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9.83 SEGUNDOS

Nuevo récord mundial de los 100 metros planos hace pensar si la velocidad humana tiene límite

5 de octubre de 1987

Era el duelo esperado por todos en Roma. Los atletas más completos de la actualidad, dirimirían de una vez por todas quién era el mejor en la prueba reina del atletismo: los 100 metros planos. El norteamericano Lewis, un millonario del deporte y ganador de 4 medallas de oro en las olimpiadas de Los Angeles (1984) y tres en los mundiales de Helsinki (1983), decidió no correr los 200 metros planos con el fin de prepararse especialmente para su duelo con el jamaiquino nacionalizado canadiense, Ben Johnson, quien durante los dos últimos años lo había superado.
Lewis, el hombre del cuerpo perfecto, con el balance ideal entre altura y peso, a pesar de su impresionante historial deportivo, que incluia múltiples récords olímpicos no había podido lograr ningún récord mundial. Por su parte Johnson, quien se destacó en los recientes Panamericanos de Indianápolis al triunfar en los 100 metros con récord mundial que no fue homologado por la velocidad del viento en ese momento, buscaba su primer gran triunfo a nivel mundial. A estos ingredientes se sumaba la antipatía manifiesta entre los dos colosos. Los espectadores y los comentaristas deportivos esperaban un duelo cerrado que llevaría al ganador a acercarse al récord vigente del estadounidense Calvin Smith de 9.93 segundos, impuesta en 1983. Pero con una salida perfecta, que le permitió alcanzar su máxima velocidad en el menor tiempo posible, Johnson no sólo se deshizo fácilmente de Carl Lewis sino que batió claramente la marca mundial, con un tiempo de 9.83 segundos.
Ben Johnson, el nuevo rey, había corrido a un promedio de 36.6 kilómetros por hora, bajo unas condiciones atmosféricas que presumiblemente hacían esto imposible. Además, arrastró a Lewis quien, en una de esas ironías de la vida, igualó el récord mundial, mientras perdía la carrera.

HISTORIA DE UNA MARCA
De las docenas de competencias atléticas, los 100 metros es considerada la prueba suprema. El concepto del hombre solo contra el viento, la fugacidad del evento que en 10 segundos ha terminado y la plasticidad del espectáculo, han cautivado el interés del mundo durante un siglo.
Cuando en las olimpiadas de Estocolmo, en 1912, el atleta norteamericano Donald Lippincott estableció la marca de 10.6 segundos para la distancia, el gran reto era bajar de los 10 segundos. Lo intentaron hombres de la talla de Jesse Owens, quien sólo pudo llegar al 10.2, pese a ser considerado el mejor corredor de la historia. Pero sólo fue hasta las olimpiadas de México-68, cuando otro norteamericano de color, Jim Hines impuso la legendaria marca de 9.9 con la que empezó otro gran reto. Dentro del selecto club del 9.9, todos eran estadounidenses con las excepciones del canadiense Don Guarrie y el cubano Silvio Leonard. También en el 68, Hines impuso la primera marca avalada por instrumentos electrónicos con 9.95. Debieron pasar 15 años, hasta 1983, para que la marca cayera en poder de Calvin Smith otro norteamericano, quien la superó por 2 centésimas de segundo. La marca de Smith resultó menos sólida y sólo se necesitaron 4 años para que apareciera Johnson y pusiera punto final al legendario club de los 9.9 para inaugurar el de los 9.8 del que, por el momento, es único miembro. Fueron indispensables 75 años para recorrer la distancia 8 décimas de segundo más rápido que Lippincott. La superación atlética del hombre, aunque lenta, ha sido firme. Es posible que para el siglo XXI la hazaña de Johnson se haya olvidado y el mundo esté pendiente de algún nuevo monstruo, seguramente gringo y seguramente negro, que estará intentando romper el récord de los 9.5.
Cada vez que aparece una nueva marca, se piensa que será imbatible. Pero indefectiblemente, siempre surge alguien que la mejora. La única excepción es la marca de Bob Beamon en salto largo, con 8.90 metros, impuesta en México-68. Al cierre de la presente edición, en el marco de los Mundiales de Atletismo de Roma Carl Lewis estaba intentando mejorar lo hecho por su compatriota Beamon, para no pasar en blanco. En su momento, 1968, se dijo que era un récord insuperable. El propio Beamon se retiró de la competición finalizadas las olimpiadas, pues consideró que ni él mismo podía repetir el salto, y la incredulidad de los jueces llegó a tal punto, que repitieron la medición en dos ocasiones mientras que el atleta, arrodillado a un lado de la pista, no podía creer lo que había hecho. Esta marca es el último gran hito en la historia del atletismo, pese a que se está a cinco centimetros de igualarla. Pero esos cinco centímetros posiblemente serán el pequeño paso que conviertan al gran Bob, en la máxima estrella de todos los tiempos.