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| Foto: Fotomontaje SEMANA

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El engaño y las penurias que sufrieron dos jugadores de la selección Colombia en Turquía

Carlos Alomia y Cristian Palacios fueron contratados por un equipo que, a aparte de no cancelarles los salarios, les retuvieron los pasaportes. Esta es la historia.

24 de noviembre de 2017

Por: Luisa Suárez Martínez

Mientras su mirada se perdía en el techo que resguardó sus angustias durante tres meses, Carlos Alomia, un voleibolista de más de dos metros de altura, recordó el día en que una lesión en la rodilla puso freno a su carrera. En ese momento estaba en Libia, en el norte de África. Es curioso que ahora, que está más sano que nunca, lo embargue la misma desazón y la misma impotencia que sintió durante aquel año en que demoró en recuperarse.

Carlos y Cristián Palacios, otro prodigio del voleibol nacido en Quibdó, que mide 2.04 metros de altura -su primer contacto con el deporte europeo fue en el 2015 fichado por la Asociación Deportiva Cáceres en España-, pasaron por una situación que se está convirtiendo en algo constante en el mundo. Por la irresponsabilidad de personas inescrupulosas que se aprovechan de las ilusiones ajenas, quedaron atrapados en Turquía.

El ocho el agosto de este año, Mustafá Arpa se les cruzó en el camino, se presentó como mánager  turco y fue el contacto para que el Club Eser Sport Kunubulu los fichara en sus líneas. El contrato acordaba el pago de 15.000 euros mensuales por 10 meses, alojamiento, tiquetes, además de todo lo de ley. El problema llegó con el primer día de pago, los deportistas recibieron el 60% del dinero y el equipo aseguró que el mes siguiente lo tendrían todo.

No había sido fácil para Carlos llegar a Turquía, luego de la cirugía de rodilla. Para tomar nivel durante el año en que duró la recuperación, estuvo en la Liga de toda su vida, la del Valle, donde lo habían recibido como la primera vez cuando aún era un jovencito con todas las ilusiones de un principiante. Con el apoyo de ellos había llegado por fin a bandearse con los mejores, estar allí fue lo que finalmente le permitió jugar en Chile, Italia, Qatar y Libia.

El día en que se enteró del atractivo fichaje en Turquía, su esposa lo miró cuando cruzó la puerta de la casa con los ojos más abiertos de lo normal. Su corazón estaba tan acelerado como cuando suele estar terminando un partido. Era su oportunidad, su anhelo de volver a sentirse grande, disfrutar de estar jugando en canchas internacionales, y creerse triunfal. Su reto era emular a su madre y su hermano, quienes también dedicaron la vida al deporte.

Mientras miraba por la ventana del carro que los dirigía del aeropuerto al apartamento donde se hospedarían, el viento de las calles de aquel país desconocido movía cada objeto hasta parecer que lo saludaban como bienvenida a su nuevo mundo.

Todas las expectativas que llevaba empacadas en su mente se fueron despedazando poco a poco, el lugar donde se quedarían a vivir no era como lo prometido, para ellos se tornó raro que Mustafá se quedara a vivir en el pequeño sofá y que el equipo no contara con médicos o fisioterapeutas, algo obligatorio para deportistas de su talla, sin embargo, la esperanza de poder obtener ingresos buenos y de jugar en un mundo tan exótico los hizo seguir adelante.

Y llegó el día, el día en que tomaron la decisión que los llevó a estar atrapados. El Eser Sport Kunubulu siguió incumpliendo los pagos por dos meses más, los deportistas no tenían ni como salir a las calles, su nevera permanecía vacía y sólo comían lo que el equipo les enviaba directo a su puerta: pasta y pollo, pollo y arroz, por esto, con entereza asumieron la responsabilidad que implicaba no jugar más, y es que estaban siendo explotados.

Así comenzó una lucha de las familias, como cual secuestrados, que exigían su liberación, pues el club, al saber la decisión pusieron firmeza en su idea de que los deportistas habían incumplido el contrato, al parecer, olvidaron que fueron ellos quienes primero lo quebrantaron. Con este argumento y asesorados por abogados, los turcos retuvieron sus derechos deportivos y se negaron a brindarles los tiquetes de regreso.

Ni con la intervención del Cónsul cedieron, en una reunión de las partes que se llevó a cabo en la Embajada Colombiana, entre Mustafá Arpa y el equipo surgieron varias inconsistencias, el club se lavó las manos diciendo que el dinero del primer mes se desembolsó todo y que fue el mánager quien se habría quedado con el resto de la plata. Lo único que exigían Carlos y Cristián era el pago de sus tres meses laborados y los tiquetes de regreso a sus hogares.

Sin solución alguna, una luz revivió el anhelo de regresar a la tierra, la Liga del Valle logró que se liberarán sus derechos, un paso grande que los acerca aún más a dejar atrás esa mala experiencia que jugó con sus ilusiones como balón que rebota en la malla y actúa en su contra. En la noche de este viernes se esperaba que finalmente regresaran a Colombia.