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El adiós de un grande

Después de ganar todo lo posible en las pistas, el piloto más triunfador de la historia se despide de la Fórmula Uno

21 de octubre de 2006

Cuando finalicen las 71 vueltas y los 305.909 kilómetros del Gran Premio de Brasil, el piloto alemán Michael Schumacher se desprenderá de su uniforme para darle paso a una vida de calma, alejada de la velocidad y de todo lo que significa ser uno de los grandes protagonista de la Fórmula 1.

Si bien anunció su decisión con el tiempo suficiente para asimilarla (desde el Gran Premio de Monza), en el preciso instante que vea bajar la bandera a cuadros en la recta principal del autódromo de Interlagos, el alemán revivirá los instantes de su carrera deportiva y los pasos que tuvo que dar para convertirse en el único hombre capaz, hasta el momento, de ganar siete títulos mundiales. Sus seguidores, entre tanto, dirán que la Fórmula 1 sin él nunca será igual, mientras que sus enemigos seguirán poniendo en duda sus capacidades y descalificarán sus actuaciones, argumentando que siempre fue un protegido de la Federación Internacional de Automovilismo (FIA).

Idolatrado y odiado, Michael se aleja con la satisfacción de haber dejado una huella imborrable, representada en muchas tardes de gloria y en un sinnúmero de marcas difíciles de igualar. Sin incluir el Gran Premio de Brasil, que cierra la temporada 2006, estas son algunas de ellas: los cinco títulos consecutivos que ganó con Ferrari entre 2000 y 2004; las 91 victorias en grandes premios; las 68 poles; las siete victorias en línea obtenidas en 2004; los 72 triunfos con el equipo italiano; las ocho veces que subió al primer escalón del podio en Francia; los 154 podios, 19 de ellos consecutivos; las 43 oportunidades en las que fue segundo; las 189 veces que finalizó en una posición que otorga puntos; las 75 vueltas más rápidas; los 4.741 giros liderados; las 108 oportunidades que partió en la primera línea; las 40 veces que hizo la pole y ganó; las 22 en la que arrasó con todo, con la pole, la victoria y la vuelta más rápida y los 1.364 puntos que sumó en su carrera.

Las cifras lo respaldan, pero sus contradictores no olvidan los incidentes en los que se vio involucrado, aduciendo que él siempre hizo viva la frase "el fin justifica los medios", como sucedió en el Gran Premio de Australia de 1994, en Adelaida, cuando recurrió a una maniobra sucia para ganarle el título al británico Damon Hill por un punto de diferencia. Se podrían enumerar más y más incidentes en los que el múltiple campeón y su equipo fueron protagonistas. Pero ¿qué hizo a este hombre diferente a sus competidores?

Además de su talento, innegable por cierto, Michael Schumacher tuvo la fortuna de llegar en el momento justo al equipo indicado. Se preparó como el mejor de los atletas y supo rodearse de personas que se amoldaron a su forma de ser, entendieron su temperamento y se volvieron sus cómplices para abrir las puertas de la victoria.

Las temporadas de 1994 y 1995, a bordo del Benetton-Renault RS7, significaron dos títulos mundiales consecutivos, que sedujeron a los italianos de Ferrari, que dejaron atrás el orgullo y, a partir de 1996, depositaron toda la confianza en el alemán para rescatar la gloria perdida desde su último título en 1979.

Contrario a lo que se pudiera pensar, Schumacher encajó en la filosofía de Ferrari y se metió en el corazón de los tifosi. El alemán se acomodó, como ninguno, a los mandamientos de la scuderia, que rezan que "la excelencia en el trabajo facilita el éxito y siempre daremos lo mejor de nosotros para lograr el objetivo, de una manera profesional; cada día tendremos una meta nueva y trabajaremos para facilitar la meta principal y nunca perderemos el enfoque para llegar a ella".

La conquista no fue inmediata y tuvieron que pasar cuatro temporadas para que Michael y Ferrari justificaran la relación. En 2000, con nueve victorias, el alemán logró su tercer título mundial y Ferrari rescató el honor. A partir de ese instante, la relación entre Schumacher y el equipo de Maranello se hizo indisoluble. Su punto culminante llegó en la temporada de 2002 cuando, con un auto casi perfecto, lograron dominar a su antojo a sus rivales, con 11 victorias y ocho poles.

Si bien la superioridad se mantuvo en 2003, la escudería Williams, junto con el colombiano Juan Pablo Montoya, logró hacer algo de mella, mientras que el final del ciclo triunfador se cerró en 2004, con el séptimo título mundial para el alemán. En la temporada 2005, Michael y su gente vivieron quizá los momentos más difíciles de su relación y tuvieron que actuar como espectadores en el duelo que protagonizaron las escuderías Renault y McLaren, que terminó con un saldo positivo para el equipo francés y para el piloto español Fernando Alonso, quien no sólo destronó al rey, sino que de paso se convirtió en el campeón más joven de la historia.

Este año, con el Ferrari 248, Michael y el equipo de Maranello tenían la meta de rescatar el terreno perdido. Soñaban con el octavo título mundial y con la posibilidad de despedirse de las pistas en lo más alto del podio. Pero en Japón, una de sus pistas predilectas y cuando Michael se aprestaba a ponerle un nuevo sello a la temporada, la confiabilidad del motor Ferrari, que había sido una de sus armas más sólidas, se rompió y en medio de esa bocanada de humo se complicaron las esperanzas de que 'Schumi' le dijera adiós a la Fórmula 1 como campeón.