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DEL TUGURIO A LA GLORIA

Dos jóvenes colombianos sin cinco en el bolsillo, ganan medallas de oro y bronce en torneo internacional de lucha greco - romana.

2 de septiembre de 1985

El campeón mundial de lucha greco-romana estaba comiendo mermelada. Joselio Fanor Mosquera, cuya impresionante complexión de guerrero nubio traicionaría a quien diga que él sólo tiene 16 años, estaba allá, callado, inclinado sobre una mesita de dormitorio, tratando de sacar de una pequeña lata de sardinas lo que sería -además de una Coca Cola, tostadas y la mermelada- su cena vespertina. A su lado, empeñado en compartir el irrisorio banquete, estaba Luis Alberto Ochoa, 15 años, piel cetrina, hablando con la boca llena y ostentado un ojo amoratado. Un sombrero dorado de charro mexicano, una raida maleta de viajero mostrando sus entresijos y unas botas rojas de boxeador profesional tiradas sobre una de las tres camas completaban el decorado del lugar: la habitación 333 C del Centre Familial de Vacances de Nanterre, un complejo moderno de apartamentos en las afueras de París que, con tarifas económicas, acoge a emigrantes, estudiantes y turistas pobres durante estos días de verano. Los personajes: dos niños deportistas colombianos, de esos que salen de su tierra dispuestos a conquistar el cielo -y lo conquistan-, para "darle gloria a Colombia", sólo que al precio de recorrer el ingrato camino de los patrocinios magros y mal organizados.
Ahí estaban para la muestra, varados en Nanterre, contando los centavos para alimentarse hasta el viernes, día en que regresarían a Bogotá, los dos muchachos y su entrenador, Roberto Sarmiento. No se trataba de cualquier tipo de deportistas. Mosquera, que es de origen chocoano aunque radicado en Medellín donde trabaja como mensajero, acababa de ganarse este 25 de julio, la medalla de oro en el torneo mundial de lucha en Clermont-Ferrand, en la modalidad de ligero (hasta 68 kilos de peso), después de vencer a seis duros contendores de Francia, Italia, Bélgica, Yugoslavia y Hungría. Ochoa, cuyo ojo derecho fue severamente lastimado durante el encuentro con el rival italiano, habia obtenido en la misma competencia la medalla de bronce en una modalidad para luchadores entre 14 y 15 años de una decena de países.
"Mosquera ganó sobrado", explica orgulloso a SEMANA Roberto Sarmiento, al señalar las fuertes condiciones del colombiano. "Ochoa perdió por un error del árbitro, mejor dicho le robaron la pelea", agrega el entrenador antes de deshacerse en explicaciones sobre el tipo de puntaje obtenido por su pupilo en el choque con un contendor húngaro.
El problema de la plata -confiaron ellos a SEMANA- fue que Coldeportes Nacional le dio a Mosquera los pasajes y 200 dólares de viáticos en total sin saber que la inscripción y la estadía en Clermont-Ferrand le costaría a este solo deportista más de 300 dólares, sin incluir el regreso a Colombia. "Además él tuvo que comprarse esas botas francesas de luchador para competir bien", aduce Sarmiento, "y eso acabó de desequilibrar el presupuesto".
Las cuentas de Luis Alberto Ochoa y de su "profe" -pues así llama el jovencito al entrenador- no son menos tristes. Coldeportes del Caquetá haciendo esfuerzos les dio cien mil pesos. "Pero los sólos pasajes de Luis Alberto y de mi persona costaron 412 mil", precisa Sarmiento. Esa suma la pudieron reunir horas antes de embarcarse en el avión gracias a préstamos gestionados por el entrenador. "Ibamos tan pobres que no pudimos pagar ni la inscripción, comenta "el profe" mientras señala que los organizadores del evento se "portaron bien con nosotros y aceptaron arreglar eso directamente" con la Federación Colombiana de Lucha Olímpica.
Terminado el campeonato, el triunfante -aunque quebrado trio- tuvo que salir en tren hacia París, ciudad desconocida para ellos donde pudieron alquilar la primera noche, sin hablar una "gota" de francés, un cuarto de hotel barato cerca de La Gare du Nord. En vista de que los escasos dólares rápidamente se agotaban, decidieron ir a la embajada de Colombia. Allí el personal los acogió con afecto hasta el punto de que los empleados, "hicieron una vaca" entre ellos de 700 francos ahí mismo, pues la sede diplomática adujo no tener dinero para esos imprevistos. También les dieron las señales para llegar hasta los foyers de Nanterre, donde los encontró SEMANA bregando con una cena absurda y forzosamente frugal.
Roberto Sarmiento tiene 37 años, es tolimense y fue el campeón colombiano de lucha olímpica durante seis años. Actualmente es instructor de esa rama en Coldeportes del Caquetá. Pero sentado en la sala del foyer, sin quitarse un segundo su cachucha coronada de escuditos metálicos y flanqueado por el par de rapaces brincones -quienes hablan de ir a una piscina, de seguir estudiando en el colegio, de que llevan tres días comiendo sólo galletas y gaseosas- parece más bien un padre de familia. Por algo se refiere a los dos deportistas con cariño. "Mosquera es muy bueno, hace unos desplazamientos de espalda tremendos. Pero se lo quiere llevar un tal Ron Johnson, un entrenador gringo que conoció al muchacho en Cali. Ya le prometió hasta los pasajes, pero allá lo van a quemar, como le ha pasado a otros que se fueron prematuramente", confiesa a SEMANA. "Ochoa ya va en quinto año de bachillerato y comenzó a entrenar hace cinco años. Cuando ganó en el campeonato infantil en Los Angeles le prometieron un lote para ayudarlo. Pero no le han salido con nada", dice con amargura.
El profesor de Luis Alberto conoce de memoria la ficha técnica de sus pupilos: Mosquera el año pasado ganó en Buenos Aires el campeonato panamericano de lucha libre y greco-romana, título que ratificó hace unas semanas en el campeonato de Cali. Ochoa es el campeón colombiano desde 1982 en su peso, le ha dado 7 medallas al país, fue tercero en las olimpiadas de Los Angeles y campeón panamericano en Buenos Aires en 1984.
A pesar de que reconoce que Coldeportes está apoyando a Mosquera mediante el "programa excelencia", Roberto Sarmiento teme que nuevas salidas al exterior mal financiadas o planes inconsistentes de entrenamiento acaben desmoralizando a estos dos valiosos deportistas, especialmente a José Luis quien sólo ha estudiado unos años de primaria y está "mareado" con la oferta del norteamericano.
Al finalizar la charla sólo le quedaba a este reportero, una inquietud: ¿y ese sombrero de dónde lo sacó? Le preguntamos al entrenador. "Fue un regalo que nos hizo en Clermont-Ferrand, una señora mexicana", contesta él con cierta picardía.