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Bye bye, Brasil

Aunque cuenta con los mejores jugadores del mundo el fútbol brasileño enfrenta una de las peores crisis institucionales de su historia.

5 de marzo de 2001

Cuando Wanderley Luxemburgo fue nombrado entrenador de la selección nacional de fútbol en 1998 los brasileños creían que era un ganador. La nación todavía estaba dolida por su derrota de 3 a 0 frente a Francia en la final de la Copa Mundial. Pero Luxemburgo había llevado a Corinthians y Palmeiras a importantes trofeos y títulos. Era joven, dedicado y de figura elegante, con ropa Armani y equipado con una computadora portátil. Su apodo era ‘El profesional’. En sus manos los cuatro veces campeones mundiales parecían destinados a volver a la gloria.

En vez de eso los brasileños cayeron. El equipo nacional ha tenido una débil actuación en las eliminatorias para el Mundial y fue humillado en las Olimpíadas de Sydney por Camerún. Pero lo peor estaba por venir. A fines del año pasado Luxemburgo fue convocado ante una comisión del Senado, que le pidió que explicara cómo habían llegado nueve millones de dólares a sus 30 cuentas bancarias cuando había informado que sólo tenía cuatro millones en una sola. Los senadores le preguntaron si aceptó comisiones ilegales por la venta de jugadores a equipos europeos. Luxemburgo negó cualquier acto ilícito. Pero ahora está sin empleo y quizá tenga que luchar para no ir a la cárcel.

Acongojados y avergonzados, los brasileños se concentraron el mes pasado en su propio campeonato nacional a manera de consuelo. Pero una trifulca en las graderías durante las finales provocó una estampida. En la confusión fue derribada una cerca que hirió a 159 personas, tres de ellas de gravedad. El entrenador del Vasco da Gama, el equipo de casa, demostró hasta dónde se ha hundido el pasatiempo nacional cuando entró al campo de juego y presionó a las autoridades para que sacaran a los aficionados heridos y continuara el partido.

Todo Brasil le está dando una mirada analítica a su deporte favorito y no le gusta lo que ve. Según los críticos, el deporte ha sido afectado por el arreglo de partidos, los sobornos y las trampas tributarias; se ha convertido en un pequeño mundo de tiburones corporativos, dirigentes sinvergüenzas y deshonestos que venden jóvenes talentosos al mejor postor a costa de los aficionados y con el objetivo de llenarse los bolsillos.

Tanto el Senado como la Cámara realizan investigaciones. “Los estadios están casi vacíos, los mejores jugadores están en Europa y los directores técnicos de los equipos están ricos, dice Juca Kfouri, un destacado cronista deportivo. La élite del fútbol está llevando el deporte a la ruina”.

La investigación del Congreso dejó al descubierto una banda de agentes que supuestamente enviaba jugadores menores de edad al extranjero con pasaportes falsificados. Los legisladores han escuchado a varios testigos: desde adolescentes seducidos para ir a jugar a Europa con esos pasaportes hasta el ex presidente de la Federación Internacional de Fútbol Asociado, Joao Havelange. Han confiscado documentos bancarios y telefónicos de individuos y compañías, contando con la colaboración de inspectores de impuestos, diplomáticos y hasta la Interpol. Uno de los testigos fue Renata Alves, ex secretaria y ex novia de Luxemburgo, quien contó a los legisladores acerca de una misteriosa mansión en Rio de Janeiro llamada ‘la embajada’, donde se transaban contratos de jugadores e intercambiaban maletines repletos de dólares. Luxemburgo sostiene que Alves quiere chantajearlo y la ha acusado de exigirle dinero ilícitamente.

Los villanos de esta historia son los entrenadores de los grandes clubes. Los brasileños los llaman cartolas, hombres voluminosos con un poder tan grande como sus barrigas. Como una sociedad secreta hacen sus transacciones detrás del fútbol. Sus clubes pueden estar hundidos en deudas pero, en su afán por lograr trofeos, llenan la alineación con estrellas de alto precio sólo para venderlas en la próxima temporada y poder seguir funcionando. El año pasado 701 jugadores fueron vendidos al extranjero, casi el triple que hace cinco años. Pero la constante subasta de jugadores debilita a los equipos y decepciona a los seguidores.

Analistas han sostenido que con unos cuantos arreglos Brasil podría convertir el fútbol en una bonanza económica. Pero eso es improbable sin una reestructuración del deporte que llegue hasta la misma Confederación Brasileña de Fútbol (CBF).

Este no es el primer intento por reformar el fútbol brasileño. Hace dos años Pelé, entonces ministro de Deportes, inició una verdadera cruzada deportiva. La ‘Ley Pelé’ proponía que los clubes se convirtieran en empresas, abriendo sus libros a auditores. En lugar de los intocables cartolas los equipos contratarían gerentes profesionales que responderían ante una junta de directores. Pero los propietarios lanzaron una contraofensiva. En unos meses Pelé ya no era ministro y su revolución había fenecido.

Ahora los paladines del fútbol cuentan con una segunda oportunidad. Tomará tiempo, paciencia y mucho juego político para arreglar el caos, pero el saldo podría resultar positivo no sólo para los brasileños sino también para el deporte mismo.


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