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| Foto: Archivo Particular

OPINIÓN

Daniel Samper Ospina a los hinchas de Santa Fe: "No sean ingratos, carajo"

Ya me había dado cuenta de que no existe deporte más emocionante, feliz y admirable que el fútbol, pero a la vez ninguno que ponga de manifiesto la capacidad para la ingratitud que alberga el ser humano.

1 de junio de 2017

Me viene sucediendo en el estadio desde hace algunas semanas. Por asuntos de logística, tardé en renovar los abonos santafereños que cargo en la billetera desde hace ya varios años, y por ese motivo perdí las ubicaciones de siempre: unos puestos centrados y suculentos, en la fila C, desde los cuales tuve una visión diáfana y despejada para observar al Santa Fe coronarse en dos ligas nacionales y una copa internacional.

Este semestre, en cambio, los abonos que pude obtener quedaron inclinados hacia la derecha, como sucede de manera deprimente con el país desde que Álvaro Uribe lo incendia, y tuve que estrenar perspectiva y vecinos con paciencia: acomodarme a ese nuevo hábitat que supone hacer parte de una nueva fila, y escuchar los comentarios de atrás y de adelante como lo que son: la verdadera sazón de los partidos de fútbol; el sentido central de asistir al estadio, de vivir el ambiente y elegir la feliz intemperie, en lugar de sentarse 90 minutos de manera cómoda frente a un televisor.

Desde mi nuevo puesto, pues, me he divertido con diversos apuntes; celebrado goles con desconocidos que me comienzan a resultar familiares; compartido papas, preguntado por autores de goles, y, en fin, ocupado mi lugar en el contexto.

Pero, desde hace algunas semanas, también he padecido voces prematuramente desesperadas que cobran una seguidilla de derrotas con rabia furiosa. Casi todas son voces de jóvenes: de toda esa generación de hinchas renovados que los triunfos de Santa Fe de esta década atrajo en buen momento; muchachos a quienes la vida les ha sonreído con copas y triunfos de manera permanente, y para quienes ganar es casi una rutina.

Me emociona ser testigo de esa renovación de hinchada, y de ninguna manera pretendo cobrarles, como un viejo decrépito, el duro trasegar por el desierto que soportamos los hinchas mayores, fieles a muerte a un equipo que durante 37 años no ganó nada: absolutamente nada.

Pero debo decir que me duele oírlos lanzar frases tan desagradecidas como las que -desde hace algunas semanas- les escucho en mi nueva ubicación de gradería:

– Es que el imbécil del Costas ya no sabe a lo que juega…

– Urrego es un espía: ¿en que momento terminamos en manos de semejante tronco?

– ¿Ómar Pérez? ¿Lo va a meter? Pero si Ómar no corre una sola pelota…

– Roa ya no es ni la mitad de lo que fue, no entiendo por qué todavía está de titular…

He de decir, que quede claro, que no son comentarios generalizados: provienen de unos cuantos personajes de atrás: de unos cuantos que se ensañan de impaciencia cada vez que el resultado se nos sale de las manos.

Ya me había dado cuenta de que no existe deporte más emocionante, feliz y admirable que el fútbol, pero a la vez ninguno que ponga de manifiesto la capacidad para la ingratitud que alberga el ser humano.

Pero después de varios años de gloria, había olvidado lo que significaba perder. Perder de verdad, quiero decir: perder de corrido, perder al punto de poner en riesgo la clasificación al octogonal, como se llamaba antes. Perder, en fin, como pierde este Santa Fe de las últimas semanas: con esa vocación por la derrota que solíamos considerar parte de nuestro ADN antes del año de gracia del 2012, y que saca a empellones lo peor de cada hincha de una manera deprimente.

Yo sé que el equipo convulsiona en una extraña crisis de identidad que le ha costado serenidad para conseguir victorias. Y sé que en esas circunstancias es doloroso asistir al estadio, hacer fuerza en vano, perder o dejarse empatar en el último minuto.

Y a todos esos hinchas ingratos quiero pedirles que se cal-men. Que respeten. Que uno no puede hablarles de esa forma al técnico y a los jugadores que nos lustraron la alegría hasta sacar un brillo que no sabíamos que teníamos. Que aún en los años del terror, cuando los directores técnicos se quemaban a los dos meses y las difusas juntas directivas tenían que despertar al “Cachaco” Rodríguez para que se hiciera cargo del equipo, ni en aquellos años, digo, el hincha, si era buen hincha, lanzaba improperios, como para que ellos los lancen ahora.

Ser hincha es acompañar al equipo en la derrota, no sólo celebrar con él en las victorias. Y estas prematuras angustias por un equipo que ha trastabillado, quien lo niega, pero no ha caído, no son justas.

Por eso, sirvan estas palabras para pedirles cordura y lealtad: para exigirles lo que no les he podido exigir en el estadio, porque uno ya no está para esas: para gritarse con hinchas con los que no está de acuerdo, Y menos si son vecinos nuevos. Pero no griten más. No regañen más. No jodan más. Quieran con cariño. Sean hinchas de los que acompañan en las malas. De los que después tienen autoridad para celebrar. Porque con esa misma boca que insultaron a Urrego, los oí yo gritar el gol que nos dio la novena estrella.

* Publicado en Revista Fútbol Total – Mayo de 2017. Tw: @FutbolTotal_Co

Artículo original: NO SEAN INGRATOS, CARAJO www.futboltotal.com.co