecho no codificado, consuetudinario, por el que murió Antígona.

Diferencias, posiciones opuestas, aunque no irreconciliables. Magris siempre encuentra "simbiosis luminosas" entre el derecho y la literatura. Montesquieu y sus Cartas persas, que apuntan al relativismo ético y al diálogo paritario con otras culturas y otras diversidades. Un derecho diferente, menos esquemático, como el que está imponiendo la sociedad globalizada. Creativo, como el de Carl Schmitt, que encontró un nexo entre el rigor conceptual jurídico y la fuerza de la imaginación poética. O el de Jhering, que vio en la jurisprudencia una obra de arte llena de inventiva. Estado y derecho son menos aventureros que el Far West, el vaquero es más interesante que el burócrata. Pero el western también habla de la importancia del sheriff. Y, finalmente, no que hay olvidarlo: Don Quijote fue apaleado por los galeotes que liberó. Le hubiera ido mejor con la ley.