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EL BEBE-RAQUETA

A los 17 años, el alemán Boris Becker gana el Wimbledon y pasa, de la noche a la mañana, del anonimato a la fama

12 de agosto de 1985

Veinte aces, uno más que su adversario, servicios contundentes, un dominio completo de la red con voleas precisas y un juego brillante y convincente dentro de un estilo clásico, convirtieron a Boris Becker, 17 años, en el primer alemán que gana el Wimbledon en 108 años de historia, en el ganador más joven del evento y, aún más, en el primer no preclasificado que se corona campeón en uno de los cuatro torneos más importantes del planeta.
Quince mil personas en las gradas del campo de juego y cerca de 20 millones de televidentes en toao el mundo presenciaron el match y vieron cómo, después de 3 horas y 18 minutos de partido, un servicio contundente de Becker en el último game le quitó definitivamente al surafricano nacionalizado en los Estados Unidos, Kevin Curren, la posibilidad de alzarse con la bolsa de 150 mil dólares y la copa del Wimbledon 1985. "Lo que hizo Becker es signo de una gran madurez. A los 17 años yo hubiera estado muy intimidado por todo el ambiente del torneo", dijo Curren, reconociendo con gran espíritu deportivo su derrota, a pesar de que había ayudado a limpiarle el camino a su contendor, eliminando a dos de los más fuertes aspirantes al premio John McEnroe y Jimmy Connors.
Becker puso un hito en el tenis alemán y él mismo así lo estima: "Pienso que esto cambiará la historia del tenis en mi país". Lejos quedaron esos días de febrero cuando se paseaba abstraido con su walkman por los terrenos del club en Delray Beach (Florida) donde se celebraba un torneo y se confundia con un transeúnte más. Lejos ya los días cuando aquellos que lo venían siguiendo lo calificaban como una figura promisoria. Lejos también aquel episodio amargo ocurrido hace un año, cuando tuvo que abandonar el Wimbledon a causa de lesiones en un tobillo durante un partido de la tercera ronda del cual tuvo que ser sacado en silla de ruedas. El anonimato ha quedado atras. Así lo demuestran más de 20 entrevistas después de la victoria, salidas clandestinas por las puertas traseras y fotos en todos los periódicos del mundo. Becker es ahora un idolo.
Pero es un ídolo que se embarra y se ensucia, que hace acrobacias en el campo, que se amonesta a si mismo cuando comete errores, que muestra gran autocontrol a pesar de su poca edad, que sonrie y tiene sentido del humor. Un idolo que podrá satisfacer con creces una ambición expresada hace pocas semanas: comprarse un equipo de sonido.
¿Pero de dónde sale este muchachc que apenas hace un mes, cuando se ganó el campeonato del Queen's Clut en Londres, asomó las orejas en los periódicos?
Hijo de Karl Heinz y Elvira, el rubio que ha conquistado a los fanáticos del tenis, nació en un pequeño pueblo de 17 mil habitantes en Alemania Occidental, Leimen, el 22 de noviembre de 1967. Su padre, un arquitecto, construyó el primer club de tenis de la ciudad. Parece que desde entonces su destino estaba marcado. Aunque creció jugando fútbol como cualquier niño alemán, también hizo sus pinitos en el basquetbol, deportes que le ayudaron a desarrollar la agilidad de las piernas que hoy los especialistas le señalan como una de sus grandes virtudes. Pero a los 8 años, el tenis parecía ser ya su deporte favorito. Ganó a esa edad su primer tornea infantil y tres años después, su juega había madurado tanto que pudo llegar a competir en divisiones de mayores. A los 12 años decidió dedicarse por completo al tenis. Matriculado en la Federación de Tenis alemana tuva como entrenador a Gunther Bosch, un rumano establecido en Alemania quien poco tiempo después le pidió al famoso Ion Tiriac, compatriota y amigo personal suyo, y que fuera entrenador de Vilas y Nastase, que le echara un ojito al joven Becker. A las pocas semanas, Tiriac era ya su nuevo entrenador. Fue él quien lo llevó a competir en el Gran Prix del 84. Becker logró ganar los tres torneos necesarios para poder ir al Wimbledon donde sólo pudo avanzar tres rondas a causa de la lesión que lo obligó a salir de la cancha en silla de ruedas. Pero a pesar de esto, aún recuperándose, Becker jugaba con su raqueta y hacía planes. Desde comienzos de este año, esos planes fueron cobrando forma: llegó a semifinales en el abierto de Italia, y logró ranquearse 20 en el mundo. Ya en el Wimbledon empezó a avanzar limpiamente y a pesar de que nadie daba un centavo porque llegara a la final él no lo descartaba del todo: "El torneo puede ser mío", le oyo decir alguien. Y así lo fue. Becker, con su estilo seguro y casi arrogante en la cancha, se impuso entre los 128 participantes y ganó en franca lid el apodo de "boom boom" por su contundente servicio, el servicio que lo llevó a la gloria. "Quizás ahora soy un ídolo para Alemania" dijo el bebé-raqueta después de recibir la copa. Queda por verse si su rápido ascenso al estrellato a los 17 años es algo fugaz o el anuncio de una nueva figura en el tenis mundial que pueda emular al jugador-robot, el sueco Borg.-