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Dolor ajeno

Javier A. Borda Díaz
4 de julio de 2006

Si algo tienen los argentinos es gallardía. Pero también son nacionalistas por naturaleza, pregonan muchas veces una humildad inexistente y denotan cualquier clase de triunfalismo antes, durante y después de los partidos. Ellos aman el fútbol y la pelota como si fueran ambos símbolos religiosos imposibles de traicionar. Son prolijos en lo que hacen, juegan bien –a veces muy bien- y han hecho respetar en Alemania la tradición futbolística de su historia, aunque otra vez, para su desdicha y alegría de otros, quedaron eliminados.

Argentina gana lo que merece. Con su falsa modestia –la de ellos, claro está-, es un ícono del balompié. Y no sólo del fútbol suramericano, donde junto a Brasil es el mandamás de un juego que marca la cúspide en la Copa del Mundo, sino del orbe entero. Su selección actual es promisoria, así haya quedado “desterrada” por fallar en la mejor instancia decisiva que se hayan inventado para resolver equidades: los penaltis. Los dolorosos y vanagloriosos penaltis.

Varios jugadores argentinos, reconocidos más por su egocentrismo, lloraron después de que Cambiasso mandara la pelota a las manos de Lehmann. Argentina quedaba de esta forma eliminada del Mundial de Alemania y de nuevo sucedía la tristeza, el llanto, como hace cuatro años en Miyagi, Japón.

Cada quien vive a su manera diferente la derrota y así no es de extrañar que algunos guayos y puños argentinos al final del partido ante Alemania hayan armado la barahúnda. Pelearon contra los anfitriones del Mundial porque se sentían heridos en su orgullo triunfalista. Habían sido violentados en su soberbia. "No se olviden que en el 90 nos robaron la Copa y me hicieron llorar", había dicho antes Maradona para motivar a sus compatriotas. "Nos dieron varios golpes. Los argentinos no se han comportado correctamente, han sido unos malos perdedores", aseguró Frings luego de celebrar la clasificación de su Selección a las semifinales del Mundial.

A pesar de todo el desorden y la caída deportiva, Argentina sembró – abonó, mejor- para el futuro. Varios jugadores no estarán en el próximo Mundial por su edad (Abbondanzieri, Ayala, Sorín, Cruz, Crespo), pero la cosecha puede ser fructífera ya que jóvenes como Mascherano, Lucho González, Maxi Rodríguez, Saviola, Tévez y Messi –todos ellos nacidos en la década del ochenta- demostraron que pueden ser astros en la “albiceleste”. Además, quedaron con una deuda pendiente que cumple ya 20 años en la tierra de Don Segundo Sombra y que serán 24 en Sudáfrica 2010.

Argentina no gana un Mundial desde México 1986 y eso les duele. No todo puede ser Maradona y la dictadura de 1978, ¿cierto? El aficionado gaucho no se consuela con poco. "El hincha argentino sabe que este equipo hizo un buen Mundial. No los vamos a consolar porque sabemos que estábamos para llegar más lejos”, musitó Pekerman, sabiendo que una de las mejores selecciones del campeonato tenía que pensar en las horas de regreso a Buenos Aires y no en la semifinal.

El futbolista argentino no se amilana jamás, al menos casi nunca. En la más reciente carpa mundial tampoco flaqueó. Pero eso ya es pasado. Recordar la eliminación por penaltis con Alemania o, por ejemplo, el desastre del Mundial de Corea y Japón 2002 vale nada. Igual pasa con la final del 90, la salida en el 94 por Rumania y la del 98 por Holanda. Sea como sea, la experiencia en el Mundial de Alemania no debería ser tan amarga para los argentinos. Fueron y volvieron: mostraron su fútbol, que no es poco, dejaron para la historia un golazo (el 2-0 de Cambiasso contra Serbia y Montenegro) y demostraron que tienen talento para volver a alzar la Copa.

Varios se quejaron de la suerte gaucha porque se podía y esperaba más. Una muy buena Selección tuvo que despedirse del Mundial desde los benditos penaltis y aunque muchos están tristes por su eliminación, otros tantos descansaron y reconocieron alivio. En Colombia, siento, no se produce demasiado agrado con los triunfos argentinos. Por mi parte, no soy benevolente con sus victorias y reconozco simplemente que sonreí cuando los vi llorar.