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Foto: AP.

SEMANA EN BRASIL

Crónica: ¡Así se vivió el Mineiraço!

Lágrimas, silencio, desespero e incredulidad. Así se vivió la goleada de Alemania contra Brasil en Belo Horizonte.

Nathan Jaccard, enviado especial a Brasil 2014
8 de julio de 2014

Parecía como si los alemanes estuvieran entrenando. Se pasearon por el césped del Mineirao, trotaban, invadían la cancha de Brasil sin sudar, la tocaban con placidez entre la inexistente zaga Verde amarela. El masacre en el Meneirao pareció fácil. Lo de la Mannschaft no fue una Blietzgriek, una guerra relámpago que atropella todo. No, fue un puñetazo en cámara lenta que destrozó a una Canarinha que creía haber ganado 'Nossa Copa' (nuestra Copa) desde la inauguración.

En los primeros minutos, con más físico que fútbol, Brasil trató de olvidar la ausencia de Neymar. Tenían algo de llegada, un poco de velocidad, Bernard se tomó en serio el reemplazo del astro. Y el público también creyó que era posible. Los 60.000 ‘torcedores’ empezaron agresivos, cantando el himno con rabia, callando los 'teutones', burlándose con sus barras de sus 'enemigos' argentinos.

Cuando llegó el primer gol de Thomas Müller, ni siquiera se lo dejaron cantar a los 3.000 alemanes que hicieron el viaje a Belo Horizonte. Los “Brasil, Brasil, Brasil” siguieron como si nada. Pero después, los alemanes armaron su carnaval. En tan solo seis minutos, 'Super Deutchland' movilizó sus tropas y goleó con una facilidad impresionante y humilladora a este nivel, en una semifinal, a un equipo local.

No importaba que el balón se le trabara a un alemán, que rebotara o que hubiera un rechazo. Siempre llegaba otro para meterla. Miroslav Klose a los 23 minutos (que de paso rompió el récord de Ronaldo y se volvió el futbolista más goleador de los Mundiales, con 16 tantos), Toni Kroos dos veces (minutos 24 y 26) y Sami Khedira, de gran partido, a los 29.

Un silencio incómodo se tomó el Mineiarao. Ese tipo de mutismo que se instala entre desconocidos que no saben de qué hablar. Empezaron a rodar las primeras lágrimas, el desconcierto era total. Los periodistas en el estadio por momentos no creían lo que veían y se preguntaban: “¿Estos es de verdad?”

¿Les hizo falta Neymar? En el primer tiempo, cuando el juego aún no estaba liquidado, tal vez faltó su versatilidad. Después, todas las limitaciones de Brasil salieron a flote. Sin desmarque, muy predecible, sin ideas, sin ritmo, regalando espacios.

Al final del partido, Luiz Felipe Scolari dijo que “con Neymar habría sido igual, es sólo un jugador, los alemanes habían preparado esto, no sé cómo habría podido evitar esto. No, no vamos a buscar disculpas con Neymar, con la emoción. Alemania impuso un ritmo maravilloso y definió el juego con dos o tres lances”.

En el segundo tiempo, Brasil trató de hacer cambios, de honrar la Canarinha y sacar la “raza”, como le dicen a la casta. Pero enfrente tenían a Manuel Neuer, imperial como siempre. Sacó una, dos y tres. La roya definitivamente le había caído a Brasil, mientras que a Alemania todo se le daba.

Llegaron otros dos goles y ya las Mannschaft ni los celebraban. La ‘torcida’ pasó de la tristeza a la rabia irónica. Le cantaban “olés” a la Canarinha, aplaudían a los alemanes, cantaron contra Dilma Rousseff y chiflaron con fuerza al desafortunado Fred, quien, muy probablemente, se gradúe como chivo expiatorio del naufragio, el nuevo Moacir Barbosa, el arquero que todo Brasil crucificó después del 'Maracanazo'.

La final de 1950 es una pesadilla que todavía marca el país. Pero lo de hoy fue feo, horrible, vergonzoso. Para la Seleção, acostumbrada a pulverizar todos los récords y con 100 años de historia, es la peor humillación de su vida. De ese tamaño son el dolor, la noqueada, el holocausto por el que acaban de pasar. Un suplicio que marcará a toda una generación.

Desde el principio, medio país se quejaba que esta Seleção era ‘fraca’, débil, que no jugaba a nada. Pero tocó esperar hasta las semifinales para que Alemania revelara el triste fútbol Verde amarelo de Scolari.

La Mannschaft es ahora un candidato colosal para conquistar el Mundial. Al final del partido, Kroos, con su mentalidad teutona, dijo que “venimos acá para ser campeones del mundo y nadie se ha vuelto campeón del mundo en semifinal. No olvidemos que hay un partido”.

Con esta generación, Joachim Low llegó a la final de la Eurocopa del 2008, a las semifinales de Sudáfrica y a las de la Euro del 2012. Esta es la hora de la verdad, de mostrar que están a la altura de Lothar Matthäus, de Franz Beckenbauer, del legendario técnico Sepp Herberger.

Van con toda. En una de las últimas jugadas, Mesut Özil se perdió un tanto, solo frente a Julio César. En el contragolpe, Oscar descontó para Brasil. Ya no importaba, pero Bastian Schweinsteiger regañó a Özil, le reclamó porque “era el 8 a 0, no el 7 a 1”. Eso es Alemania, una aplanadora, un Atila que promete no volver a dejar crecer el pasto a su paso. Ahora, cabalgan sobre el Maracaná.