A un paso de Brasil

El partido definitivo no fue el que muchos soñaron. La cancha se inundó, el partido se aplazó, además se dañó uno de los reflectores del Metropolitano en el entretiempo. Colombia jugó mal, sufrió demasiado a pesar de tener un hombre de más, no supo entregar el balón y se salvó de un penalti mal cobrado por el jugador ecuatoriano. Pero, gracias a un gol de James Rodríguez, el equipo sumó tres puntos fundamentales que ya lo tienen con un pie en Brasil 2014. 

 

Hace un año, Ecuador también puso al técnico Néstor José Pekerman contra las cuerdas. Pero debido a la buena campaña, hoy el argentino salió en hombros y para millones de colombianos es Súper-Pékerman, que le devolvió la alegría a un país futbolero que no iba a un Mundial desde Francia 98. 

La era Pékerman empezó oficialmente contra Perú en Lima en un encuentro feo, cerrado, con fallas colectivas, pero un gol solitario de James Rodríguez disimuló las falencias. Cuatro días después, nada logró salvar a la selección en Quito. Con el mismo estilo enredado cayó contra Ecuador, un rival directo. Un desastre, pues Colombia no gustaba ni sumaba y todos lincharon a José Néstor. 

Francisco Maturana dijo de él: “Desprecia el balón, no tiene clara la manera de conseguir algo”. Iván Mejía escribió que era “la peor selección de Colombia de los últimos tiempos”. Los más atrevidos criticaron su discreción, a la que consideraron la muestra de que era “caprichoso, autista, distante”. Incluso lo acusaron de poner el equipo al servicio de intereses privados al convocar deportistas representados por su yerno solo para inflar su valor comercial. 

Pero el 7 de septiembre de 2012, a las 3: 32 de la tarde, algo pasó en el calor de Barranquilla. La hinchada, con la confianza en el piso, vio a su selección aplastar a Uruguay, el flamante campeón de América, que llevaba 18 encuentros sin perder. Falcao al minuto dos, Teófilo por ración doble y Zúñiga al final del partido le devolvieron la fe al país del Sagrado Corazón.

A los cuatro días Pékerman y su combo repitieron el milagro, al remontar contra Chile en el Monumental de Santiago. Después vencieron a Paraguay, Bolivia y Perú, empataron con Argentina en Buenos Aires y cayeron en Venezuela. Con un fútbol veloz, explosivo, de toque, Colombia embrujó a sus hinchas y emprendió la marcha hacia Brasil. 

Una generación excepcional, que brilla en las mejores ligas, lidera el camino al Mundial. Falcao, James, Zúñiga, Jackson y compañía acaparan los titulares de la prensa deportiva cada fin de semana. Parte del éxito se explica por la internacionalización de los colombianos. Mientras en 1990 apenas el 2 por ciento de la selección jugaba por fuera, hoy menos del 20 por ciento lo hace en la liga nacional. Lejos de Colombia se acostumbran a la presión, practican un deporte más técnico, enfrentan a rivales de talla mundial y también viven lejos de las roscas y las polémicas estériles criollas. 

Es el caso de Falcao, que llegó a los 15 años a las inferiores de River Plate, de James, campeón de Argentina con Banfield a los 18, de Freddy Guarín, que se fue a Francia a los 19 o de Juan Guillermo Cuadrado que viajó a Italia con 21. También tienen una mentalidad profesional, más centrada en su carrera y menos en los excesos de la fama. Por fuera de Teófilo ya no se ven los escándalos del Palomo Usuriaga, el Pitufo de Ávila, el Tino Asprilla o Iván René Valenciano. 

Una parte de la escuadra entrena conjuntamente desde la adolescencia. En la goleada de Colombia contra Uruguay, seis de los once titulares jugaron en la selección Sub-20 que ganó el Campeonato Sudamericano de 2005: Ospina, Valdez, Zúñiga, Valencia, Aguilar y Falcao. En el banco, Guarín y Zapata también pertenecieron a esa generación formada por Eduardo Lara y Reinaldo Rueda. Pékerman sabe que ese es un factor clave. No por nada en la mayor parte de su carrera adiestró juveniles.

Pero tanto Hernán Darío ‘Bolillo’ Gómez como Leonel Álvarez disponían de esa generación, es claro que Pékerman hizo la diferencia. A esa base le sumó veteranos de mil batallas, como Yepes y el arquero Faryd Mondragón. Don José, además, se la jugó por un par de futbolistas por fuera del radar y convocó, a pesar de las críticas, a Macnelly, Teófilo, Edwin Valencia, Carlos Valdez o Aldo Leao.

En lo táctico la selección reacomodó sus fichas para buscar jugar más ofensivamente. Falcao era un encarte para los entrenadores anteriores. Con el Bolillo solo metió cuatro goles en 12 partidos, con Leonel apenas anotó uno en tres juegos, mientras que Pékerman lo concentró en el área, su entorno natural, y logró que la metiera siete veces. Más allá de los nombres y los personalismos, el credo de don José es buscar asociaciones que funcionen, pues lo colectivo, para él, es lo más importante.

 

Eso queda claro en un video motivacional de Pékerman donde dice: “Podés elegir correr solo y trabajar en equipo. Ir solo es más fácil, no tenés que ponerte de acuerdo con nadie. En equipo es a otro precio, antes de empezar a competir le tenés que ganar al ego más grande de todos, el tuyo. Tenés que entender que no solo está bien como vos lo hacés, que hay otros caminos. Que para ser escuchado, primero tenés que haber oído. Que para recibir un aplauso, tenés que estar golpeando tus propias palmas. Si no sabés hacer algo, te van a gritar, si estás atrás, te van a empujar y si ganás te van a apretar tan fuerte, que vas a querer llorar. Porque cuando se juega en equipo, se celebra en equipo”. 

Con su espíritu zen, don José recuperó una tranquilidad olvidada en la selección. Recibió un plantel desestabilizado después de la escandalosa renuncia de Bolillo y el despido de Leonel. El propio Teo, dolor de cabeza de más de un técnico, dijo que “destaco de él la tranquilidad que le da a los jugadores, la prudencia y la inteligencia para manejar el grupo. Nos cambió la mentalidad”. 

Y ese sentimiento no solo se construye con victorias, pues los equipos de Pacho Maturana o del Bolillo tal vez ganaban pero no eran serenos. Y en eso hay mucho de la personalidad de Pékerman, un hombre humilde, que nació en un pueblo de provincia en una familia de inmigrantes ucranianos y que tras retirarse a temprana edad del fútbol por una lesión, manejó un taxi para sostener a su familia.

José Néstor no es amigo del ruido, del escándalo y de los micrófonos. A los divos del periodismo deportivo, acostumbrados a hablarle al oído de los técnicos, no les gustó, pero esa discreción le hizo bien al equipo, le quitó una presión innecesaria y minimizó el inmediatismo y el triunfalismo tan propio del fútbol. 

Y no solo con las piernas sino con la cabeza Colombia está ad portas de volver a un mundial, porque con Pékerman volvió a creer en ella. Por eso, más allá de la alegría inmensa por este triunfo, hay que confiar en don José para que la selección mantenga los pies sobre la tierra. Esta misma semana se cumplen 20 años del cinco a cero contra Argentina, hasta ahora el mejor partido de la historia nacional. Pero Colombia se emborrachó con falsas ilusiones y se acordó tarde de que no era el mejor equipo del mundo. 

Los colombianos deben aprender lo nefasto que pueden ser los triunfalismos desmedidos, jugar los tres partidos que le quedan a la eliminatoria con seriedad y no convertir el fútbol en un circo. Como dijo Pacho Maturana: “El triunfalismo y esa arrogancia que a veces tienen los que ganan no es bueno, yo pienso en la humildad”.