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El premio a la defensa

Javier Alexander Borda
10 de julio de 2006

Parece que los tiempos románticos del fútbol se han perdido definitivamente. Italia ganó el Mundial y lo hizo más por su seguridad que por su atrevimiento. Sólo la victoria contra Alemania le cambió la cara antes del título. La verdad es que en este campeonato no se coronó a ningún goleador o promesa para el futuro y, al contrario, fueron más los fracasos que los triunfos.

Y está bien que así sea. Buffon, Cannavaro, Grosso y Pirlo hicieron las cosas de manera excelsa en el Mundial. No hay mayor queja porque en su labor está la destrucción. El balompié mezquino resume la moda porque da resultados. Tan simple como eso. Italia fue fiel a su historia, recibió sólo dos goles en el torneo (un autogol de Zaccardo contra Estados Unidos y el de Zidane desde el punto penalti en la final) y anotó 12 en siete partidos. Así ganó el Mundial, con un irrisorio promedio de 1.7 tantos a favor por compromiso.

Curiosamente, un defensor y no un delantero o un mediocampista afectó todo el desenlace de la final del Mundial. Materazzi le hizo el penalti a Zidane, se resarció de su infracción al anotar el empate de cabeza y con la magia de la picardía hizo que el 10 de Francia se transformará en un ciervo de la rabia.

Zidane, en lo que se esperaba su despedida triunfal, terminó expulsado por la provocación contraria. Como un principiante, cayó en la trampa y perjudicó a su equipo en un momento clave. Increíblemente, el defensor fue más que Zidane en la instancia definitiva.

Precisamente, la defensa se recordará como el quid de Italia en la conquista de su cuarta Copa. Materazzi fue, junto con Luca Toni, el máximo goleador de su Selección con ¡dos tantos! El capitán Cannavaro fue el mejor central del torneo ecuménico y el lateral Grosso inventó la jugada clave del partido contra Australia en octavos (se inventó un penal gigantesco), le convirtió a Alemania el parcial 1-0 en tiempo suplementario y marcó el penalti definitivo contra Francia, el del título.

De resto, apenas destellos. Totti, del Piero, Iaquinta y Gilardino no figuraron por sus individualidades. Pero todo esto no fue exclusivo de la Azzurra. Zidane iba encaminado a una despedida triunfal y finalmente no salió ni si quiera a recibir la medalla de plata en Berlín. Su expulsión significó tristeza y derrota. Nadie le quería decir adiós a uno de los mejores de la historia sintiendo la pena ajena. Por fortuna, Zidane fue elegido como el mejor del Mundial, a los 34 años.

Fueron varias las decepciones que se presentaron en el campeonato. Riquelme, Ballack, Figo, Raúl, Kaká, Ronaldinho, van Nistelrooij, Ljungberg, Shevchenko, Nedved, Gerrard y Rooney se presumían figuras anticipadas. La mayoría falló. De este Mundial quedan para recordar muy pocas individualidades creativas (Cannavaro por poco le gana el Balón de Oro a Zidane, lo que hubiese significado la catástrofe para las cualidades ofensivas). Por eso, en parte, ningún equipo enamoró. La goleada de Argentina sobre Serbia y Montenegro y el triunfo de Italia sobre Alemania en semifinales fueron, quizá, los mejores partidos. Las presentaciones más dignas.

¿Y el goleador? Miroslav Klose apenas lo fue con cinco conquistas, tres menos que Ronaldo en Corea y Japón y una menos que todos los goleadores mundiales de 1978 a 1998. Así mismo, el mejor jugador joven elegido por la FIFA fue Lukas Podolski (nada del otro mundo). Cristiano Ronaldo y Messi quedaron supeditados al atacante alemán, que hizo tres goles en el Mundial.

Italia finalmente ganó su cuarta Copa del Mundo apostando a los penaltis, aun cuando jugó al final con un hombre más -tras la imborrable expulsión de Zidane- y con Vieira y Henry por fuera por lesión. Su expresión de fútbol lírico fue limitada, pero eso no importó para ganar. Y eso es lo que significa más en estos momentos. Si Francia lo hizo mejor, igual perdió. Trascienden los victoriosos, pero el mundo se quedó otra vez sin complacer el apetito del espectáculo. El talento volvió a perder la mano contra el rendimiento físico y la rigidez táctica.