LIBROS

La amistad

El profesor Jordi Llovet, de la Universidad de Barcelona, muestra cómo ha evolucionado el concepto de amistad.

Luis Fernando Afanador
5 de marzo de 2011

Jordi Llovet

La amistad

Katz, 2010

98 páginas

Hay infinidad de refranes sobre los amigos y la amistad: "Amigo de muchos, amigo de ninguno"; "Son ricos quienes tienen amigos"; "Amigo beneficiado, enemigo declarado"; "Donde hay dos cuerpos y una voluntad, allí hay verdadera amistad"; "Amigos y libros, pocos y buenos"; "Amistad por interés dura poco porque no lo es"; "Quien tiene un amigo, tiene una mina". La mayoría, refranes muy antiguos porque la amistad es un invento tan viejo como la humanidad. Al menos, en la tradición occidental, que ha recibido la influencia de las culturas judía, griega, romana y cristiana. Por eso, para tener un mayor entendimiento de la amistad, Jordi Llovet nos invita en este bello libro a repasar lo que dichas culturas pensaban sobre la amistad: "Permítanme, pues, que les invite a un recorrido por estas tres civilizaciones -la griega, la judeocristiana y la latina- para analizar qué entendían por amistad, y para ver, después, si estas concepciones de la amistad aún perduran".

Por supuesto, Llovet empieza por la amistad entre Aquiles y Patroclo, una estrecha relación englobada en el concepto griego de hetaireia o camaradería militar. El hetairos es el compañero de armas en una guerra y la relación que mantienen los hetairoi "es una relación de una gran belleza moral, teñida de un erotismo todavía impreciso y mal definido". Lo que Aquiles siente por Patroclo en realidad es philia, algo más fuerte que la amistad, tal y como la entendemos ahora. No por azar le presta sus propias armas para ir a la batalla. Un sentimiento que tiene que ver con el hecho de pertenecer a un mismo clan -a una misma cuna-, que se reafirma ante todo lo hostil y extranjero. Aunque Esquilo, en su drama Los mirmidones, enfatiza en el sentido erótico de esa relación que se convertirá en una institución -la efebía- durante la Grecia clásica: el erastés es un hombre adulto y el erómenos es un joven imberbe: "El 'erastés' siente amor por el jovencito, y el 'erómenos', por así decir, se deja querer por el otro, que siempre le precede en las batallas, brindando un ejemplo que va más lejos y es algo mucho más bello y más completo que lo que hoy en día entendemos por 'relación pederástica'".

Platón, enemigo del cuerpo y de la libido que no conduzca a la sublimación, criticará fuertemente el erotismo de esas relaciones y entenderá la amistad únicamente como paideia, como educación y conocimiento. La sanción de Platón va a tener eco en el mundo cristiano posterior. Por algo Montaigne, al hablar de su gran amistad con Etienne de la Boétie, se permitirá aclarar que "en lo que concierne a la licencia griega, nuestras costumbres la abominan justamente". Aristóteles, menos místico que Platón, ve la amistad como lo que une entre sí a dos personas de virtud similar. La amistad como un objeto en sí mismo y como una costumbre desinteresada, permanente, estable, alejada del hechizo y la seducción. Sin embargo, existieron en Grecia otras concepciones -Hesíodo y los epicúreos-, menos famosas, pero acaso más influyentes en nuestros días: la amistad entendida como un intercambio de favores y fundada en la utilidad, no en la entrega.

Los latinos -Cicerón, Séneca- reafirman la amistad como virtud y algo que se da en pareja, no en grupo. Es decir, los amigos de mis amigos no son mis amigos. Cuando el cristianismo entra en escena aparece la amistad supeditada a la idea de una comunidad de hombres parecidos desde la perspectiva de un Dios superior. Los primeros cristianos son adelphoi, hermanos. La caballeresca Edad Media, de relaciones aristocráticas entre iguales -el señor es leal a su caballero y el caballero le es igualmente fiel y leal-, equipara la amistad a la lealtad y la convierte en un valor supremo, por encima incluso de la ley. Montaigne, precursor del sujeto moderno, define la amistad como el mutuo reconocimiento de la diferencia y el mutuo respeto entre dos personas. A pesar de que en la época actual las relaciones interpersonales están moldeadas por el dinero, Llovet cree que ello no es obstáculo para que pueda darse una noble amistad como la que se dio entre Don Quijote y Sancho, Goethe y Shiller, Samuel Johnson y James Boswell, Max Brod y Franz Kafka, Walter Benjamin y Gershom Scholem o Hannah Arendt y Mary McCarthy.